AFGANISTÁN.
Zabid acaba de regresar a Kunduz. Fue capturado en la frontera griega, encarcelado y deportado a Afganistán. La desventura le ha costado los cinco mil dólares que había ahorrado y un serio conflicto con su familia que no aprobaba ese plan. Le pregunto por qué no invirtió esa fortuna en abrir negocio aquí, algo más seguro y confortable que malvivir ilegalmente en Tesaloniki vendiendo cedés entre el tráfico.
- Mira mi país, mi sociedad, como se vive aquí, ésto es una cárcel.
Es fácil de entender, son argumentos emotivos. Con bastante mala educación, insisto para tirarle de la lengua.
-Si no compartes las costumbres de tu gente, ¿por qué no tratas de colaborar en el cambio? Podrías permitir que tu mujer fuese libre como las mujeres occidentales con las que sueñas; podrías dejar elegir a tus hijos con quien quieren casarse…
Harina de otro costal, en el mundo islámico y ademas tribal, que es el caso afgano, luchar por un cambio interno es una idea que no existe; el destino es inamovible y determinado por Alah. De la edad media a la Revolución Francesa pasaron muchos siglos.
Mansour es un chico despierto. Tiene veinte años y a la vez que termina algo así como secundaria, da clases de inglés en dos academias de Kunduz. Viste como un occidental y piensa con clichés televisivos que es incapaz de criticar, estructurar o asociar, pero que barnizan su pensamiento medieval donde Islam, familia y clan son prioridades intocables. La sola idea de no ser propiedad de su familia o que haya vida más allá del Islam son tabúes.
Sueña con ser feliz, con disfrutar su juventud. También desearía cruzar ilegalmente a Grecia. Podría conseguir el dinero escondiendo parte de lo que entrega a su familia. Tiene una novia, si esa palabra puede remitir vagamente al concepto afgano, pero sus padres ya han elegido esposa para él. Está desesperado. Como todos los afganos será unido a alguien que no conoce, deberá tener hijos y compartir toda su vida, aunque la mayoría del tiempo vivirá en el gueto masculino con los amigos que si ha elegido.
Con todo, Mansour será la mitad privilegiada del matrimonio. La mujer no tiene derechos humanos porque no es considerada humana, sino un objeto de compra-venta, desde unas vacas a unos miles de dólares.
En Afganistán, cuando nace un niño hay alegría y fiesta; cuando nace una niña, silencio y tristeza. En Afganistán, cuando una mujer es violada, en el mejor caso será silenciado para guardar el honor; en el peor y mas común, será asesinada por haber manchado el honor provocando a un hombre. Llevase una 'burka' demasiado sexi.
Viajar pone al nómada en contacto con la diversidad del mundo, y vivencia el relativismo cultural en carne viva, sin academicismos. Costumbres, formas de pensar, de agruparse, de convivir, ciertamente variopintas. Y aunque es abierto a la diferencia, algo que ve como riqueza, los modos violentos y tribales de algunas sociedades le revuelven el estómago y le despiertan su intolerancia aletargada. Entonces, no acepta argumentos que justifiquen ni que razonen, y agradece haber nacido dentro de las murallas del Castillo.
El cruce a Afganistán es un poema. Todo empieza treinta kilómetros al norte, en una carretera que quedaría muy bien en Angola. Nuevamente alcanzo el río Amudarya, y una pista de arena-polvo va a la aduana sin señal ninguna, pues sólo hay un puente, y tarde o temprano se da con él. Tengo suerte y salgo de Tadjikistán rápido porque hay un camionero que está entregando descaradamente un pasaporte con más dólares que hojas y yo soy una presencia incómoda. Les sonrío, '¿qué llevará? ¿qué llevará?…' Cruzo el nuevo puente y tras una lenta recepción acabo invitado por un oficial a pasar la noche con ellos.
- Ya no te da tiempo a llegar a Kunduz, y ni se te ocurra acampar en este país, si quieres salir vivo. Quédate con nosotros.
