ZAMBIA.
Sol ardiente a las diez de la mañana, y las iglesias llevan ya dos horas de misa. Todos los pequeños establecimientos están cerrados e incluso en el mercado de Maramba hay multitud de tablones que brillan al sol sin sus pequeñas bolsas de tomates, berenjenas, azúcar, harina, aceite… El África cristiana cierra en domingo, la gente va a misa. Desde fuera se escuchan los coros cantando y entro en la iglesia presbiteriana, me coloco en la penúltima fila. A mi lado, una 'mama' africana me sonríe en señal de bienvenida. El pastor ha terminado una intervención y es el momento de las canciones religiosas. Cinco hombres y dos mujeres rezan cantando con un ritmo contagioso para los pies y las caderas, con sentidos gestos que los fieles conocen de memoria y la sala es un solo ser vivo. Cada vez que el coro intensifica las voces hay una vibración colectiva que pone el vello de punta.
Delante de mí un hombre mayor se arrodilla en el suelo con los brazos en cruz, ansioso por recibir el perdón. El coro no cesa de repetir lo mismo,'Lord, forgive me'. A mi lado, un joven impecablemente vestido menea una y otra vez la cabeza repitiendo con el coro mientras el fervor se va apoderando de los fieles que levantan las manos y las agitan en cada 'aleluya'. El pastor se apodera de un enorme micrófono amarillo y se une al coro, 'Yi-yi-yi' grita en voz alta sobre el ensayado volumen bajo de los músicos, y la iglesia es un clamor, '¡Yiiiisas!'(Jesús), una y otra vez.
En la esquina cercana a los músicos, una chica joven comienza a agitar los brazos abiertos con un movimiento descontrolado, casi espasmódico; echa la cabeza atrás y los espasmos recorren todo su cuerpo. Su cara refleja llanto; ha perdido el control o ha encontrado algo, quién sabe. En trance, camina tirando sillas hacia el coro y su éxtasis no tiene freno, se agita, se retuerce, salta, y de los llantos, su rostro pasa a una expresión de felicidad intensa que calma sus movimientos, y sin cesar de bailar asiente una y otra vez con los ojos cerrados a una imagen que sólo ve ella. Nadie se preocupa, nadie se extraña.
Delante de mí, el hombre mayor sigue de rodillas, ahora acurrucado en el suelo con las manos sobre la cabeza. La enorme señora no cesa de repetir algo parecido a un mantra en 'tonga', la lengua local. Más aleluyas y más 'Yiiiisas' dirigidos por el pastor, y el éxtasis va generando una energía en la iglesia que hace denso el aire. Siento mi vello completamente erizado y me ruborizo contagiado por la emoción colectiva; es imposible ser ajeno.
Otro hombre mayor, ostentosamente vestido y enjoyado, tiene la mano levantada en pose de juramento hace más de diez minutos, como una estatua. Por todos lugares de la sala, chicas jóvenes bailan al ritmo de los músicos y cantan con un fervor entusiasta, sus rostros son la expresión de la alegría, cantan con la certeza de estar siendo escuchadas por Dios. La mujer en trance pierde de nuevo el control y vuelve a mezclarse con el coro gritando en voz alta, tal vez oraciones, que siempre concluye con un 'aleluya' que rasga la sala.
El pastor retoma el protagonismo y el coro va armoniosamente bajando el tono hasta hacerse el silencio. También todos los fieles van recuperando la calma y serenándose con una expresión de agradecimiento en sus rostros, de sentirse bendecidos. Yo igual retomo mi silla, la energía es tan densa en la sala que una ola infantil de bondad y amor me recorre el cuerpo, y experimento una sensación parecida a mis días escolares en la parroquia, cuando salíamos del confesionario y una atmósfera de pureza flotaba sobre nuestro silencio.
El pastor comienza a leer un pasaje de la Biblia y decido irme; nadie se preocupa, nadie se extraña. Durante cinco horas de misa la gente entra y sale constantemente. Fuera de la iglesia, camino de sombra en sombra con una extraña sensación, contagiado por la emoción del sentimiento colectivo, pero también me siento como un mutilado. En esa sala, yo era el único incapaz de ver a Dios. Es difícil ver a Dios en este continente de desheredados y miseria, pero para África, no. Antes que en cualquier acción humana, ellos confían en que un Dios todopoderoso les traiga una vida mejor. Que tengan suerte.
El sur de Zambia, junto al río Zambezi, es una tierra bastante tradicional, con un sistema aún vigente de reyes que vigilan por la seguridad de sus súdbitos. Un país donde la vida tribal está muy presente, donde hay ochenta y tres lenguas diferentes para sólo once millones de habitantes. Las lenguas, las marcas corporales, el atuendo, sirven para identificar a quien no es de tu tribu. Al enemigo.
Entro en una aldea junto al Zambezi para pasar la noche, y buscando el río veo una bonita residencia africana con un enorme patio. Tal vez me dejen poner la tienda ahí.
