Tijuana es uno de esos lugares del mundo cuya realidad es aún más increíble que su fama; Boris y sus amigos me llevaron sin descanso de antro en antro, a 'La Adelita', al 'Hong-kong', al 'Taza'… aquí todo es posible y todo está al alcance de la mano, desde la droga que se te antoje hasta las caderas desnudas de la camarera que te plazca. Tijuana no duerme, ni echa la siesta, ni agota sus bodegas; la ciudad del pecado abre veinticuatro horas al día, danza, bebe, ríe, sin cesar. Todo está permitido, o tal vez, nada está prohibido, sólo tienes que abrir el monedero. Este es el lugar donde quieres pasar el fin de semana más loco de tu vida.
De Ensenada a La Paz, en el sur de Baja California, pues… desierto y playas. Ni uno ni otras son una maravilla. Sí que hubo ratos, en el Valle de los Cirios, donde acampé o paré un rato entre rincones hermosos de milentas variedades de cactus y piedras, con esos gigantescos cardones, o los curiosos cirios, que parecen una zanahoria de diez metros bocaabajo. Sí, hubo algún rincón bonito, y los cactus son lindos, enormes. También alguna playa fue peculiar, como Buenaventura, ya en el mar de Cortez, en donde pasé tres noches durmiendo en un hotel abandonado. Las noches, tal vez lo mejor de este mes, las noches estrelladas, con la tienda puesta hacia Orión (para que me diera el sol al amanecer).
O la tienda de bicicletas de 'el Chato', en Guerrero Negro, un divertido boquete en la pared que es el centro social del pueblo, lleno de los más variados artículos gringos que el Chato trae de contrabando. 'Variados' aquí significa desde un juego de cucharas ('sí, llévatelas, 30 pesos; lávalas bien antes de usarlas que llevan varios días aquí en el suelo'), a un televisor gigantesco ('ya lo tengo vendido, pero no le he dicho que un gato ha estado entrando y saliendo y usando el mueble como meadero; Baboso, deja esa bici ahora y limpia con lejía el mueble de la tele antes que vengan por ella'), una bicicleta Gary Fisher de mil dólares ('ahí está, en esa caja del rincón, ahorita te la monto… ¿mañana?… bueno, guey, tal vez, no te apures, antes de Navidad') o un Increíble Hulk articulado ('no lo tenía que haber vendido, me gustaba ese Hulk… lo encontré en Las Vegas y me gustó… pinche muñeco').
El Chato me corrigió la rueda que había tenido que montar yo, de emergencia, pues llegué a Guerrero Negro con una llanta agrietada, y pasé una tarde de auténtico camarote Hermanos Marx, la mar de divertida, entre parroquianos que llegan a curiosear, señoras con niños que quieren una bici para Reyes, y clientes que le habían encargado traer unas tarjetas de memoria y acaban llevándose también un filtro de agua y un árbol de navidad…
'Claro que le pago mordida a la policía, entre el 5 y el 8% de lo que llevo, pero aún así me sale más barato que el 18% que dice la ley'. Y así está México, país de pobreza, país de doble economía.
Llego al puerto de Topolobampo y me planto en la tienda de bicis de Los Mochis dispuesto a comprar una rueda trasera decente a costa del boleto regalado. Y es que los últimos días en Baja California los hice sin saber cuándo demonios iba a dejarme tirado el eje trasero, que sonaba a roto; puede parecer divertido, pero que cada mañana te preguntes '¿se romperá hoy?' es desayunar café con precariedad.
No hubo naufragio y el navío llegó tripulado a Los Mochis, de veras que con la intención de comprar una rueda decente, y ni por esas. No había. Lo mejor que pude conseguir fue una rueda anónima que me dejaron por diez euros, montaje incluido.
