MONGOLIA.
Detrás de la sonrisa maquillada hay un alma de niña que juega a mentir.
- ... Estoy aquí de turismo.... soy china.... la semana que viene me iré a Italia….
Minutos después, sentada detrás de un minero en moto, se despide agitando la mano y lanzando un beso al aire. Fin del juego, fin del sueño, fin de la mentira. Y cuando se agarra al minero regresa al mundo del que querría huir.
Hay lugares de este planeta donde para vivir hay que tener la esperanza de que un día te irás de ahí. Profesiones, que para encarar cada mañana un nuevo día necesitan la esperanza de un final. Y vidas que para sobrellevarlas precisan soñar que la vida va a cambiar. Tuul no tiene suerte y se lleva las tres en línea. En una remota mina de Mongolia se gana la vida como prostituta. Para el minero embrutecido que consigue unos gramos de oro, Tuul representa un día de gloria. Sus manos encallecidas abrazan por unas horas el cuerpo de una mujer hermosa. Un sueño fermentado en semanas bajo el sol se hace realidad, y como un arco iris se desvanece después. Los sueños, sueños son.
La vida para la mayoría de este mundo es una realidad dura, oscura muchas veces, que necesita de sueños, de esperanzas, de cristales rotos, aunque duren lo que dura un arco iris. Una vida de mierda necesita esas burbujas de mentiras, jugar por unas horas a que la vida es bella, y finalmente otra vez bajo el sol buscando oro entre la tierra mojada, soñar, soñar, soñar que un día la suerte cambiará y la vida será bella de verdad.
Tuul, como tantas otras prostitutas de este mundo, tiene en su corazón una mina de oro. Oficio tan asqueroso provoca una enorme compasión. Sólo quien sufre es capaz de ver el sufrimiento ajeno. Y quien sufre, no desea sufrimiento a nadie más. Y mientras haya un príncipe con quien coquetear por unos minutos, soñará que es una princesa, que la llevarán al Castillo y la vida será bella. Mientras exista el sueño y la mentira, la vida será posible.
Naima, una refugiada liberiana, me abordó en una playa de Ghana. Renuncié a su masaje con una sonrisa, 'gracias, pero no'. Naima, joven y guapísima negra de cobalto, insistió, 'no quiero tu dinero, y sé que la posibilidad de que te enamores de mí es mínima, pero déjame intentarlo'.
'Sólo quiero que me digas que mi vida va a cambiar' decía llorando y borracha la protagonista de 'Solas'.
La desesperación ajena es algo difícil de contemplar y salir indemne. Te encallece el corazón.
Hay miles, millones de personas, viviendo una mierda de vida fuera del Castillo. También dentro. Pero dentro, la mentira y el sueño viven codo a codo con la vida bella. A veces, un salto de coraje, un golpe de pequeña suerte, es suficiente para abrir la puerta que te saca de ese horrible lugar. Fuera, lejos del Castillo de lucecitas y juguetitos, Naima, Tuul, y todas las damas de la noche que he conocido, que se han reído de mi bici, de que no tuviese dinero para pagar más que un burdel, acceden al sueño y a la mentira tal vez dos o tres veces en su vida. Tal vez una. Tal vez, nunca. Y cuando acontece el milagro, tras el maquillaje aparece la princesa, la niña a la que llegó su príncipe azul. El sueño se hace realidad, ahí está, mira qué hermoso arco iris tras la tormenta.
En un burdel de Gondar, una de las chicas cogió toda mi ropa cuando me disponía a lavarla, para hacerlo ella. Hablábamos. Me quedé allí tres o cuatro días. A la tarde me llamaba cuando iban a tostar café, la deliciosa ceremonia etíope. Después, entrada la noche me venía a buscar a mi habitación, 'tengo un cliente, me va a pagar diez dólares por la noche, pero…' y me sonreía dulcemente esperando que yo dijese algo, algo como 'no vayas con él y quédate conmigo'.
- Un día yo tendré dinero y vendré por ti - mentí.