La paso boquiabierto; para ser la primera noche en un país islámico y en guerra, pasamos la velada viendo películas porno rusas, bebiendo vodka y fumando marihuana. Definitivamente, ni el mundo es como nos cuentan, ni las gentes son lo que dicen ser. Y en la mayoría de los casos, la gente honesta y sincera que podría mejorar este planeta, vive y trabaja alejada del poder, tal vez por lo mal que huele.
En Kunduz, buscando dónde diablos dormir, que no sea uno de los cuatro hoteles que piden los mismos veinte dólares, independientemente del estado de la habitación, acabo en una academia de inglés, invitado por el dueño.
- Aquí estás seguro -me tranquiliza-, mi vecino es un alto cargo militar.
Charlo mucho durante un par de días con el profesor y los estudiantes. Muy interesante, un país que pese a las continuas guerras e invasiones que sufre, mantiene incombustible su identidad. Después, hacia Kabul, emprendo un pedaleo ‘tranquilo’. Durante el día el riesgo es muy bajo, todo parece normal si no se repara en los convoyes del ISAF y los controles militares; y en las noches siempre acabo acogido en restaurantes, o estaciones de policía. Son amables, aunque no es una invitación espontánea, puedo percibir el miedo que les ocasiona hospedar a un occidental y que unos talibanes quieran venir a dar su opinión en el asunto. Son varias las veces en las que me veo encañonado en un control, mientras hojean mi pasaporte con desconfianza, temerosos de que sea un loco suicida con las alforjas llenas de bombas. En una de ellas, estúpidamente, cojo mi MP3 para escuchar música un rato, y...
- ¡Eh, eh, eh! - le grito a uno de ellos alzando mis manos arriba, al verle que me va a disparar. Casi me llevo un tiro, pues pensaron que el aparatito era un detonador. No volví a sacarlo hasta Kabul...
El verdadero susto del viaje llega al cruzar el histórico túnel Salang. Está a 3400 metros, subiendo una carretera con mucha pendiente que en noviembre ya está nevada. Los tres o cuatro kilómetros de túnel son un infierno: no hay luz ni ventilación, es estrecho y bajo, lleno de baches profundos. Imposible pasar en bicicleta; ni yo lo voy a intentar, ni los militares me dejan. Ellos paran un camión y subo a lo alto. Con una mano agarrada a los sacos de trigo y otra a la bici me dispongo a vivir uno de los peores momentos del viaje.
En este túnel cayeron muchos convoyes rusos emboscados por la guerrilla afgana, es una trampa. A cada cruce con otro camión hay que parar y pasar despacio, y en la mitad de camino, el susto. Cruzamos un convoy del ISAF y nuestro lado se detiene para que pasen ellos lentamente. Cuando el primer camión del ISAF ha pasado y una tanqueta está junto a mí, delante del convoy un mini-bus se cala y no consigue arrancar. Mierda, mierda, todos paranoicos temiendo lo peor; los militares salen de las escotillas y las ventanas apuntando a todos lados y a todos. El compañero del que apunta en la tanqueta junto a mi camión me alumbra con la linterna. Trato de sonreír.
- How are you? Beautiful day, isn’t it? (¿Qué tal? Bonito día, ¿verdad?)
Me imagino que esa noche se reirían de la situación pero el tipo nos alumbra un rato a la bici y a mí, sin contestar. Maleducado.
Afortunadamente, es un percance y no un atentado. Tras unos minutos eternos, el mini-bus consigue arrancar, y el convoy pasa. Nosotros salimos finalmente del túnel y respiro aire puro, tratando de limpiar mis pulmones de monóxido. Estuve realmente asustado, me daba pena morir en un lugar tan feo.
El resto del camino es una larga llegada a Kabul, donde me retienen un rato en el principal control de la ciudad. Tratan de asustarme.
- Usted está haciendo algo muy irresponsable. Si le sucede algo, su embajada tendrá que pagar el rescate o buscar su cuerpo.