Y con esas me pongo rumbo a la sierra Tarahumara. Rob, mi amigo galés, dejó la bici y fue a visitarla en tren, advirtiéndome que no era lugar para bicicletas. Los mexicanos me dicen que una vez pase de Choix entro en tierra sin ley, sin policía, regentada por el cartel de Sinaloa, y en guerra por controlar las plantaciones de la sierra con el cartel vecino, el de Juárez. Una antropóloga mexicana que trabaja en la sierra me advierte: 'en la sierra no gustan los extraños, ve mejor en tren y olvídate de esos caminos'. Y con una rueda de diez euros… ¡genial! por fin, tras un año de países ricos, el camino vuelve a estar interesante. Garbancito a la aventura.
El motivo de que exista esta 'carretera' es para abastecer las tres minas de la zona, de oro, cobre y zinc. La Tarahumara, para ser el hogar de la etnia más pobre de México -los rarámuri-, es una tierra que genera mucha riqueza a quienes la explotan, sean minerales o cultivos de droga.
Bajo y la segunda subida me hace ver el panorama. Estoy a unos 1000 metros tan solo, he de bajar unos 3 kilómetros y lo que tengo enfrente es una serpiente enroscada a la montaña que ni loco puedo subir.
Así es. Bajo y cuando trato de pedalear la cuesta patino sin poder agarrar arena o piedras. Demasiado pendiente. A caminar. Me cuesta más de dos horas subir los 4 kilómetros siguientes. Me caigo varias veces, pues hasta las zapatillas me resbalan; me doy golpes, me hago un par de brechas (la bici cuando cae, siempre cae encima). Y ya los camiones de la mina no me ofrecen 'raite', saben que hay un pirata sin bandera que no se sube a un camión si no es cortándole las piernas.
He de parar un par de veces, y el codo derecho empieza a dolerme mucho, también la rodilla derecha. Hay tramos tan duros que empujar la bici diez cochinos metros me lleva no solo diez minutos, sino que me deja sin respiración y, entonces, no es más que la rabia y los gritos lo que consiguen que al final, pueda empujar la bici unos centímetros sin caerme otra vez.
Es algo como estar en un tobogán con una bici que pesa 70 kilos, y los pies sobre gravilla o arena. Agarro la bici con los codos flexionados, el cuerpo inclinado, y las rodillas flexionadas… extiendo todo a la vez y consigo empujar la bici y avanzar veinte centímetros. Ahora, muy rápido, clavo los frenos para que la bici no se vaya hacia atrás y conseguir que las zapatillas no se resbalen, pues caerse es llevarse un bicicletazo. Otra vez, un pasito adelante, flexiono codos, cuerpo, piernas y…. así 4 kilómetros.
Llego de pura rabia, con las piernas temblando y el aliento en la boca al puesto minero que llevo viendo dos horas desde abajo. Saludo -creo que saludé- y me siento en una sombra. El jefe pasa por mi lado y me ofrece una cocacola fresca que rechazo, no tengo fuerzas ni para beber. Necesito descansar, me duele cada músculo de mi cuerpo, y sobre todo, me duelen bastante el codo y la rodilla derechos.
Al rato, bebo agua y el jefe me ofrece una ducha. ¡Caliente! Nada mejor que una ducha caliente, pero hoy ni eso me recupera. He hecho 20 kilómetros tan solo y ya no puedo dar un paso más. Piedras Verdes está a 6 kilómetros, más arriba, ahí encima de las rocas donde se estrelló la avioneta de los narcos. Estoy a 1300 metros de altitud y pregunto si me puedo quedar. Claro que sí, y cenar con ellos, todos los mineros quieren conocer a ese idiota 'gallego' que prefiere empujar la bici a que le den un 'raite'….
- …pero es que yo soy un pirata y cuando era adolescente Serrat cantaba que…
Ni ánimos, ni compresión, ni romanticismo alguno: qué pirata ni qué historias, eres un idiota cabezón. Esta vez, tal vez tienen razón.
Me tumbo a descansar, me duele todo el cuerpo, y tras un rato dormido me despierto con hambre otra vez. Son las dos de la mañana, cocino unos macarrones y vuelvo a dormirme.
Estas cosas no tienen explicación, pero al día siguiente, tras el desayuno, no es que esté como nuevo, pero tengo fuerzas otra vez. El cuerpo es un misterio. El codo me duele, eso sí, y me hace mirar atrás para ver la cuesta de ayer, pero no con orgullo, sino con rencor.
