En una época muy diferente -la seca- visito otra vez las maravillas de esta comarca rara, la quebrada de jaspe, los ríos de tanino, las cascadas… todo tiene mucha menos agua (y conforme subo al norte, también cada día llueve menos), pero la belleza es la misma que trece años atrás, diferentes colores nada más. Lo que no ha cambiado es la terrible plaga de puripuris -los jenjenes-, que aquí son especialmente voraces y numerosos, tal vez, otro recurso de la Sabana para ahuyentar pobladores.
Las acampadas junto a un río color de té son hermosas, pero también una pelea contra los malditos bichos, que al atardecer se vuelven locos. Si durante el día pican constantemente, son un auténtico incordio, al atardecer son un ejército de cabrones desesperados por cenar antes de acostarse, vienen por todos lados, rapídisimos, y tienen la estrategia de morder en los trozos de piel alejados de los ojos, en los muslos, en los tríceps... malditos. Conforme se pone el sol llega el relevo, los puri-puri se van a dormir y les relevan los zancudos, como en el pressing-catch. El puripuri sale del cuadrilátero y Give me five con el zancudo que entra directo a clavar su aguijón tirándose en plancha. En fin... rápido como una lagartija me desnudo y me meto en el río antes que me devoren, cientos de ellos, como una nube, están sobre mí, sobre mi cabeza, esperando que saque el cuerpo del agua para acribillarme. Tengo que enjabonarme como un molino de viento, como un pulpo, para que me piquen lo menos posible. Por fin, ya seco, con los vaqueros y la camisa de manga larga, me instalo y disfruto el paraíso. Qué bonita es la vida del aventurero.
Decía Krishnamurti, ‘Ama como si nunca te hubieran herido’, y a mí me gustaría llegar a cada lugar ‘como si nunca hubiera viajado’. Cierta melancolía me invade al recordar el impacto que la Gran Sabana hizo en mí trece años atrás, más joven, más impresionable. El lugar, con sus ríos bellísimos, las cascadas, los tepuyes, tan remoto y solitario, deshabitado, su aura de muerte, tierra estéril, llenó de sueños mi cabeza. Fue la primera vez que quise dejar mi vida en España y seguir viajando sin billete de regreso. No lo hice, y quedó esa deuda pendiente.
Ahora, la deuda está pagada, estoy cumpliendo mi sueño, he visto más mundo del que jamás hubiera pensado, he conocido tribus, ciudades, tengo amigos por todo el planeta… y ahora, la Gran Sabana, siendo tan hermoso rincón suramericano, ya no me impresiona como entonces. Ya no puedo pretender mirar cada rincón como si acabara de salir de casa con veinte años.
Tras varios días de sabana, dejo atrás el desvío de Caicara y entro en el ramal que va a Puerto Ayacucho, una carretera que supuestamente ha asfaltado tres veces el gobierno chavista y que en la realidad es una línea de escaso pavimento, mucho adoquín y tramos de tierra. Solo hay quioskos, fincas y un solo pueblo en los casi cuatrocientos kilómetros, un ensayo de lo que serán los llanos colombianos. Y en una de las casas que aparecen cada treinta kilómetros paro a dormir, tienen una tiendita con galletas y cervezas para las fincas de la vecindad, y ahí me voy a llevar una incómoda anécdota. Al bañarme, ya sin luz, una mantis viva-la-vida se queda a descansar en mi toalla, algo que yo no veo, claro. Y conforme me estoy secando siento un picotazo en un cachete, como un aguijón, ‘Algo me picó…, bueno…’. Agarro la linterna y miro, no veo nada. Vuelvo a usar la toalla y otro picotazo, esta vez más fuerte y justo en la entrepierna. Alumbro la toalla con más atención y esta vez veo a la mantis, tan mona ella. Carajo como muerde. En fin, la mando a paseo y en la noche me rasco de tanto en tanto...
Amanezco olvidado del asunto, pero al llevar una hora de pedaleo empiezo a sentir un dolor bien fuerte en el muslo, comienza a ser tan intenso que me pregunto si me he hecho una fisura. Al rato, dado que el dolor no cesa, decido parar y echar un ojo para descubrir que tengo todo el muslo interno hinchado, rojo como la ira y ardiendo. Carajo con la picadura.
Al aburrido paisaje, el mal pedaleo por mala carretera, los Alisios de lado y cien kilómetros hasta Pijiguaos, se le añade esta molestia. No sé si me explico bien, pero es algo así como pedalear cojo.