- Bueno, tienen unos sueldos bastante elevados. Algo de trabajo feo no les vendrá de sorpresa.
- ¿No tiene miedo a morir? Aquí, los talibanes van en motocicletas. Disparan en marcha. Pum, pum. ¡Se acabó!
Finalmente, tras contarme varios asesinatos recientes, se cansan de mí y me dejan entrar en Kabul. Llego al centro y encuentro la casa de mi contacto, Hilde, con cierta facilidad.
- ¡¡Salvaaaaaaa!! -escucho al otro lado de la puerta y antes de conocerla ya me siento bienvenido- ¡Hola! ¡Pasa, pasa! ¿Cómo estás? ¿Todo bien?
Hilde es una amiga belga de Daisuke, el ciclista japonés. Y al comentarle Daisuke mis intenciones de ir a Kabul, rápidamente me ofreció su casa para lo que necesitara. Paso diez días allí y me voy con una enorme amiga en el corazón. Una mujer de bandera.
En la búsqueda de una solución para el transporte de la bici y el equipaje a Peshawar me acerco a la embajada española. Un simpático sevillano guardia civil me recibe y de buen ánimo me sube la moral. Un tipo sencillo que no trata de aterrorizarme.
- ¿Y a qué has venido? ¿A registrarte?
Nada de eso, vengo a preguntar qué empresa utilizan ellos para el transporte de mercancías entre la embajada de Islamabad y ésta.
- No se lo aconsejo en absoluto, señor -me dice muy seriamente el diplomático que me atiende en la puerta.- Nosotros estamos aún esperando desde hace dos semanas mobiliario de Islamabad. La situación de guerra en el Khyber convierte la comunicación terrestre en algo muy relativo. Permítame aconsejarle que su vida vale más que doscientos dólares. Coja ese vuelo a Delhi y continúe a salvo con su maravilloso viaje, ¿no le parece?
- ¿Una taza de té? -pregunta el sevillano, que parece ser el único en reparar sobre la más elemental hospitalidad.
En éstas, aparece un coche negro blindado.
- ¡Ah! El señor embajador. - Y un elegante caballero de pañuelo al cuello se acerca a nosotros.
- Este señor es español, y está viajando en bicicleta por Afganistán -me presenta al embajador. Por una décima de segundo, antes de decirme nada, veo la mirada de pánico en sus ojos y una frase silenciada 'este maldito idiota acaba secuestrado o muerto y yo me como el marrón'.
- ¡Ajá! ¡Qué interesante historia! ¿Y cuándo tiene usted previsto dejar el país?
Álvaro, por cierto, está en Islamabad, y por email me dice, 'Si consigues salir de ahí y llegar a Islamabad en una semana, te espero y nos vamos juntos a India. Daisuke está al llegar también, por la Karakoram Highway.'
Un par de noches después, cenando con Hilde en un restaurante para ex-patriados, me presenta a un diplomático pakistaní.
- Hombre, si llego a conocer tu historia, yo te expido bajo la mesa un visado sin ese sello de aeropuertos. Aunque cruzar el Khyber en bicicleta… Verás, yo puedo conseguir transporte para tu bici. Te lo confirmo en la mañana.
A la mañana siguiente, un taxista aparece en la casa de Hilde y tiene orden de llevar mi bici, pero ante la visión de tanta alforja llama a su jefe. 'No, lo siento. Podemos pasar la bici, pero no el equipaje. Tendríamos problemas en la aduana'.
La situación comienza a ser preocupante. Decido volar a Delhi y ya amortizaré el precio del billete comiendo barato en India.
- ¡Ni hablar! -me dice Hilde- Déjame intentarlo con un refugiado que trabaja para nosotros.
Y sí, Haquím tiene pasaporte de refugiado, con lo que puede cruzar libremente de un país a otro.
- Yo conozco a esa gente, no te preocupes, como si tus bolsas están llenas de heroína; mañana tienes tu bici en Peshawar, la dejaré en la fotocopiadora de un amigo.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?