De la sierra Tarahumara me fui al desierto y puse rumbo sur, hacia Zacatecas. El estado de Chihuahua, de donde son esos ratones que ladran, está algo caliente y en un par de veces dormí con la policía, aunque la mayoría de las noches he optado por adentrarme en el desierto y acampar. Quién demonios va a ir a buscar nada en el desierto.
Y llegué a Zacatecas, una bonita ciudad, y de veras, bien bonita, de una arquitectura colonial muy uniforme y vistosa. Y es la primera de las ciudades coloniales que hay en esta zona de México a la que he llegado. Paseos por lindas calles con ventanas enormes de forja, plazas soleadas, mariachis y ojazos negros. La verdad, estoy encantado. Hacía mucho que no visitaba ciudades en las que dé gusto pasear, y sencillamente, hacía mucho tiempo que no me solazaba en una placita, comiendo unas fresitas con crema. Me va a sentar igual de bien que un chuletón de Ávila.
La ciudad, pese a su fama, no me parece peligrosa, aunque sea la zona más activa de los Zetas, pues a fin de cuentas uno acaba moviéndose por el centro histórico, que está tomado por chalecos antibalas y policías dentro. Me hubiera quedado más días, pero Lontxo (a quien conocí hace más de cinco años, en el Congo) estaba esperándome en Guadalajara, con cierta prisa para seguir viaje hacia el norte. Así pues, ándale viaje, y crucé en 4 días a Guadalajara por una zona bastante poblada y además por la autopista, primero porque la carretera libre es (como tantas en México) muy angosta, sin arcén, y los camiones aquí van volando; segundo, porque la autopista está vigilada por la policía y no hay asaltos.
Las carreteras mexicanas son algo para hablar. Tan estrechas como en la India, tan peligrosas como en la India, y con un poco de chile: los camiones no van tan despacio como en la India. Resultado del potaje: México es a día de hoy el país más peligroso que conozco para viajar en bici. Nunca me he tirado fuera de la carretera tantas veces, ni he sentido los camiones pasar tan cerca. Además, el potaje viene con postre: a partir del mediodía, los conductores empiezan a estar borrachos, y a la tarde el pedaleo es sobre el filo de la navaja; lo que tenga que ocurrir, que ocurra. Personalmente, por el número de cruces que hay en las carreteras, creo que el problema número uno de este país no es la violencia sino el tráfico.
La buena noticia es que todos los ciclistas coinciden: en el resto de países latinoamericanos la situación es mucho mejor.
Llego a Guadalajara donde está una de las mejores 'Casas de Ciclistas' de América Latina: GDL en bici. Una comunidad de gente que fomenta el uso de la bici en la ciudad como transporte, y también como deporte. Además, esta casa, a diferencia de otras, no es la casa privada de alguien sino la sede del club, con un taller mecánico y todas las herramientas imaginables, así que no sólo sirve para alojar a ciclistas de paso sino para hacer una reparación exhaustiva a la bici. De hecho, mi galeón está completamente desmantelado y la tripulación afanada en sacar brillo a bodega, timón, mástiles, y por supuesto a los cañones de abordar fragatas inglesas. 'Aínda mais', por fin me he hecho con una rueda trasera de radios decentes, o resistentes, que espero me dure un año largo.
Entre unas cosas y otras, Lontxo y servidor pasamos 3 semanas en la Casa Ciclista, lo que nos regala la oportunidad de conocernos más, reír mucho, beber tequila reposado, y hacer amistad. Todo un gentilhombre, este vasco tranquilo y soñador, de semblanza quijotesca; un tipo tan extraordinario como humilde y medido. Lontxo lleva 14 años viajando en bici y regresa a Vitoria con una periodicidad muy particular: cada 4 años, para no perder de vista los cambios de su sobrina, a la que adora. Además, algo raro entre viajeros de chaveta perdida, sigue al día tanto las noticias de casa como del mundo, muy especialmente todos los fenómenos que están surgiendo en estos tiempos contra el capitalismo y la locura del consumo desmedido.
