MALAWI.
La gente lo llamó 'el lago de las botellas'. Un pequeño lago, estrecho como para ver las dos orillas y largo para dotarlo de sur y norte. En la época de lluvias el viento sopla desde el sur, creando a veces un oleaje que impide salir a los pescadores; y en la época seca, el viento viene del norte y las aguas son mas tranquilas. En un país donde no se escribía la historia, es un misterio como comenzó todo. Timbas del norte y del sur arreglaron matrimonios, funerales, jefaturas, siempre a través del lago. Los más viejos dicen que antes de las botellas, el norte y el sur se comunicaban a través de signos en trozos de bambú; pero llegaron los blancos y con todo lo que trajeron y se llevaron, llegó la escritura.
Nadie recuerda cuando empezaron a enviar los mensajes en botellas, pero fue el padre André, él que un día comentó a sus colegas que le había parecido ver un montón de botellas flotando en el lago. Fue un comentario olvidado hasta que el padre Ferdinand volvió de una misa en la iglesia del sur comentando lo excitado que estaba el poblado a la espera de ciertas botellas en particular. Al día siguiente bajaron todos y encontraron a multitud de niños y mujeres en la orilla señalando algunas botellas que lentamente venían del norte. Era el clásico ambiente africano de fiesta.
En la casa del jefe, ordenados meticulosamente, había docenas de papeles escritos con letra de niño y un gran número en el encabezado. Los padres pidieron leerlos, pero el jefe rehusó:
- Faltan por llegar muchas botellas y el mensaje no tiene sentido aún.
Una semana más tarde, el mensaje se terminó de completar. Trescientas veinte botellas, trescientos veinte mensajes, que de modo historiado relataban los acontecimientos más importantes ocurridos en el norte.
- Ahora - explicó el jefe al atónito padre André, - tenemos que empezar a escribir nuestras noticias y esperar a los vientos del sur para enviar las botellas.
Durante años fue una curiosa anécdota de un pequeño país africano, conocida sólo entre misioneros y los pocos blancos que a veces cazaban búfalos en las orillas del lago. Un día, un viajero extraviado paró en una de las misiones sobre el lago, y con alegría e inocencia, los padres le contaron lo que ya era una tradición asentada en la que viajaban cada año más botellas.
- El último, tres mil cien botellas - dijeron alegres. - Mandarían más, pero aquí es difícil conseguirlas, apenas hay carreteras.
Poco a poco, el lago comenzó a ver la llegada de turistas aventurados, y todos lo celebraban, orgullosos de sentirse importantes. Con el deseo de ayudar, un italiano emocionado, al volver a casa creó una pequeña ONG, 'Botellas sin fronteras', y envió al norte del lago, el mejor comunicado, un camión con medio millón de botellas donadas por niños de escuelas italianas. Ciertamente era espectacular contemplar medio millón de botellas flotando en el bonito y azul lago, rumbo norte, rumbo sur.
Con la globalización, llegó también el negocio, y los Timbas del norte ofrecieron a los turistas mandar sus propios mensajes en botellas y llevarlos después al sur para recogerlas allí, tras pasar en el ínterin varios días de safaris por los parques de la orilla oeste. Los turistas se llevaban el papelito en papel cuadriculado, con un artesanal sello de la oficina de correos Timba, creada por iniciativa de 'Carteros sin fronteras'. A veces se llevaban también la botella, a quince dólares, pero la mayoría permanecían en el lago y se incrementaban sin cesar hasta que llegaron al millón. Algunos dijeron que era más emocionante ver un millón de botellas flotando en el lago que un millón de ñúes migrando en el Serenguetti.
Pero el numero de botellas comenzó a preocupar a los ecologistas franceses, que volaron hasta el lago para estudiar el efecto nocivo de dos millones de vidrios flotando en el lago. Concluyeron que el ecosistema estaba amenazado y presionaron a los Timbas para volver al sistema del bambú. No lo consiguieron, pero a cambio de paneles solares gratis, redujeron ostensiblemente el número a cien mil.
En la era del móvil, los mensajes en botellas resultaban absurdos y la totalidad de los emisores eran turistas, que tras la reducción del número pagaban veinticinco dólares por mensaje y cincuenta por la botella. Para los turistas apresurados, les ofrecían lanzarlos a sólo cinco kilómetros de la orilla, y en un par de días de sol y baños idílicos se ponían morenos mientras observaban expectantes la llegada de botellas, ansiando que fuera la suya.