Zabid acaba de regresar a Kunduz. Fue capturado en la frontera griega, encarcelado y deportado a Afganistán. La desventura le ha costado los cinco mil dólares que había ahorrado y un serio conflicto con su familia que no aprobaba ese plan. Le pregunto por qué no invirtió esa fortuna en abrir negocio aquí, algo más seguro y confortable que malvivir ilegalmente en Tesaloniki vendiendo cedés entre el tráfico.
- Mira mi país, mi sociedad, como se vive aquí, ésto es una cárcel.
Es fácil de entender, son argumentos emotivos. Con bastante mala educación, insisto para tirarle de la lengua.
-Si no compartes las costumbres de tu gente, ¿por qué no tratas de colaborar en el cambio? Podrías permitir que tu mujer fuese libre como las mujeres occidentales con las que sueñas; podrías dejar elegir a tus hijos con quien quieren casarse…
Harina de otro costal, en el mundo islámico y ademas tribal, que es el caso afgano, luchar por un cambio interno es una idea que no existe; el destino es inamovible y determinado por Alah. De la edad media a la Revolución Francesa pasaron muchos siglos.
Mansour es un chico despierto. Tiene veinte años y a la vez que termina algo así como secundaria, da clases de inglés en dos academias de Kunduz. Viste como un occidental y piensa con clichés televisivos que es incapaz de criticar, estructurar o asociar, pero que barnizan su pensamiento medieval donde Islam, familia y clan son prioridades intocables. La sola idea de no ser propiedad de su familia o que haya vida más allá del Islam son tabúes.
Sueña con ser feliz, con disfrutar su juventud. También desearía cruzar ilegalmente a Grecia. Podría conseguir el dinero escondiendo parte de lo que entrega a su familia. Tiene una novia, si esa palabra puede remitir vagamente al concepto afgano, pero sus padres ya han elegido esposa para él. Está desesperado. Como todos los afganos será unido a alguien que no conoce, deberá tener hijos y compartir toda su vida, aunque la mayoría del tiempo vivirá en el gueto masculino con los amigos que si ha elegido.
Con todo, Mansour será la mitad privilegiada del matrimonio. La mujer no tiene derechos humanos porque no es considerada humana, sino un objeto de compra-venta, desde unas vacas a unos miles de dólares.
En Afganistán, cuando nace un niño hay alegría y fiesta; cuando nace una niña, silencio y tristeza. En Afganistán, cuando una mujer es violada, en el mejor caso será silenciado para guardar el honor; en el peor y mas común, será asesinada por haber manchado el honor provocando a un hombre. Llevase una 'burka' demasiado sexi.
Viajar pone al nómada en contacto con la diversidad del mundo, y vivencia el relativismo cultural en carne viva, sin academicismos. Costumbres, formas de pensar, de agruparse, de convivir, ciertamente variopintas. Y aunque es abierto a la diferencia, algo que ve como riqueza, los modos violentos y tribales de algunas sociedades le revuelven el estómago y le despiertan su intolerancia aletargada. Entonces, no acepta argumentos que justifiquen ni que razonen, y agradece haber nacido dentro de las murallas del Castillo.
El cruce a Afganistán es un poema. Todo empieza treinta kilómetros al norte, en una carretera que quedaría muy bien en Angola. Nuevamente alcanzo el río Amudarya, y una pista de arena-polvo va a la aduana sin señal ninguna, pues sólo hay un puente, y tarde o temprano se da con él. Tengo suerte y salgo de Tadjikistán rápido porque hay un camionero que está entregando descaradamente un pasaporte con más dólares que hojas y yo soy una presencia incómoda. Les sonrío, '¿qué llevará? ¿qué llevará?…' Cruzo el nuevo puente y tras una lenta recepción acabo invitado por un oficial a pasar la noche con ellos.
- Ya no te da tiempo a llegar a Kunduz, y ni se te ocurra acampar en este país, si quieres salir vivo. Quédate con nosotros.