- ¡Alto, alto! ¿Dónde vas? -me detiene un chico, cuando enfilo hacia la puerta que precede a la casa.
- Voy a esa casa, a ver si me dejan dormir allí con mi tienda.
- ¡Es el palacio real! ¡No, no, no puedes entrar! Ven a mi casa por favor, puedes poner tu tienda allí.
Pasamos una tarde agradable y Eddy y sus amigos me explican algunas de sus tradiciones; me fascina ese par de palmadas silenciosas que hacen a modo de respeto cuando se saludan. Los saludos en África son algo importante, y en lugares donde la tradición se mantiene fuerte, he visto complicados chasquidos de dedos, genuflexiones mientras se dan la mano, e incluso llegan a ponerse de rodillas en el suelo. Lo más extendido es ofrecer la mano derecha con la izquierda tocando el codo derecho, un gesto delicado que también se ve en Asia, mientras que en zonas donde hay o ha habido guerra, es muy común saludarse levantando ambas manos como señal inequívoca de estar desarmado.
Aquí, en el sur de Zambia, todos hacen al menos una suave palmada como signo de respeto al cruzarse, e inclinan la cabeza; las mujeres hacen varias palmadas a la vez que flexionan las rodillas levemente. Pero lo más curioso en la aldea de Eddy llega al caer la noche. De pronto, escuchamos unas campanadas.
- ¿Y eso?
- Tenemos que regresar a casa. El rey va a patrullar.
- ¿Cómo?
- En la noche todos debemos estar en nuestras casas, fuera sólo puede estar el rey con sus policías, que vigilan por nuestra seguridad. Si encuentran a alguien en la calle, le detienen y le azotan con un látigo de piel de hipopótamo. Las marcas se quedan para toda la vida.
- Pero, pero… ¿y por ejemplo llega alguien tarde porque el mini-bus ha pinchado?
- Igualmente, todo el mundo sabe que en la noche han de estar en sus casas.
- ¿Y si yo hubiera llegado de noche?
- ¡Ah, bueno! Creo que en tu caso te hubieran perdonado….
Llego en pocos días a Livingstone, donde están las famosas cataratas Victoria, que hacen de frontera entre Zimbabwe y Zambia; una parada obligatoria para cualquier viajero, y que dada la inestabilidad zimbabweana, casi todos eligen hacer en el lado zambiano. La entrada no es tan cara como en otros parques africanos, diez dólares, pero los nómadas tratamos de sobrevivir gastando lo menos posible, y Marcin me explica cómo entrar a verlas gratis.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?
Sol ardiente a las diez de la mañana, y las iglesias llevan ya dos horas de misa. Todos los pequeños establecimientos están cerrados e incluso en el mercado de Maramba hay multitud de tablones que brillan al sol sin sus pequeñas bolsas de tomates, berenjenas, azúcar, harina, aceite… El África cristiana cierra en domingo, la gente va a misa. Desde fuera se escuchan los coros cantando y entro en la iglesia presbiteriana, me coloco en la penúltima fila. A mi lado, una 'mama' africana me sonríe en señal de bienvenida. El pastor ha terminado una intervención y es el momento de las canciones religiosas. Cinco hombres y dos mujeres rezan cantando con un ritmo contagioso para los pies y las caderas, con sentidos gestos que los fieles conocen de memoria y la sala es un solo ser vivo. Cada vez que el coro intensifica las voces hay una vibración colectiva que pone el vello de punta.
Delante de mí un hombre mayor se arrodilla en el suelo con los brazos en cruz, ansioso por recibir el perdón. El coro no cesa de repetir lo mismo,'Lord, forgive me'. A mi lado, un joven impecablemente vestido menea una y otra vez la cabeza repitiendo con el coro mientras el fervor se va apoderando de los fieles que levantan las manos y las agitan en cada 'aleluya'. El pastor se apodera de un enorme micrófono amarillo y se une al coro, 'Yi-yi-yi' grita en voz alta sobre el ensayado volumen bajo de los músicos, y la iglesia es un clamor, '¡Yiiiisas!'(Jesús), una y otra vez.
En la esquina cercana a los músicos, una chica joven comienza a agitar los brazos abiertos con un movimiento descontrolado, casi espasmódico; echa la cabeza atrás y los espasmos recorren todo su cuerpo. Su cara refleja llanto; ha perdido el control o ha encontrado algo, quién sabe. En trance, camina tirando sillas hacia el coro y su éxtasis no tiene freno, se agita, se retuerce, salta, y de los llantos, su rostro pasa a una expresión de felicidad intensa que calma sus movimientos, y sin cesar de bailar asiente una y otra vez con los ojos cerrados a una imagen que sólo ve ella. Nadie se preocupa, nadie se extraña.
Delante de mí, el hombre mayor sigue de rodillas, ahora acurrucado en el suelo con las manos sobre la cabeza. La enorme señora no cesa de repetir algo parecido a un mantra en 'tonga', la lengua local. Más aleluyas y más 'Yiiiisas' dirigidos por el pastor, y el éxtasis va generando una energía en la iglesia que hace denso el aire. Siento mi vello completamente erizado y me ruborizo contagiado por la emoción colectiva; es imposible ser ajeno.