Unos emprendedores timbas crearon una página web a través de la cual se podían mandar mensajes desde Europa a los amigotes de vacaciones en el lago. Como era de esperar, otros lagos de África del Este se sumaron al boyante negocio, aunque no todos tenían las periódicas mareas, y los mensajes se lanzaban desde una motora, quinientos metros lago adentro. Coleccionar mensajes de todos los lagos africanos pronto llegó a ser una moda en Holanda y Alemania. Había de todo; desde botellas personalizadas, a botellas de principio de siglo, originales del primer envío del primer lago… hasta canoas de juguete en las que enviar la botella con un pequeño motor de baterías reciclables.
National Geographic le dedicó un extra tratando de aclarar el origen de los mensajes, y un desertor de la NASA relacionó los antiguos signos en los bambúes con las líneas de Nazca en Perú, para probar taxativamente la presencia extraterrestre en los albores del planeta Tierra. Finalmente, en 2007, el Lago de las Botellas llegó a estar entre los candidatos a las nuevas Siete Maravillas del mundo.
Al sur y este del lago Malawi está la tierra de los yao, que viven en ambos países, pero en los últimos años Malawi se ha puesto de moda entre las ONGs, al igual que fue Etiopía durante los 80, y la ayuda internacional eleva el nivel de vida a los yao malawienses, con sus luces y sus sombras. Los niños a mi paso no cesan de gritar, 'mzungu, give me money'.
En África, el regalo desde quien tiene más a quien tiene menos es una costumbre milenaria, una forma de crear respeto y clases sociales. También crea una constante mendicidad, que desde el punto de vista europeo carece de dignidad. Sin embargo, para ellos es absolutamente normal pedir a quien tiene más, y no sólo ocurre hacia los turistas y los cooperantes, sino en la misma aldea, entre la misma familia. La obligación de dar cuando se tiene refuerza la cohesión entre los lazos de la 'familia alargada' africana, mantiene a las clases sociales sin grandes diferencias, y también frena el desarrollo, pues pocos quieren esforzarse en tener éxito si han de compartir las ganancias de su sudor con sus parientes más indolentes.
En Malawi, como en tanto otro lugar, hay eficaces proyectos internacionales y también muchas ONGs repartiendo dinero a cambio de nada; quieren ganar adeptos religiosos o simplemente no saben qué hacer con el dinero que les sobra de las donaciones occidentales. Muchos turistas también dan dinero a los niños para quitárselos de encima, o con el llamado 'síndrome de Papa Noel', vienen a África cargados de regalos para los niños, que ellos revenden. Esta situación descontrolada causa que los niños prefieran pedir a ir a la escuela. Aprenden a generar lástima, pues posando con teatral gesto de hambre y señalándose la barriga, llegan a su casa con el triple o cuádruple del dinero que sus padres pueden obtener trabajando… Hay voces africanas que propugnan desenganchar el continente de la ayuda internacional, y generar un desarrollo propio, con una relación más equilibrada entre inversión y explotación. Pero los países ricos no están por la labor, la ayuda internacional camufla y pinta de rosa terribles injusticias: la explotación de las materias primas, el sostenimiento de la deuda externa y la protección del mercado. África no tiene dirigentes de la talla del señor Lula, y a cambio de llevarse diamantes o petróleo, ningún presidente exige que les abran el mercado para sus tomates o su maíz. El dinero se queda en los altos cargos, y al pueblo africano le quedan las ONGs y los turistas con bolsas llenas de bolígrafos de regalo.
Mi idea era cruzar el país bastante rápido, pero me encuentro alternando días de pedaleo con días de estancia tranquila y paradisiaca en este lago que parece un cuadro de Sorolla. Muy hermoso. ¿Quién quiere moverse de sus puestas de sol, de los baños en agua cálida y clara?