Y es que la estancia en Guadalajara, en el barrio de Santa Tere, es sencillamente una delicia. Los mexicanos son un peligro en la carretera, pero fuera de ella son un pueblo estupendo. Cálido como pocos. Las tres veces que me he detenido en un lugar por unos días me ha ocurrido exactamente lo mismo: sin darme cuenta, me parece que somos amigos de toda la vida. Vida sencilla, de trato relajado, muy cálido (insisto, porque es realmente la palabra que les define), donde te sientes feliz, donde no te preocupas porque te pueda ocurrir algo. Cuando tengo que parar a preguntar a alguien, o pedir cualquier favor, siempre me encuentro es una inconfundible actitud de ayuda.
Una de las costumbres que más me gustan de aquí es el saludo. Aquí se saluda siempre, cuando uno entra en la abarrotería, cuando llega al mercado, cuando entra en el club, aunque te hayas visto hace un rato. Llegas y saludas a todo el mundo, no alzas una mano en la distancia, no, te acercas y saludas a todos. Esto puede parecer 'cosa de poca importancia', aunque yo creo que no lo es, evita distanciamientos.
Y sin ser un país realmente pobre, el dinero se vigila, el gasto se controla, pero siempre tratando de tener atenciones con todo el mundo; el mexicano es generoso, y alegre de serlo. Contagia realmente su idiosincrasia, un aire de cooperación entre todos, un aire de hay que ayudarse, que hace de la vida aquí algo agradable. No se escucha con frecuencia a alguien renegar de México, o de la vida mexicana; es un pueblo al que le gusta su forma de vivir. Y muchos de los que cruzan a los EE.UU., regresan; ganan el dinero suficiente para emprender un negocio y regresan a su país.
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Un par de días antes de llegar a Morelia me dejaron dormir en un campo de fútbol; el encargado, don Jorge, acude tres veces al día para cuidar el césped a cambio de cien pesos semanales (6 euros). Me cuenta su vida; hijo bastardo de un rico hacendado, historia común en México donde los machotes rancheros contribuyen a la miseria del país embarazando niñas aquí y allí. Después, si te he visto no me acuerdo. Don Jorge malvivió gracias a su abuelito, se malcasó con una pobre mujer, se hundió hasta beber alcohol puro mezclado con agua, y tuvo 6 hijos, todos están metidos en drogas y problemas; uno de ellos ya no, desapareció tras una noche de juerga y nunca más se supo de él. Y toda esa mierda la generó el polvo de un cabrón rico que quiso darse un capricho con una jovencita.
A la mañana siguiente me despierta el escuchar a alguien hablar por un walki-talkie; salgo de la tienda, lo veo subido en la grada y saludo:
- ¡Buen día!
Sorpresa. La primera vez en México que no me devuelven un saludo. En fin, voy por agua y regreso a mi tienda para cocinar el desayuno.
Al rato, llega el encargado y lo veo charlando con ese tipo maleducado; cuando estoy ya recogiendo la tienda, se acerca a mí.
- Buenos días, ¿cómo amaneció, señor?
- Buen día, pues muy bien, don Jorge, gracias. Oiga, ¿y ese tipo tan raro de ahí arriba?
- Hum… mala gente, mala gente. Un sicario de los Zetas. Estaba subido en la grada para avisar a los suyos de cuando pasa o deja de pasar la policía, deben estar listos para transportar 'algo'.
- Ah…. interesante….
- No se preocupe, si usted no se mete con ellos, ellos no le buscan a usted. Me preguntó quien era y qué hacía, y le contesté que estaba usted de paso, viajando.
- ¿Y usted cómo sabe que es un sicario?
- ….
- Ah… no me diga… uno de sus hijos….
- No se preocupe, no nos juzgue; vivimos en la miseria, la tentación es muy difícil de vencer. Los criminales ganan mucho dinero…. con una vida así, ¿quién tiene nada que perder si ya está todo perdido?