Y ella salía con la sonrisa triste a regalar su belleza por diez malditos dólares, y se llevaba mi mentira como un sueño, la promesa que un día su vida cambiará. La esperanza que permite vivir sufriendo.
En Asia, la esperanza para vivir se basa en escapar de la rueda del sufrimiento, semejante a alcanzar el paraíso junto a Dios para los cristianos. Curiosamente, a la par que la historia de Jesús, existe también una personificación que encoraje la fe: la historia de Buda. En ella se cuenta como un príncipe quiso vivir en sus carnes el sufrimiento al que era ajeno en su palacio. Lo encontró, pues, y se cuenta que meditando alcanzó la iluminación y se liberó de la rueda del sufrimiento para siempre.
Al menos, en esa historia hay algo cierto: quien tiene la fortuna de vivir ajeno al sufrimiento, es incapaz de entenderlo.
Pasar a Mongolia es dejar atrás el contaminado cielo chino, pero también la deliciosa gastronomía china y la carretera asfaltada. Diversas huellas de rodadas transcurren más o menos paralelas en una franja de veinte kilómetros. Una de ellas es bastante consistente y estable; las demás, no. Hay también una línea de postes eléctricos y la vía del tren hacia Ulan Baator. Y eso es todo lo que hay, amén de unos cielos límpidos maravillosos.
Cargamos con todo el agua que podemos llevar y nos dirigimos a Sainshand con cierto optimismo. Al atardecer, ocurre una de esas historias que revelan la fragilidad de viajar en bicicleta.
Mi pedal izquierdo comienza a bailar. Paro. Le echo un ojo y algo se preocupa dentro de mi estómago, ésto no huele bien. Un kilómetro después, el pedal se cae; descubro que la rosca de la biela está pasada completamente y no agarra al pedal.
Bien. Acampamos y tratamos de buscar una solución. La africana -atravesar un pedal de madera- no funciona pues el palo con que sostengo mi bici es demasiado liviano y frágil. Probamos con picas de la tienda, y tampoco. Nada. Ok. A cenar. Mañana será otro día.
Al día siguiente planeamos. Álvaro me propone que cuando ellos lleguen a Sainshand buscarán un taxi y vendrán por mí. Yo decido finalmente que no, hay muchas posibilidades de que vengan por una pista distinta a la mía y no nos encontremos.
- No te apures, saldré de ésta. Nos vemos en Sainshand o en Ulan Baator.
En el país Himba caminé dos días con la bici rota. No es algo nuevo. Y tengo la estúpida certeza que un camión va a pasar por esta remota pista.
Empiezo a caminar. A las dos horas escucho el ángel llegar: un flamante todo-terreno coreano. El tipo para y me inquiere con un gesto, '¿qué pasa?'. Le muestro el pedal con la mano, 'ésto pasa'.
En medio del Gobi esa situación no debería generar duda alguna a nadie, y menos para un mongol que sabe lo que es la arena, el sol y el agua. Sin dudarlo, pues, el tipo hace sitio para mis alforjas entre sus mercancías chinas y ata mi bici atrás, en el lugar donde suele haber una rueda de repuesto que no hay. Resulta ser el Carlos Sáinz del Gobi y volamos por la arena a 80 km/h. Pasamos a mis amigos, les doy mi agua y quedamos para encontrarnos en Sainshand.
Al llegar a la ciudad, mi ángel pregunta por una biela y tras varias opiniones de lugareños me lleva a una tienda del centro. Es una mercería donde una señora tiene en una vitrina, además de ropas, dedales y manteles, varios repuestos de bicicletas chinas. Gracias a comprar siempre el material más barato, mi galeón conserva el desfasado, pero universal, eje pedalier cuadrado. Una biela de bici para niños encaja hasta dos tercios del eje, y ésto es verlo para creerlo, pero el problema de la tarde anterior ha sido solucionado en medio de un buen 'culo del mundo'. Mi ángel, feliz de haberme ayudado, se despide casi sin aceptar mis gracias y, a la noche, Álvaro me cuenta que ese fue el único coche que les pasó...