También tengo dudas. Desde Malawi, la ruta hacia el norte se abre hacia tres países, Zambia, Tanzanía y Mozambique, y no tengo claro por dónde seguir. Trato de averiguar si puedo obtener visado mozambiqueño en Cobue, cruzando el lago, y algunos me dicen que no y otros que sí. En Nkhata bay, la inglesa del campamento donde duermo me dice que no con seguridad, y en la oficina de Inmigración me dicen que si a todo lo que pregunto, sea lo que sea. Uno de esos momentos africanos que por un lado me irritan y por otro me entusiasman, en todo caso nada aburridos: la incertidumbre y contradicción en la información. Decido visitar las montañas de Livingstonia, y hacer algo de ejercicio que me aclare las ideas. El antiguo asentamiento médico del doctor Livingstone está situado en un privilegiado lugar, a mil metros sobre el nivel del lago, con unas vistas de ensueño. Allí, con mi tienda plantada al borde de un precipicio de caída libre, abro el mapa y decido regresar a Mozambique, pese a la incertidumbre del visado.
En el camino de regreso me desvío al Parque nacional de Wvaza, fronterizo con Zambia, donde se puede acampar literalmente en medio de un camino de elefantes, y paso unos días inolvidables. El Parque tiene un pequeño lago, donde viven hipopótamos, que los elefantes cruzan a menudo. Pese a que los rangers me regañan varias veces por acercarme al lago, finalmente me dejan a mi aire, y al atardecer, consigo ver cruzar a veintiocho elefantes con el lago y las colinas al fondo, bajo la sombra de una acacia y contra viento, que evite llevar mi olor a los paquidermos. Tan cerca de ellos. Qué maravilla. Hoy día no es fácil tener esa experiencia en África, cuando todos los Parques obligan a ir en un coche o contratar a un guía armado.
También regreso al lago con la parrilla delantera rota; la soldadura de Cape Town no ha aguantado el trajín de las pistas montañosas. Y en fin, remiendo sobre remiendo. Vida africana: no encuentras nada de calidad pero siempre hay una solución sobre la última solución del último problema; viajar tirando. En Mzuzu no puedo encontrar soldadura para aluminio, pero sí unas abrazaderas metálicas que hacen el avío; no puedo encontrar neumáticos buenos, pero un zapatero me cose los laterales de las cubiertas reventadas; no hay llave fija del 14, pero sí hay una del 18 y con dos monedas en un lado hacen la medida del 14. Termino de convencerme que no debo llevar nada de aluminio y sigo viajando. Nada es demasiado grave por ahora, aunque las hormigas del Rift han empezado a agujerear el suelo de mi tienda…
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?
La gente lo llamó 'el lago de las botellas'. Un pequeño lago, estrecho como para ver las dos orillas y largo para dotarlo de sur y norte. En la época de lluvias el viento sopla desde el sur, creando a veces un oleaje que impide salir a los pescadores; y en la época seca, el viento viene del norte y las aguas son mas tranquilas. En un país donde no se escribía la historia, es un misterio como comenzó todo. Timbas del norte y del sur arreglaron matrimonios, funerales, jefaturas, siempre a través del lago. Los más viejos dicen que antes de las botellas, el norte y el sur se comunicaban a través de signos en trozos de bambú; pero llegaron los blancos y con todo lo que trajeron y se llevaron, llegó la escritura.
Nadie recuerda cuando empezaron a enviar los mensajes en botellas, pero fue el padre André, él que un día comentó a sus colegas que le había parecido ver un montón de botellas flotando en el lago. Fue un comentario olvidado hasta que el padre Ferdinand volvió de una misa en la iglesia del sur comentando lo excitado que estaba el poblado a la espera de ciertas botellas en particular. Al día siguiente bajaron todos y encontraron a multitud de niños y mujeres en la orilla señalando algunas botellas que lentamente venían del norte. Era el clásico ambiente africano de fiesta.
En la casa del jefe, ordenados meticulosamente, había docenas de papeles escritos con letra de niño y un gran número en el encabezado. Los padres pidieron leerlos, pero el jefe rehusó:
- Faltan por llegar muchas botellas y el mensaje no tiene sentido aún.
Una semana más tarde, el mensaje se terminó de completar. Trescientas veinte botellas, trescientos veinte mensajes, que de modo historiado relataban los acontecimientos más importantes ocurridos en el norte.
- Ahora - explicó el jefe al atónito padre André, - tenemos que empezar a escribir nuestras noticias y esperar a los vientos del sur para enviar las botellas.
Durante años fue una curiosa anécdota de un pequeño país africano, conocida sólo entre misioneros y los pocos blancos que a veces cazaban búfalos en las orillas del lago. Un día, un viajero extraviado paró en una de las misiones sobre el lago, y con alegría e inocencia, los padres le contaron lo que ya era una tradición asentada en la que viajaban cada año más botellas.
