INDONESIA 2.
De Borneo cruzo a Sulawesi, las antiguas Célebes, y allí me encuentro de nuevo con Adam para pedalear juntos en las montañas Toraya. Es agosto, tiempo de ceremonias funerarias; al coincidir con las vacaciones europeas, hay bastante turismo y algunos toraya negocian con ello. Al pasar con las bicis por un par de ellas, nos invitan, pero no coincidimos con ningún momento estelar, así que tampoco duramos demasiado, impacientes; hemos venido a Sulawesi por las selvas. Rantepao nos cura de la absurda prisa y tenemos que parar un par de días, pues yo tengo una fiebre que ignoro de dónde viene. Me temo que es cansancio acumulado y el cuerpo no sabe cómo decirme que pare. Le pido una prórroga para llegar a una playa bonita y descansar bajo cocoteros.
Por fin llegamos al centro de la isla, donde un bonito lago precede a la deshabitada región de altas montañas y selva frondosa que queremos visitar. Tan impresionante como única, tiene muchos endemismos tropicales, como unas curiosas palmeras que asemejan paraguas rotos. Y unas carreteras donde nos dejamos el alma, en muy mal estado, con mucha roca y arena. Pero da igual. La única preocupación es encontrar a la noche un espacio para las dos tiendas y un río para beber y lavarnos, el resto del día pedaleamos con mucho esfuerzo pero con la boca abierta; las selvas de Sulawesi son un increíble pulmón virgen. Desde unas montañas que superan los dos mil metros, de golpe bajamos al valle de Daba y la vista es inolvidable: un hueco de luz y fertilidad aparece en medio de estas cordilleras selváticas. Varias aldeas en torno a un río, y campos de arroz por doquier. Una tierra amable, plana y fértil donde la gente vive casi aislada del resto de Sulawesi. Sensación de Edén olvidado del mundo. El único acceso para coches es por donde venimos nosotros, y supone un día de todo-terreno hasta la primera ciudad con mercancías. El resto de sus caminos son sólo posible en moto o a pie, ¡o en bici!
Acampamos junto a Palindo, el más grande de unos monolitos antiguos que hay en el valle; una curiosa figura masculina con un enorme pene.
Cuando llego a Kuta-Lombok, descubro lo difícil que es buscarse la vida en un paraíso tropical en plena temporada alta, con todo lleno y la ratonera más barata a diez dólares. No es sólo por el turismo de verano, la mayoría de los mochileros hoy día tiene una filosofía más próxima a la comodidad pagada, que a la tradición mochilera de 'cómomelohagoconpocodinero'. Pocos de ellos van a la estación de autobuses para viajar barato y mezclarse con los locales, sino que pagan costosos mini-buses que les recogen en la puerta de un hotel y les dejan en otro. Siquiera se molestan en ir a la embajada a pedir un visado, pues una agencia puede ahorrar esa 'pérdida de tiempo'. Cenan en pizzerías y se lavan los dientes con agua mineral. Esta transformación del turismo que, lenta pero firmemente, está borrando las opciones de 'hágaseloustedtodoyviajebarato' genera una presión incómoda, pues los mochileros ricos dejan más dinero que los hippies, claro. Y ocurre que, 'ya sé que te estoy pidiendo el doble por este plato de arroz pero es que detrás de ti van a venir diez más que no se plantean lo que cuesta y lo van a pagar'. Lo cual no es malo porque a los pobres nos agudiza el ingenio y al final siempre damos con alguien que nos mira con simpatía y cierta fraternidad. Siempre hay alguien que aprecia al que hace el esfuerzo de hablar su lengua, comer su comida, conocer sus costumbres, al que se mezcla.
Los indonesios son una de las gentes más cálidas de Asia, y la familia del campamento me adopta literalmente al segundo día, me tratan como a uno de la familia durante diez días.
- Mañana no vayas a ningún lugar por la tarde, Salva. Tenemos un cumpleaños.
Resulta ser el primer aniversario del primer nieto. Un dispendio desmesurado, incluso sabiendo que les va bien en el negocio.
- ¿El primer nieto es algo especial? -le pregunto a la madre del bebé.
- No, nada de eso.
- Y entonces, ¿todo este lujo lo celebráis en cada cumpleaños?
- Pues claro que no. ¡Sólo cuando tenemos dinero!
Así son. Las antípodas de Occidente. Aquí no se ahorra, viven el presente y cuando tienen un dinero extra lo celebran, que la vida son cuatro días. Felices, sin preocupaciones por una cuenta bancaria que no existe.
'El dinero que ganas, que ahorras, que mantienes, no es tuyo hasta que no te lo gastas' dicen en las islas. Mundos distintos.
Me despido de mi familia indonesa y cruzo al otro lado de la isla para subir al volcán Rinjani, que lleva unos meses expulsando lava. Tras un tiempo de precaución, parece que la actividad no va a más y han decidido reabrir las visitas. Dos mil metros arriba y abajo para dormir en una joya de este planeta. El cráter aloja entre selva un precioso lago de color esmeralda, dentro del cual hay un segundo volcán, como una isla, y éste es el que emana lava, que fluye hacia las aguas verdosas. En la noche oscura una lengua roja de lava bajando al lago acompaña al brillo de las estrellas. Algo que no veo todos los días.
Tras casi cuatro meses en sus islas, dejo Indonesia con el corazón roto.
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