No lo volveré a ver en mi vida. Otra persona más que me ha sacado de un problema a la que no podré devolver el favor. Pero así es este mundo, y ayudar a alguien no implica que esa persona te devuelva la ayuda. Las conexiones son infinitas e imprevisibles, y la oportunidad de echar una mano a alguien se presenta inesperadamente, en otro momento, a un desconocido, tal vez.
En Mongolia, a menudo atraviesas valles, inmensas estepas donde sólo hay yerba pintando la tierra. La 'carretera' es una leve marca que parece una alfombra, la bici avanza silenciosa, kilómetros y kilómetros, bajo un cielo limpio y un horizonte inalcanzable... es lo más parecido a pedalear por el mar. En otros momentos, subiendo un puerto, cruzando bosques o zonas pantanosas, pedalear se convierte en un reto por lo que llaman aquí 'carretera'. Nada que objetar, también en Indonesia llaman café a ese brebaje negro y nadie les ha echado aún de las Naciones Unidas.
En Mongolia, te detienes en los ríos para acampar. Son ríos tortuosos, como serpientes, que buscan en curvas la pendiente necesaria para deslizarse por la pradera. Lentos, silenciosos, a veces tengo la sensación de ser yo quien en la mañana despierto con mi jaleo a las aguas durmientes.
En la tarde, contemplando la panorámica de una naturaleza pura, llega el momento del descanso. Oro. La soledad cae con un abrazo inconfundible que revela unión con la vida. Nada más lejos de esa otra soledad, la urbana, que este reconocimiento de formar parte de un gran universo. Y es por momentos así, por los que cobra sentido dejarlo todo y salir a recorrer el mundo.
Viajas lento, te lavas en agua helada, la dieta es básica, pero son días que transcurren lejos del hormigón y la electricidad, en la pura esencia de la vida. La falta de esa adormidera que llamamos confort impregna de libertad las estepas.
Muchas de las imágenes que asociamos a la idea de libertad están aquí: las águilas sobrevolando cielos limpios, los caballos galopando por las praderas, el viento silbando entre el silencio, los hermosos paisajes con una tienda junto al río en medio de la nada, del silencio....
Silencios hay muchos. Tantos, como colores de la nieve para los esquimales. Y el de Mongolia es muy particular. Es el de una vida que contiene el aliento para calmarse y relajarse. La tierra donde no se ha edificado, que no se ha asfaltado, ensuciado. El impacto humano se detuvo aquí, apenas es, y ha generado un silencio lleno de aire contenido que calma, trae paz, y que se pinta de colores con el chisporroteo de los caballos, los ríos, el viento.
Los amigos traen muchos días de risas y buenos ratos a este silencio.
Shelly ha traído consigo la presencia de Kenny con una fuerza impensable y como un árbol de frutas ha sido mi hermana mayor por unas semanas. Álvaro llena de alegría y complicidad el hombro a hombro; son ya muchas las historias compartidas con este biciclown. Y Joseba + Corinne, la prueba que dos mitades pueden crear una naranja; una maravillosa pareja con un futuro lleno de sueños, más que de ceros en la cuenta bancaria. Disfruto con estas extraordinarios personas el viaje al lago Kovsgol, para continuar sólo después.
Y rumbo hacia el frío, salgo con frío. Nieva en Ulan Baator a finales de Septiembre y me despido en una mañana fresquita a un par de grados bajo cero. Los días empiezan a ser cortos y el frío llega lento, pero llega, sé que en breve tendré que pedalear disfrazado de Juanito Ordiazábal. Mientras tanto disfruto las últimas acampadas en Mongolia, junto a unos cuantas riberas que se mantienen verdes, ahora que con el otoño toda la yerba está amarilleando. Conforme subo a Rusia, aparecen más y más árboles. Es el segundo otoño que veo en este viaje; hojas amarillas y rojas. La taiga está ahí cerca. El primero de octubre, un tipo en bicicleta se presenta en la frontera y muestra un pasaporte con una invitación diplomática.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?