- El último, tres mil cien botellas - dijeron alegres. - Mandarían más, pero aquí es difícil conseguirlas, apenas hay carreteras.
Poco a poco, el lago comenzó a ver la llegada de turistas aventurados, y todos lo celebraban, orgullosos de sentirse importantes. Con el deseo de ayudar, un italiano emocionado, al volver a casa creó una pequeña ONG, 'Botellas sin fronteras', y envió al norte del lago, el mejor comunicado, un camión con medio millón de botellas donadas por niños de escuelas italianas. Ciertamente era espectacular contemplar medio millón de botellas flotando en el bonito y azul lago, rumbo norte, rumbo sur.
Con la globalización, llegó también el negocio, y los Timbas del norte ofrecieron a los turistas mandar sus propios mensajes en botellas y llevarlos después al sur para recogerlas allí, tras pasar en el ínterin varios días de safaris por los parques de la orilla oeste. Los turistas se llevaban el papelito en papel cuadriculado, con un artesanal sello de la oficina de correos Timba, creada por iniciativa de 'Carteros sin fronteras'. A veces se llevaban también la botella, a quince dólares, pero la mayoría permanecían en el lago y se incrementaban sin cesar hasta que llegaron al millón. Algunos dijeron que era más emocionante ver un millón de botellas flotando en el lago que un millón de ñúes migrando en el Serenguetti.
Pero el numero de botellas comenzó a preocupar a los ecologistas franceses, que volaron hasta el lago para estudiar el efecto nocivo de dos millones de vidrios flotando en el lago. Concluyeron que el ecosistema estaba amenazado y presionaron a los Timbas para volver al sistema del bambú. No lo consiguieron, pero a cambio de paneles solares gratis, redujeron ostensiblemente el número a cien mil.
En la era del móvil, los mensajes en botellas resultaban absurdos y la totalidad de los emisores eran turistas, que tras la reducción del número pagaban veinticinco dólares por mensaje y cincuenta por la botella. Para los turistas apresurados, les ofrecían lanzarlos a sólo cinco kilómetros de la orilla, y en un par de días de sol y baños idílicos se ponían morenos mientras observaban expectantes la llegada de botellas, ansiando que fuera la suya.
Unos emprendedores timbas crearon una página web a través de la cual se podían mandar mensajes desde Europa a los amigotes de vacaciones en el lago. Como era de esperar, otros lagos de África del Este se sumaron al boyante negocio, aunque no todos tenían las periódicas mareas, y los mensajes se lanzaban desde una motora, quinientos metros lago adentro. Coleccionar mensajes de todos los lagos africanos pronto llegó a ser una moda en Holanda y Alemania. Había de todo; desde botellas personalizadas, a botellas de principio de siglo, originales del primer envío del primer lago… hasta canoas de juguete en las que enviar la botella con un pequeño motor de baterías reciclables.
National Geographic le dedicó un extra tratando de aclarar el origen de los mensajes, y un desertor de la NASA relacionó los antiguos signos en los bambúes con las líneas de Nazca en Perú, para probar taxativamente la presencia extraterrestre en los albores del planeta Tierra. Finalmente, en 2007, el Lago de las Botellas llegó a estar entre los candidatos a las nuevas Siete Maravillas del mundo.
Al sur y este del lago Malawi está la tierra de los yao, que viven en ambos países, pero en los últimos años Malawi se ha puesto de moda entre las ONGs, al igual que fue Etiopía durante los 80, y la ayuda internacional eleva el nivel de vida a los yao malawienses, con sus luces y sus sombras. Los niños a mi paso no cesan de gritar, 'mzungu, give me money'.
En África, el regalo desde quien tiene más a quien tiene menos es una costumbre milenaria, una forma de crear respeto y clases sociales. También crea una constante mendicidad, que desde el punto de vista europeo carece de dignidad. Sin embargo, para ellos es absolutamente normal pedir a quien tiene más, y no sólo ocurre hacia los turistas y los cooperantes, sino en la misma aldea, entre la misma familia. La obligación de dar cuando se tiene refuerza la cohesión entre los lazos de la 'familia alargada' africana, mantiene a las clases sociales sin grandes diferencias, y también frena el desarrollo, pues pocos quieren esforzarse en tener éxito si han de compartir las ganancias de su sudor con sus parientes más indolentes.
