Tras un par de días descansando en el feísimo Abancay, salí rumbo al cañón de Cotahuasi nuevamente con un poco de fiebre, algo preocupado por esta mala salud que arrastraba desde hace un mes. En fin, sabía que el primer día era por pavimento y río abajo. Solo el primer día... Aunque es un desnivel de 2000 metros hasta Antabamba, la pista junto al río está en buenas condiciones y paso muchos kilómetros en un hermoso paisaje de valle. También paso por la última pelea con los malditos jenjenes, que en este lugar son inusualmente grandes y agresivos, sus mordiscos no me dejan una burbujita de sangre, directamente un hilillo rojo brota tras su mordedura. Qué bestias son…
Acampo en Matara, una aldea con una espectacular pampa junto a la humilde iglesia, perfecto. En la casa de al lado, la señora encuentra muy divertido que me quiera duchar con la manguera a estas horas con este frío, y ya limpio, me instalo, y le pregunto.
- Seño, ¿y no lloverá? -le digo señalando unas nubes rojas que se avecinan.
- Hum... no, no va a llover.
Donde manda patrón no manda marinero, y ella vive aquí. Voy por agua, termino de instalarme y acabo de encender la cocina para tomar un cafelito caliente cuando se pone a llover, gotas frías y grandes. En fin...
Las casas son de adobe y suelen tener uno o ningún foco de luz. Mi amigo Xavier (el diseñador de Un viaje de cuento, él vive en Lima) me contaba que hace unos años en las encuestas de consumo se preguntaba cuántos focos de luz tenían en su casa (uno, dos, tres, o más de tres), para establecer la clase social. Me dice que ya eso no ocurre en Lima y en la costa, donde hay más riqueza, pero así sigue siendo en las montañas, donde es raro ver una casa que tenga dos focos de luz. Ninguna calle, ni siquiera la plaza, está pavimentada, y al irse el sol la gente regresa a sus casas del trabajo, algunos dejan herramientas y maquinaria en la casa comunal, andando, salvo alguien en una bicicleta barata, nadie viene en coche ni hay coches aparcados en las calles. En estas aldeas, un coche es una rareza.
Vueltas y vueltas, subo un primer 4000 justito y bajo a un río para terminar durmiendo en Curanto, la última aldea del valle, una aldea de cero focos y dos caños de agua. Es aún pronto, y tras montar la carpa trato de sonreír observando a los niños jugando, con sus caritas llenas de mocos, su dorado tiempo de risas, de felicidad tan breve… unos niños y niñas cuya infancia dura muy poco. Y entonces se acaba la alegría. A veces recuerdo lugares de África aún más desamparados que aquí, sin embargo allí había una alegría que nada tiene que ver con la pobreza andina de rostro surcado por el sufrimiento. Miseria y frío es una combinación letal, quién puede exhibir alegría cuando tras un día duro de trabajo en la pampa, sufriendo el viento, regresas a una casa oscura, fría, de adobe, y duermes sobre una fina colchoneta en un suelo de piedras.
Tras una durísima subida al abra Cotacasa (4870), en la que tengo que empujar con cierta frecuencia, arriba contemplo un cresterío de montañas que asemeja un océano en tempestad, impacta por lo inabarcable que es. Bienvenido al altiplano de Arequipa, Garbancito. Una casi deshabitada tierra entre los 4500 y los 5200 metros, donde solo hay minas y dos aldeas minúsculas surgidas para aprovisionar a mineros y 'estancias', las diminutas casas de piedra y tejado de ichu donde viven los más pobres entre los pobres, los que cuidan rebaños de llamas y alpacas entre los surgimientos de lagunas a casi 5000 metros, los hermosos puquiales. Mi info es que hay 130 kilómetros de incesante montaña rusa.
Subir un tercer paso, que roza la línea cinco mil, resulta un exceso que me deja exhausto. Sin embargo, el problema es que estoy cresteando y justo aquí los puquiales quedan algo más abajo: no hay agua.