Detrás de la sonrisa maquillada hay un alma de niña que juega a mentir.
- ... Estoy aquí de turismo.... soy china.... la semana que viene me iré a Italia….
Minutos después, sentada detrás de un minero en moto, se despide agitando la mano y lanzando un beso al aire. Fin del juego, fin del sueño, fin de la mentira. Y cuando se agarra al minero regresa al mundo del que querría huir.
Hay lugares de este planeta donde para vivir hay que tener la esperanza de que un día te irás de ahí. Profesiones, que para encarar cada mañana un nuevo día necesitan la esperanza de un final. Y vidas que para sobrellevarlas precisan soñar que la vida va a cambiar. Tuul no tiene suerte y se lleva las tres en línea. En una remota mina de Mongolia se gana la vida como prostituta. Para el minero embrutecido que consigue unos gramos de oro, Tuul representa un día de gloria. Sus manos encallecidas abrazan por unas horas el cuerpo de una mujer hermosa. Un sueño fermentado en semanas bajo el sol se hace realidad, y como un arco iris se desvanece después. Los sueños, sueños son.
La vida para la mayoría de este mundo es una realidad dura, oscura muchas veces, que necesita de sueños, de esperanzas, de cristales rotos, aunque duren lo que dura un arco iris. Una vida de mierda necesita esas burbujas de mentiras, jugar por unas horas a que la vida es bella, y finalmente otra vez bajo el sol buscando oro entre la tierra mojada, soñar, soñar, soñar que un día la suerte cambiará y la vida será bella de verdad.
Tuul, como tantas otras prostitutas de este mundo, tiene en su corazón una mina de oro. Oficio tan asqueroso provoca una enorme compasión. Sólo quien sufre es capaz de ver el sufrimiento ajeno. Y quien sufre, no desea sufrimiento a nadie más. Y mientras haya un príncipe con quien coquetear por unos minutos, soñará que es una princesa, que la llevarán al Castillo y la vida será bella. Mientras exista el sueño y la mentira, la vida será posible.
Naima, una refugiada liberiana, me abordó en una playa de Ghana. Renuncié a su masaje con una sonrisa, 'gracias, pero no'. Naima, joven y guapísima negra de cobalto, insistió, 'no quiero tu dinero, y sé que la posibilidad de que te enamores de mí es mínima, pero déjame intentarlo'.
'Sólo quiero que me digas que mi vida va a cambiar' decía llorando y borracha la protagonista de 'Solas'.
La desesperación ajena es algo difícil de contemplar y salir indemne. Te encallece el corazón.
Hay miles, millones de personas, viviendo una mierda de vida fuera del Castillo. También dentro. Pero dentro, la mentira y el sueño viven codo a codo con la vida bella. A veces, un salto de coraje, un golpe de pequeña suerte, es suficiente para abrir la puerta que te saca de ese horrible lugar. Fuera, lejos del Castillo de lucecitas y juguetitos, Naima, Tuul, y todas las damas de la noche que he conocido, que se han reído de mi bici, de que no tuviese dinero para pagar más que un burdel, acceden al sueño y a la mentira tal vez dos o tres veces en su vida. Tal vez una. Tal vez, nunca. Y cuando acontece el milagro, tras el maquillaje aparece la princesa, la niña a la que llegó su príncipe azul. El sueño se hace realidad, ahí está, mira qué hermoso arco iris tras la tormenta.
En un burdel de Gondar, una de las chicas cogió toda mi ropa cuando me disponía a lavarla, para hacerlo ella. Hablábamos. Me quedé allí tres o cuatro días. A la tarde me llamaba cuando iban a tostar café, la deliciosa ceremonia etíope. Después, entrada la noche me venía a buscar a mi habitación, 'tengo un cliente, me va a pagar diez dólares por la noche, pero…' y me sonreía dulcemente esperando que yo dijese algo, algo como 'no vayas con él y quédate conmigo'.
- Un día yo tendré dinero y vendré por ti - mentí.