La paso boquiabierto; para ser la primera noche en un país islámico y en guerra, pasamos la velada viendo películas porno rusas, bebiendo vodka y fumando marihuana. Definitivamente, ni el mundo es como nos cuentan, ni las gentes son lo que dicen ser. Y en la mayoría de los casos, la gente honesta y sincera que podría mejorar este planeta, vive y trabaja alejada del poder, tal vez por lo mal que huele.
En Kunduz, buscando dónde diablos dormir, que no sea uno de los cuatro hoteles que piden los mismos veinte dólares, independientemente del estado de la habitación, acabo en una academia de inglés, invitado por el dueño.
- Aquí estás seguro -me tranquiliza-, mi vecino es un alto cargo militar.
Charlo mucho durante un par de días con el profesor y los estudiantes. Muy interesante, un país que pese a las continuas guerras e invasiones que sufre, mantiene incombustible su identidad. Después, hacia Kabul, emprendo un pedaleo ‘tranquilo’. Durante el día el riesgo es muy bajo, todo parece normal si no se repara en los convoyes del ISAF y los controles militares; y en las noches siempre acabo acogido en restaurantes, o estaciones de policía. Son amables, aunque no es una invitación espontánea, puedo percibir el miedo que les ocasiona hospedar a un occidental y que unos talibanes quieran venir a dar su opinión en el asunto. Son varias las veces en las que me veo encañonado en un control, mientras hojean mi pasaporte con desconfianza, temerosos de que sea un loco suicida con las alforjas llenas de bombas. En una de ellas, estúpidamente, cojo mi MP3 para escuchar música un rato, y...
- ¡Eh, eh, eh! - le grito a uno de ellos alzando mis manos arriba, al verle que me va a disparar. Casi me llevo un tiro, pues pensaron que el aparatito era un detonador. No volví a sacarlo hasta Kabul...
El verdadero susto del viaje llega al cruzar el histórico túnel Salang. Está a 3400 metros, subiendo una carretera con mucha pendiente que en noviembre ya está nevada. Los tres o cuatro kilómetros de túnel son un infierno: no hay luz ni ventilación, es estrecho y bajo, lleno de baches profundos. Imposible pasar en bicicleta; ni yo lo voy a intentar, ni los militares me dejan. Ellos paran un camión y subo a lo alto. Con una mano agarrada a los sacos de trigo y otra a la bici me dispongo a vivir uno de los peores momentos del viaje.
En este túnel cayeron muchos convoyes rusos emboscados por la guerrilla afgana, es una trampa. A cada cruce con otro camión hay que parar y pasar despacio, y en la mitad de camino, el susto. Cruzamos un convoy del ISAF y nuestro lado se detiene para que pasen ellos lentamente. Cuando el primer camión del ISAF ha pasado y una tanqueta está junto a mí, delante del convoy un mini-bus se cala y no consigue arrancar. Mierda, mierda, todos paranoicos temiendo lo peor; los militares salen de las escotillas y las ventanas apuntando a todos lados y a todos. El compañero del que apunta en la tanqueta junto a mi camión me alumbra con la linterna. Trato de sonreír.
- How are you? Beautiful day, isn’t it? (¿Qué tal? Bonito día, ¿verdad?)
Me imagino que esa noche se reirían de la situación pero el tipo nos alumbra un rato a la bici y a mí, sin contestar. Maleducado.
Afortunadamente, es un percance y no un atentado. Tras unos minutos eternos, el mini-bus consigue arrancar, y el convoy pasa. Nosotros salimos finalmente del túnel y respiro aire puro, tratando de limpiar mis pulmones de monóxido. Estuve realmente asustado, me daba pena morir en un lugar tan feo.
El resto del camino es una larga llegada a Kabul, donde me retienen un rato en el principal control de la ciudad. Tratan de asustarme.
- Usted está haciendo algo muy irresponsable. Si le sucede algo, su embajada tendrá que pagar el rescate o buscar su cuerpo.