A las 5, con una hora para que el sol se ponga, yo no doy más de mí, llego al paso (4950), y cierta esperanza debilitada torna en preocupación. Tras el paso no hay un descenso a un puquial, sino más crestas. No tengo fuerzas para pedalear y empujo dos kilómetros más, con unas vistas increíbles a este mar de montañas y la puesta de sol enrojeciendo las manchas de nieve. Pero el momento es algo preocupante como para disfrutar la belleza, me queda ya tan solo media hora de luz…, aquí, al irse el sol la temperatura cae hacia los 15 bajo cero con una velocidad de espanto.
Empujo la bici una vez más, monto, empujo, monto, y por fin doy con el final del cresterío para ver un breve descenso hasta un nacimiento de aguas, un bonito puquial con una laguna 100 metros debajo. ¡Salvado! Es algo difícil de explicar la alegría que siento, comenzaba a preocuparme…
Prioridad primera: coger agua para beber, cenar y desayunar, mañana no habrá agua, estará congelado todo. Segunda: refugio, rápidamente monto la tienda y saco mi equipaje. Tercera: ¿comer? No, pese a que llevo todo el día malcomiendo galletas, la tercera de mis necesidades es descansar. Me tumbo y me echo el saco de dormir encima. Mi espalda siente la relajación de la colchoneta centímetro a centímetro, desde las lumbares hasta los hombros voy notando un curioso dominó cayendo que es el estrés muscular llegando a su fin, centímetro a centímetro mi espalda se acopla a la colchoneta, se da cuenta que acabó el esfuerzo, que no necesita más tensión, y un peso infinito termina por colocar mis hombros en descanso. Siento que mi cuerpo pesa diez toneladas, y casi me quedo dormido.
Cuarta prioridad: comer. Contra esas ganas de dormirme, me incorporo y preparo un cuarto de kilo de pasta, algo que a estas alturas no es ninguna delicia al dente, más bien chicloso, alimento al fin y al cabo, gasolina para el día de mañana. Quinta prioridad: sonreír, recordar… menudo día, capitán, no apures tanto en lo sucesivo y vamos a tratar de acampar a las 4 para evitar sustos como éste...
Han sido realmente unas jornadas extremas en este altiplano, días en los que el viaje se acerca más a la supervivencia que al solaz del cicloturismo. Comer, avanzar, descansar a la noche, un continuo esfuerzo entre breves intervalos de descanso obligado, que no son para tomar un cafelito sino para tomar aliento, jodido con la hipoxia de la altitud. Hasta la comida prescinde del mínimo capricho y solo sirve para aportar gasolina.
Tres días de descanso en Cotahuasi me costó la ruta de Abancay... sin caminar mucho más que de mi hostal al restaurante, además, para salir de aquí me espera otro tramo duro que comienza con una subidón de 2000 metros, hasta los 4700, a las pampas del nevado Coropuna.
Tras subir arriba, cruzo esta desolada pampa, hermosa sin embargo, donde la pista es muy arenosa, siempre con el Coropuna a mi derecha, al que voy pasando lentamente, sus diferentes cotas, los glaciares… el paso (4900) es muy suave, apenas tiene pendiente, pero el viento lo hace eterno, y cuando al tercer día llego a Orcopampa, un pueblo minero, lo hago otra vez muy cansado. No es la dureza de la ruta anterior y sin embargo, a la mañana siguiente, cuando despierto descubro que mi estómago está empeorando y no tengo fuerzas para pedalear.
Las medicinas curaron mis dientes, pero me han dejado sin apenas capacidad digestiva, estoy subiendo muy lento y cansado, cada esfuerzo pesa toneladas en estos días, necesito un descanso total, necesito llegar al Cusco…
Llego a un primer paso antes del Ares, una pampa abierta ventosa. En teoría, ya solo tengo dos suaves cuatromiles más, pero durante esta mañana un temporal venido del oeste comienza a pintar todo de mal aspecto y es obvio que va a caer una nevada, cielo de borrego sucio... y cae la primera ventisca.