Al llegar al pueblo no tengo ni que pensarlo, ya cojeo de verdad. Voy a un hotel para tumbarme en la cama con los antihistáminicos y a ver cómo amanece... Por lo demás, sorpresa, ayer murió Chávez. Todo está tranquilo aquí, no se siente nada, algunas tiendas cerradas, algún cohete al aire. Nada más.
No amanezco mucho mejor, el muslo interno sigue ardiendo e inflamado. Decido incrementar la dosis de antihistamínicos antes de pasarme por la clínica, y para mi sorpresa, parece mejorar. Animado, pinto con el bolígrafo el contorno de la inflamación y tomo más antihistamínicos. Al poco tiempo, en efecto, funciona, está reduciéndose. Solo hay un problema, la sobredosis me deja para el arrastre y me quedo como un zombi hasta el atardecer…
En el último tramo a Puerto Ayacucho no hay nadie en la carretera, me pasan 3 coches, al hecho de ser una pista deshabitada y remota se le suma la incertidumbre que ha generado la muerte de Chávez; los mismos militares del control me dicen, 'No sabemos qué va a pasar, estamos esperando órdenes'. Paro en una finca donde tomo un cafelito y charlo con unas señoras, ex-chavistas, que ya están hartas de ver que una cosa es lo que cuenta el oficialismo y otra bien diferente, la realidad. Llevan 2 meses sin comer una arepa, dicen. La harina de maíz, al igual que la pasta de dientes y otros productos de la 'cesta básica', más que escasear, prácticamente no existen más que de contrabando.
Cuando llego a Puerto Ayacucho, todo está cerrado. Es viernes, y lo primero que ha hecho Maduro como presidente interino ha sido un decreto ley que prohibe abrir comercio alguno, todo, absolutamente todo, ha de estar de duelo. Por supuesto, Inmigración también cierra. En la tele hablan de normalidad en las fronteras cuando la realidad es que están cerradas; una vez más, el discurso fantástico chavista, y la realidad desmintiéndolo.
Llega Douglas a recogerme e intentamos localizar al director de Inmigración, en vano, nada. Nos vamos para la casa y gran encuentro con Lindsay y Daniela, olvidamos el desastre que es este país, cenamos, charlamos, reímos y me quedo a pasar el fin de semana con ellos a la espera de que el lunes abran la frontera con Colombia o tengamos un golpe de estado, una posibilidad que la gente comenta.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?
Las acampadas junto a un río color de té son hermosas, pero también una pelea contra los malditos bichos, que al atardecer se vuelven locos. Si durante el día pican constantemente, son un auténtico incordio, al atardecer son un ejército de cabrones desesperados por cenar antes de acostarse, vienen por todos lados, rapídisimos, y tienen la estrategia de morder en los trozos de piel alejados de los ojos, en los muslos, en los tríceps... malditos. Conforme se pone el sol llega el relevo, los puri-puri se van a dormir y les relevan los zancudos, como en el pressing-catch. El puripuri sale del cuadrilátero y Give me five con el zancudo que entra directo a clavar su aguijón tirándose en plancha. En fin... rápido como una lagartija me desnudo y me meto en el río antes que me devoren, cientos de ellos, como una nube, están sobre mí, sobre mi cabeza, esperando que saque el cuerpo del agua para acribillarme. Tengo que enjabonarme como un molino de viento, como un pulpo, para que me piquen lo menos posible. Por fin, ya seco, con los vaqueros y la camisa de manga larga, me instalo y disfruto el paraíso. Qué bonita es la vida del aventurero.
Decía Krishnamurti, ‘Ama como si nunca te hubieran herido’, y a mí me gustaría llegar a cada lugar ‘como si nunca hubiera viajado’. Cierta melancolía me invade al recordar el impacto que la Gran Sabana hizo en mí trece años atrás, más joven, más impresionable. El lugar, con sus ríos bellísimos, las cascadas, los tepuyes, tan remoto y solitario, deshabitado, su aura de muerte, tierra estéril, llenó de sueños mi cabeza. Fue la primera vez que quise dejar mi vida en España y seguir viajando sin billete de regreso. No lo hice, y quedó esa deuda pendiente.
Ahora, la deuda está pagada, estoy cumpliendo mi sueño, he visto más mundo del que jamás hubiera pensado, he conocido tribus, ciudades, tengo amigos por todo el planeta… y ahora, la Gran Sabana, siendo tan hermoso rincón suramericano, ya no me impresiona como entonces. Ya no puedo pretender mirar cada rincón como si acabara de salir de casa con veinte años.