- Bueno, tienen unos sueldos bastante elevados. Algo de trabajo feo no les vendrá de sorpresa.
- ¿No tiene miedo a morir? Aquí, los talibanes van en motocicletas. Disparan en marcha. Pum, pum. ¡Se acabó!
Finalmente, tras contarme varios asesinatos recientes, se cansan de mí y me dejan entrar en Kabul. Llego al centro y encuentro la casa de mi contacto, Hilde, con cierta facilidad.
- ¡¡Salvaaaaaaa!! -escucho al otro lado de la puerta y antes de conocerla ya me siento bienvenido- ¡Hola! ¡Pasa, pasa! ¿Cómo estás? ¿Todo bien?
Hilde es una amiga belga de Daisuke, el ciclista japonés. Y al comentarle Daisuke mis intenciones de ir a Kabul, rápidamente me ofreció su casa para lo que necesitara. Paso diez días allí y me voy con una enorme amiga en el corazón. Una mujer de bandera.
En la búsqueda de una solución para el transporte de la bici y el equipaje a Peshawar me acerco a la embajada española. Un simpático sevillano guardia civil me recibe y de buen ánimo me sube la moral. Un tipo sencillo que no trata de aterrorizarme.
- ¿Y a qué has venido? ¿A registrarte?
Nada de eso, vengo a preguntar qué empresa utilizan ellos para el transporte de mercancías entre la embajada de Islamabad y ésta.
- No se lo aconsejo en absoluto, señor -me dice muy seriamente el diplomático que me atiende en la puerta.- Nosotros estamos aún esperando desde hace dos semanas mobiliario de Islamabad. La situación de guerra en el Khyber convierte la comunicación terrestre en algo muy relativo. Permítame aconsejarle que su vida vale más que doscientos dólares. Coja ese vuelo a Delhi y continúe a salvo con su maravilloso viaje, ¿no le parece?
- ¿Una taza de té? -pregunta el sevillano, que parece ser el único en reparar sobre la más elemental hospitalidad.
En éstas, aparece un coche negro blindado.
- ¡Ah! El señor embajador. - Y un elegante caballero de pañuelo al cuello se acerca a nosotros.
- Este señor es español, y está viajando en bicicleta por Afganistán -me presenta al embajador. Por una décima de segundo, antes de decirme nada, veo la mirada de pánico en sus ojos y una frase silenciada 'este maldito idiota acaba secuestrado o muerto y yo me como el marrón'.
- ¡Ajá! ¡Qué interesante historia! ¿Y cuándo tiene usted previsto dejar el país?
Álvaro, por cierto, está en Islamabad, y por email me dice, 'Si consigues salir de ahí y llegar a Islamabad en una semana, te espero y nos vamos juntos a India. Daisuke está al llegar también, por la Karakoram Highway.'
Un par de noches después, cenando con Hilde en un restaurante para ex-patriados, me presenta a un diplomático pakistaní.
- Hombre, si llego a conocer tu historia, yo te expido bajo la mesa un visado sin ese sello de aeropuertos. Aunque cruzar el Khyber en bicicleta… Verás, yo puedo conseguir transporte para tu bici. Te lo confirmo en la mañana.
A la mañana siguiente, un taxista aparece en la casa de Hilde y tiene orden de llevar mi bici, pero ante la visión de tanta alforja llama a su jefe. 'No, lo siento. Podemos pasar la bici, pero no el equipaje. Tendríamos problemas en la aduana'.
La situación comienza a ser preocupante. Decido volar a Delhi y ya amortizaré el precio del billete comiendo barato en India.
- ¡Ni hablar! -me dice Hilde- Déjame intentarlo con un refugiado que trabaja para nosotros.
Y sí, Haquím tiene pasaporte de refugiado, con lo que puede cruzar libremente de un país a otro.
- Yo conozco a esa gente, no te preocupes, como si tus bolsas están llenas de heroína; mañana tienes tu bici en Peshawar, la dejaré en la fotocopiadora de un amigo.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?