En Malawi, como en tanto otro lugar, hay eficaces proyectos internacionales y también muchas ONGs repartiendo dinero a cambio de nada; quieren ganar adeptos religiosos o simplemente no saben qué hacer con el dinero que les sobra de las donaciones occidentales. Muchos turistas también dan dinero a los niños para quitárselos de encima, o con el llamado 'síndrome de Papa Noel', vienen a África cargados de regalos para los niños, que ellos revenden. Esta situación descontrolada causa que los niños prefieran pedir a ir a la escuela. Aprenden a generar lástima, pues posando con teatral gesto de hambre y señalándose la barriga, llegan a su casa con el triple o cuádruple del dinero que sus padres pueden obtener trabajando… Hay voces africanas que propugnan desenganchar el continente de la ayuda internacional, y generar un desarrollo propio, con una relación más equilibrada entre inversión y explotación. Pero los países ricos no están por la labor, la ayuda internacional camufla y pinta de rosa terribles injusticias: la explotación de las materias primas, el sostenimiento de la deuda externa y la protección del mercado. África no tiene dirigentes de la talla del señor Lula, y a cambio de llevarse diamantes o petróleo, ningún presidente exige que les abran el mercado para sus tomates o su maíz. El dinero se queda en los altos cargos, y al pueblo africano le quedan las ONGs y los turistas con bolsas llenas de bolígrafos de regalo.
Mi idea era cruzar el país bastante rápido, pero me encuentro alternando días de pedaleo con días de estancia tranquila y paradisiaca en este lago que parece un cuadro de Sorolla. Muy hermoso. ¿Quién quiere moverse de sus puestas de sol, de los baños en agua cálida y clara?
También tengo dudas. Desde Malawi, la ruta hacia el norte se abre hacia tres países, Zambia, Tanzanía y Mozambique, y no tengo claro por dónde seguir. Trato de averiguar si puedo obtener visado mozambiqueño en Cobue, cruzando el lago, y algunos me dicen que no y otros que sí. En Nkhata bay, la inglesa del campamento donde duermo me dice que no con seguridad, y en la oficina de Inmigración me dicen que si a todo lo que pregunto, sea lo que sea. Uno de esos momentos africanos que por un lado me irritan y por otro me entusiasman, en todo caso nada aburridos: la incertidumbre y contradicción en la información. Decido visitar las montañas de Livingstonia, y hacer algo de ejercicio que me aclare las ideas. El antiguo asentamiento médico del doctor Livingstone está situado en un privilegiado lugar, a mil metros sobre el nivel del lago, con unas vistas de ensueño. Allí, con mi tienda plantada al borde de un precipicio de caída libre, abro el mapa y decido regresar a Mozambique, pese a la incertidumbre del visado.
En el camino de regreso me desvío al Parque nacional de Wvaza, fronterizo con Zambia, donde se puede acampar literalmente en medio de un camino de elefantes, y paso unos días inolvidables. El Parque tiene un pequeño lago, donde viven hipopótamos, que los elefantes cruzan a menudo. Pese a que los rangers me regañan varias veces por acercarme al lago, finalmente me dejan a mi aire, y al atardecer, consigo ver cruzar a veintiocho elefantes con el lago y las colinas al fondo, bajo la sombra de una acacia y contra viento, que evite llevar mi olor a los paquidermos. Tan cerca de ellos. Qué maravilla. Hoy día no es fácil tener esa experiencia en África, cuando todos los Parques obligan a ir en un coche o contratar a un guía armado.
También regreso al lago con la parrilla delantera rota; la soldadura de Cape Town no ha aguantado el trajín de las pistas montañosas. Y en fin, remiendo sobre remiendo. Vida africana: no encuentras nada de calidad pero siempre hay una solución sobre la última solución del último problema; viajar tirando. En Mzuzu no puedo encontrar soldadura para aluminio, pero sí unas abrazaderas metálicas que hacen el avío; no puedo encontrar neumáticos buenos, pero un zapatero me cose los laterales de las cubiertas reventadas; no hay llave fija del 14, pero sí hay una del 18 y con dos monedas en un lado hacen la medida del 14. Termino de convencerme que no debo llevar nada de aluminio y sigo viajando. Nada es demasiado grave por ahora, aunque las hormigas del Rift han empezado a agujerear el suelo de mi tienda…
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?