Y ella salía con la sonrisa triste a regalar su belleza por diez malditos dólares, y se llevaba mi mentira como un sueño, la promesa que un día su vida cambiará. La esperanza que permite vivir sufriendo.
En Asia, la esperanza para vivir se basa en escapar de la rueda del sufrimiento, semejante a alcanzar el paraíso junto a Dios para los cristianos. Curiosamente, a la par que la historia de Jesús, existe también una personificación que encoraje la fe: la historia de Buda. En ella se cuenta como un príncipe quiso vivir en sus carnes el sufrimiento al que era ajeno en su palacio. Lo encontró, pues, y se cuenta que meditando alcanzó la iluminación y se liberó de la rueda del sufrimiento para siempre.
Al menos, en esa historia hay algo cierto: quien tiene la fortuna de vivir ajeno al sufrimiento, es incapaz de entenderlo.
Pasar a Mongolia es dejar atrás el contaminado cielo chino, pero también la deliciosa gastronomía china y la carretera asfaltada. Diversas huellas de rodadas transcurren más o menos paralelas en una franja de veinte kilómetros. Una de ellas es bastante consistente y estable; las demás, no. Hay también una línea de postes eléctricos y la vía del tren hacia Ulan Baator. Y eso es todo lo que hay, amén de unos cielos límpidos maravillosos.
Cargamos con todo el agua que podemos llevar y nos dirigimos a Sainshand con cierto optimismo. Al atardecer, ocurre una de esas historias que revelan la fragilidad de viajar en bicicleta.
Mi pedal izquierdo comienza a bailar. Paro. Le echo un ojo y algo se preocupa dentro de mi estómago, ésto no huele bien. Un kilómetro después, el pedal se cae; descubro que la rosca de la biela está pasada completamente y no agarra al pedal.
Bien. Acampamos y tratamos de buscar una solución. La africana -atravesar un pedal de madera- no funciona pues el palo con que sostengo mi bici es demasiado liviano y frágil. Probamos con picas de la tienda, y tampoco. Nada. Ok. A cenar. Mañana será otro día.
Al día siguiente planeamos. Álvaro me propone que cuando ellos lleguen a Sainshand buscarán un taxi y vendrán por mí. Yo decido finalmente que no, hay muchas posibilidades de que vengan por una pista distinta a la mía y no nos encontremos.
- No te apures, saldré de ésta. Nos vemos en Sainshand o en Ulan Baator.
En el país Himba caminé dos días con la bici rota. No es algo nuevo. Y tengo la estúpida certeza que un camión va a pasar por esta remota pista.
Empiezo a caminar. A las dos horas escucho el ángel llegar: un flamante todo-terreno coreano. El tipo para y me inquiere con un gesto, '¿qué pasa?'. Le muestro el pedal con la mano, 'ésto pasa'.
En medio del Gobi esa situación no debería generar duda alguna a nadie, y menos para un mongol que sabe lo que es la arena, el sol y el agua. Sin dudarlo, pues, el tipo hace sitio para mis alforjas entre sus mercancías chinas y ata mi bici atrás, en el lugar donde suele haber una rueda de repuesto que no hay. Resulta ser el Carlos Sáinz del Gobi y volamos por la arena a 80 km/h. Pasamos a mis amigos, les doy mi agua y quedamos para encontrarnos en Sainshand.
Al llegar a la ciudad, mi ángel pregunta por una biela y tras varias opiniones de lugareños me lleva a una tienda del centro. Es una mercería donde una señora tiene en una vitrina, además de ropas, dedales y manteles, varios repuestos de bicicletas chinas. Gracias a comprar siempre el material más barato, mi galeón conserva el desfasado, pero universal, eje pedalier cuadrado. Una biela de bici para niños encaja hasta dos tercios del eje, y ésto es verlo para creerlo, pero el problema de la tarde anterior ha sido solucionado en medio de un buen 'culo del mundo'. Mi ángel, feliz de haberme ayudado, se despide casi sin aceptar mis gracias y, a la noche, Álvaro me cuenta que ese fue el único coche que les pasó...