Tras varios días de sabana, dejo atrás el desvío de Caicara y entro en el ramal que va a Puerto Ayacucho, una carretera que supuestamente ha asfaltado tres veces el gobierno chavista y que en la realidad es una línea de escaso pavimento, mucho adoquín y tramos de tierra. Solo hay quioskos, fincas y un solo pueblo en los casi cuatrocientos kilómetros, un ensayo de lo que serán los llanos colombianos. Y en una de las casas que aparecen cada treinta kilómetros paro a dormir, tienen una tiendita con galletas y cervezas para las fincas de la vecindad, y ahí me voy a llevar una incómoda anécdota. Al bañarme, ya sin luz, una mantis viva-la-vida se queda a descansar en mi toalla, algo que yo no veo, claro. Y conforme me estoy secando siento un picotazo en un cachete, como un aguijón, ‘Algo me picó…, bueno…’. Agarro la linterna y miro, no veo nada. Vuelvo a usar la toalla y otro picotazo, esta vez más fuerte y justo en la entrepierna. Alumbro la toalla con más atención y esta vez veo a la mantis, tan mona ella. Carajo como muerde. En fin, la mando a paseo y en la noche me rasco de tanto en tanto...
Amanezco olvidado del asunto, pero al llevar una hora de pedaleo empiezo a sentir un dolor bien fuerte en el muslo, comienza a ser tan intenso que me pregunto si me he hecho una fisura. Al rato, dado que el dolor no cesa, decido parar y echar un ojo para descubrir que tengo todo el muslo interno hinchado, rojo como la ira y ardiendo. Carajo con la picadura.
Al aburrido paisaje, el mal pedaleo por mala carretera, los Alisios de lado y cien kilómetros hasta Pijiguaos, se le añade esta molestia. No sé si me explico bien, pero es algo así como pedalear cojo.
Al llegar al pueblo no tengo ni que pensarlo, ya cojeo de verdad. Voy a un hotel para tumbarme en la cama con los antihistáminicos y a ver cómo amanece... Por lo demás, sorpresa, ayer murió Chávez. Todo está tranquilo aquí, no se siente nada, algunas tiendas cerradas, algún cohete al aire. Nada más.
No amanezco mucho mejor, el muslo interno sigue ardiendo e inflamado. Decido incrementar la dosis de antihistamínicos antes de pasarme por la clínica, y para mi sorpresa, parece mejorar. Animado, pinto con el bolígrafo el contorno de la inflamación y tomo más antihistamínicos. Al poco tiempo, en efecto, funciona, está reduciéndose. Solo hay un problema, la sobredosis me deja para el arrastre y me quedo como un zombi hasta el atardecer…
En el último tramo a Puerto Ayacucho no hay nadie en la carretera, me pasan 3 coches, al hecho de ser una pista deshabitada y remota se le suma la incertidumbre que ha generado la muerte de Chávez; los mismos militares del control me dicen, 'No sabemos qué va a pasar, estamos esperando órdenes'. Paro en una finca donde tomo un cafelito y charlo con unas señoras, ex-chavistas, que ya están hartas de ver que una cosa es lo que cuenta el oficialismo y otra bien diferente, la realidad. Llevan 2 meses sin comer una arepa, dicen. La harina de maíz, al igual que la pasta de dientes y otros productos de la 'cesta básica', más que escasear, prácticamente no existen más que de contrabando.
Cuando llego a Puerto Ayacucho, todo está cerrado. Es viernes, y lo primero que ha hecho Maduro como presidente interino ha sido un decreto ley que prohibe abrir comercio alguno, todo, absolutamente todo, ha de estar de duelo. Por supuesto, Inmigración también cierra. En la tele hablan de normalidad en las fronteras cuando la realidad es que están cerradas; una vez más, el discurso fantástico chavista, y la realidad desmintiéndolo.
Llega Douglas a recogerme e intentamos localizar al director de Inmigración, en vano, nada. Nos vamos para la casa y gran encuentro con Lindsay y Daniela, olvidamos el desastre que es este país, cenamos, charlamos, reímos y me quedo a pasar el fin de semana con ellos a la espera de que el lunes abran la frontera con Colombia o tengamos un golpe de estado, una posibilidad que la gente comenta.
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