Son varias tormentas sucesivas hasta que cruzo por fin el abra Ares (4870), y yo alterno la subida con ellas, cuando paran, yo paro y me quito la chaqueta de invierno, cuando vuelve a granizar, vuelvo a abrigarme. Justo la última parece algo seria, pero afortunadamente tras un rato de mucha nieve se desvía hacia el norte. Cuando me detengo en el Ares, antes de bajar al río, veo que ha dejado todas las montañas nevadas en apenas veinte minutos… Yo desciendo, me instalo en el río y para las 4 ya estoy dentro de mi tienda preparando un chocolate caliente. A descansar, que la jornada ha sido una vez más agotadora, no tiene piedad Arequipa... con la puesta de sol parece que el cielo está abriéndose, se acabó el nublado...
La carretera está muy nevada y, debido al viento y al frío, bastante dura, me encuentro 3 camiones varados que no pueden subir al paso Ares. Yo voy con mucho cuidado, aunque patino con frecuencia y mi bici cae al suelo en varias ocasiones. Cuando llego a la aldeita veo que hay un par de restaurantes que atienden a mineros y decido volver a desayunar, el sol quiere salir y tal vez derrita nieve, o la ablande, porque de esta manera no puedo ni soñar en subir el siguiente paso que tengo por delante.
Sin embargo, la mañana no mejora, todo lo contrario, cada vez está más cerca la siguiente ventisca. Un todoterreno en dirección contraria me dice que la nieve no está muy mal, que puedo llegar al paso de Caylloma y después ya no hay nieve. Desconfío… la información de los peruanos suele distar mucho de la realidad, sin embargo, si vuelve a nevar mañana será peor. Tengo que intentarlo, en el peor de los casos, puedo dar marcha atrás.
Esa tarde, cuando estoy comiendo en un restaurante de Caylloma, escucho a un tipo en una mesa cercana decirle a otro, ‘Valiente, el gringo, lo he pasado arriba en la pampa, en esa bicicleta, nevando...’ La satisfacción siempre es personal y no necesito ningún aplauso, pero os aseguro que en esta ocasión me sentó de maravilla escuchar ese comentario.
Solo me queda una jornada para llegar al asfalto, y un par de cuatromiles nada más… ya puedo sentirme descansando en Cusco, solo queda la trocha de los 3 cañones, en tres días podré tomar un capuccino… el confort…
Ni por esas, caray, ni por esas. La carretera, efectivamente está asfaltada y tras los dos puertos es casi plana, con leves descensos, pero el temporal no amaina y Eolo no está dispuesto a que yo entre en Cusco tranquilamente. Tengo que pasar dos días luchando contra el viento y mojado con unas gotas de lluvia heladas, parece casi hielo cuando siento la chaqueta mojarse. En fin… que se jodan los dioses porque llegué, quisieran ellos o no. Y aquí, en el confort de La Estrellita, un agradable hostal donde concurrimos los ciclistas, 4 euros son suficientes para una cama, ducha caliente, desayuno y una cocina para hartarme de beber cafelitos… lo que me deja de piedra es la reacción de mi cuerpo tras apenas 4 días de descanso: a una velocidad de vértigo, mi diarrea desaparece, mis fuerzas regresan, y hasta recupero el color rojo bajo los párpados. Qué cosas, qué bueno es descansar de vez en cuando…
Aquí me entero también de las malas noticias de este temporal: decenas de gente muerta y desaparecida, y más de veinte mil alpacas muertas. Menos mal que pude bajar a Caylloma…
Cusco no solo es la ciudad más turística de América sino también un lugar emblemático para ciclistas en busca de un descanso. Aquí se deja atrás una excesiva dureza de montañas y se afronta el penúltimo tramo hacia Ushuaia, la ruta a Santiago de Chile. En mi caso, los rodeos por 'trochas carrozables' que he hecho en este país realmente me han agotado, en el literal sentido de la palabra, y tras este durísimo altiplano de Arequipa he llegado a Cusco demasiado delgado y sin haber recuperado la salud; cuando gran parte de tus energías son utilizadas para poder adaptarse a los cinco mil metros y avanzar ahí, no queda demasiado para asuntos internos. Ahora, tiempo de descansar, de otros menesteres, y de recuperar fuerzas.
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