No lo volveré a ver en mi vida. Otra persona más que me ha sacado de un problema a la que no podré devolver el favor. Pero así es este mundo, y ayudar a alguien no implica que esa persona te devuelva la ayuda. Las conexiones son infinitas e imprevisibles, y la oportunidad de echar una mano a alguien se presenta inesperadamente, en otro momento, a un desconocido, tal vez.
En Mongolia, a menudo atraviesas valles, inmensas estepas donde sólo hay yerba pintando la tierra. La 'carretera' es una leve marca que parece una alfombra, la bici avanza silenciosa, kilómetros y kilómetros, bajo un cielo limpio y un horizonte inalcanzable... es lo más parecido a pedalear por el mar. En otros momentos, subiendo un puerto, cruzando bosques o zonas pantanosas, pedalear se convierte en un reto por lo que llaman aquí 'carretera'. Nada que objetar, también en Indonesia llaman café a ese brebaje negro y nadie les ha echado aún de las Naciones Unidas.
En Mongolia, te detienes en los ríos para acampar. Son ríos tortuosos, como serpientes, que buscan en curvas la pendiente necesaria para deslizarse por la pradera. Lentos, silenciosos, a veces tengo la sensación de ser yo quien en la mañana despierto con mi jaleo a las aguas durmientes.
En la tarde, contemplando la panorámica de una naturaleza pura, llega el momento del descanso. Oro. La soledad cae con un abrazo inconfundible que revela unión con la vida. Nada más lejos de esa otra soledad, la urbana, que este reconocimiento de formar parte de un gran universo. Y es por momentos así, por los que cobra sentido dejarlo todo y salir a recorrer el mundo.
Viajas lento, te lavas en agua helada, la dieta es básica, pero son días que transcurren lejos del hormigón y la electricidad, en la pura esencia de la vida. La falta de esa adormidera que llamamos confort impregna de libertad las estepas.
Muchas de las imágenes que asociamos a la idea de libertad están aquí: las águilas sobrevolando cielos limpios, los caballos galopando por las praderas, el viento silbando entre el silencio, los hermosos paisajes con una tienda junto al río en medio de la nada, del silencio....
Silencios hay muchos. Tantos, como colores de la nieve para los esquimales. Y el de Mongolia es muy particular. Es el de una vida que contiene el aliento para calmarse y relajarse. La tierra donde no se ha edificado, que no se ha asfaltado, ensuciado. El impacto humano se detuvo aquí, apenas es, y ha generado un silencio lleno de aire contenido que calma, trae paz, y que se pinta de colores con el chisporroteo de los caballos, los ríos, el viento.
Los amigos traen muchos días de risas y buenos ratos a este silencio.
Shelly ha traído consigo la presencia de Kenny con una fuerza impensable y como un árbol de frutas ha sido mi hermana mayor por unas semanas. Álvaro llena de alegría y complicidad el hombro a hombro; son ya muchas las historias compartidas con este biciclown. Y Joseba + Corinne, la prueba que dos mitades pueden crear una naranja; una maravillosa pareja con un futuro lleno de sueños, más que de ceros en la cuenta bancaria. Disfruto con estas extraordinarios personas el viaje al lago Kovsgol, para continuar sólo después.
Y rumbo hacia el frío, salgo con frío. Nieva en Ulan Baator a finales de Septiembre y me despido en una mañana fresquita a un par de grados bajo cero. Los días empiezan a ser cortos y el frío llega lento, pero llega, sé que en breve tendré que pedalear disfrazado de Juanito Ordiazábal. Mientras tanto disfruto las últimas acampadas en Mongolia, junto a unos cuantas riberas que se mantienen verdes, ahora que con el otoño toda la yerba está amarilleando. Conforme subo a Rusia, aparecen más y más árboles. Es el segundo otoño que veo en este viaje; hojas amarillas y rojas. La taiga está ahí cerca. El primero de octubre, un tipo en bicicleta se presenta en la frontera y muestra un pasaporte con una invitación diplomática.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?