Otro hombre mayor, ostentosamente vestido y enjoyado, tiene la mano levantada en pose de juramento hace más de diez minutos, como una estatua. Por todos lugares de la sala, chicas jóvenes bailan al ritmo de los músicos y cantan con un fervor entusiasta, sus rostros son la expresión de la alegría, cantan con la certeza de estar siendo escuchadas por Dios. La mujer en trance pierde de nuevo el control y vuelve a mezclarse con el coro gritando en voz alta, tal vez oraciones, que siempre concluye con un 'aleluya' que rasga la sala.
El pastor retoma el protagonismo y el coro va armoniosamente bajando el tono hasta hacerse el silencio. También todos los fieles van recuperando la calma y serenándose con una expresión de agradecimiento en sus rostros, de sentirse bendecidos. Yo igual retomo mi silla, la energía es tan densa en la sala que una ola infantil de bondad y amor me recorre el cuerpo, y experimento una sensación parecida a mis días escolares en la parroquia, cuando salíamos del confesionario y una atmósfera de pureza flotaba sobre nuestro silencio.
El pastor comienza a leer un pasaje de la Biblia y decido irme; nadie se preocupa, nadie se extraña. Durante cinco horas de misa la gente entra y sale constantemente. Fuera de la iglesia, camino de sombra en sombra con una extraña sensación, contagiado por la emoción del sentimiento colectivo, pero también me siento como un mutilado. En esa sala, yo era el único incapaz de ver a Dios. Es difícil ver a Dios en este continente de desheredados y miseria, pero para África, no. Antes que en cualquier acción humana, ellos confían en que un Dios todopoderoso les traiga una vida mejor. Que tengan suerte.
El sur de Zambia, junto al río Zambezi, es una tierra bastante tradicional, con un sistema aún vigente de reyes que vigilan por la seguridad de sus súdbitos. Un país donde la vida tribal está muy presente, donde hay ochenta y tres lenguas diferentes para sólo once millones de habitantes. Las lenguas, las marcas corporales, el atuendo, sirven para identificar a quien no es de tu tribu. Al enemigo.
Entro en una aldea junto al Zambezi para pasar la noche, y buscando el río veo una bonita residencia africana con un enorme patio. Tal vez me dejen poner la tienda ahí.
- ¡Alto, alto! ¿Dónde vas? -me detiene un chico, cuando enfilo hacia la puerta que precede a la casa.
- Voy a esa casa, a ver si me dejan dormir allí con mi tienda.
- ¡Es el palacio real! ¡No, no, no puedes entrar! Ven a mi casa por favor, puedes poner tu tienda allí.
Pasamos una tarde agradable y Eddy y sus amigos me explican algunas de sus tradiciones; me fascina ese par de palmadas silenciosas que hacen a modo de respeto cuando se saludan. Los saludos en África son algo importante, y en lugares donde la tradición se mantiene fuerte, he visto complicados chasquidos de dedos, genuflexiones mientras se dan la mano, e incluso llegan a ponerse de rodillas en el suelo. Lo más extendido es ofrecer la mano derecha con la izquierda tocando el codo derecho, un gesto delicado que también se ve en Asia, mientras que en zonas donde hay o ha habido guerra, es muy común saludarse levantando ambas manos como señal inequívoca de estar desarmado.
Aquí, en el sur de Zambia, todos hacen al menos una suave palmada como signo de respeto al cruzarse, e inclinan la cabeza; las mujeres hacen varias palmadas a la vez que flexionan las rodillas levemente. Pero lo más curioso en la aldea de Eddy llega al caer la noche. De pronto, escuchamos unas campanadas.
- ¿Y eso?
- Tenemos que regresar a casa. El rey va a patrullar.
- ¿Cómo?
- En la noche todos debemos estar en nuestras casas, fuera sólo puede estar el rey con sus policías, que vigilan por nuestra seguridad. Si encuentran a alguien en la calle, le detienen y le azotan con un látigo de piel de hipopótamo. Las marcas se quedan para toda la vida.
- Pero, pero… ¿y por ejemplo llega alguien tarde porque el mini-bus ha pinchado?
- Igualmente, todo el mundo sabe que en la noche han de estar en sus casas.
- ¿Y si yo hubiera llegado de noche?
- ¡Ah, bueno! Creo que en tu caso te hubieran perdonado….
Llego en pocos días a Livingstone, donde están las famosas cataratas Victoria, que hacen de frontera entre Zimbabwe y Zambia; una parada obligatoria para cualquier viajero, y que dada la inestabilidad zimbabweana, casi todos eligen hacer en el lado zambiano. La entrada no es tan cara como en otros parques africanos, diez dólares, pero los nómadas tratamos de sobrevivir gastando lo menos posible, y Marcin me explica cómo entrar a verlas gratis.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?