Y en esas crucé Michoacán, sin preocuparme, por qué iba a hacerlo. Árboles espléndidos, pájaros cantando, pueblos viejitos con soportales de madera, mangos tan baratos como gratis y tacos de bistek fritos en manteca para chuparse los dedos. Morelia… a la altura, tan colonial como caliente. Resulta que en una manifestación la policía había matado a cuatro estudiantes y detenido a trescientos, así pues que la plaza estaba tomada por cientos de manifestantes bien encabronados. México es un país maravilloso para vivir, pero… si te toca, te toca bien.
A mi mala forma física se le añadieron las pájaras e insolaciones continuas y la tripulación comenzó a protestar, estas no son maneras de enfilar rumbo a nuevos mares, sufriendo nada más dejar puerto atrás; 'un día, capitán, un día, esto se va a acabar'. Lo único bueno de estos días, conocer al padre Víctor, un cura ciclista que me invitó a su parroquia para descansar una noche al fresco de anchos muros y cenar bien. Un tipo muy simpático con una cantilena inolvidable, 'Ay, mi pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos'. Las noches que pasé durmiendo al raso… durillas. La temperatura no bajaba de los 30 hasta la una de la mañana y fui poco a poco hundiéndome, ni descansaba por la noche, ni me recuperaba de la paliza. Inolvidable, la ruta.
La verdad, este infierno me pilló sin previo aviso y con el espíritu de sufrimiento a moldear tras el confort de Guadalajara. A partir del segundo día, durante las horas lentas a la sombra esperando para dar el tirón del atardecer, los traidores susurraban a escondidas, 'en menuda mierda nos ha metido esta vez el capitán, de todas se ha equivocado de rumbo', y tal vez tenían razón. Tenían una excusa fantástica para el maldito traidor que sueña siempre con una mejor vida; así que a la tarde, con los primeros síntomas de insolación subiendo un barranco más, me escuchaba decirme una y otra vez: 'Garbancito, mañana se acaba esta tontería, paras una camioneta y pides un raite para el altiplano o para la costa, donde sea, pero salir de este infierno'.
Al tercer día casi firmo la rendición, pero al fondo, bien lejos en el horizonte está la selva del Darien, allá en Panamá, y la tripulación de este navío lo sabe. Nos espera la aventura, una de las buenas, y ¿vamos a soñar con cruzar el Tapón del Darien si no somos capaces de soportar un achuchón de calor? Valiente navío del carajo, pandilla de pendejos. Y cada noche, como acontecía con el insoportable bardo de Asterix, la tripulación hacía piña y colgaba del mástil con la boca cerrada al maldito conspirador. 'Rumbo al Darien, capitán'.
El Darien es un sueño, y creo que un sueño más allá de mis posibilidades. Es una selva que interrumpe la comunicación entre América Central y Sur, entre Panamá y Colombia. 25 kilómetros de selva sin carretera. Busco y busco información, pero todo parece indicar que los pocos ciclistas que cruzaron el Darién lo hicieron hace ya 20 años. Desde entonces, la milicia panameña y los narcotraficantes controlan los senderos y los ríos. De tanto en tanto, algún occidental con machete, mochila y guía, ha cruzado en sentido sur-norte. Igual que cruzan ilegales del sur en su camino hacia los Estados Unidos. También, de tanto en tanto, intrépidos o estúpidos desaparecen en esa selva, y de mucho en mucho, los ilegales, pero a esos nadie les busca desde Europa.
Sueño con ello, es la zona más aventurada del continente americano, y al menos quiero intentarlo.
Desde que un ciclista comienza la ruta americana tiene esa pregunta encima '¿y cómo vas a pasar de Panamá a Colombia?' En estos días, los ciclistas pasan en avión o en lanchas rápidas. ¿Cómo no soñar con cruzarla? Tal vez…, pero de esta, creo que peco de iluso. A ver qué ocurre cuando me acerque, de momento, me sirve como aliciente para engañar a la tripulación.
Como todo tiene un fin, hasta el infierno, por fin recuperé el altiplano central para tratar de echarle un ojo al Popocatépelt. Nada, sin suerte. El volcán lleva varias semanas lanzando ceniza y meneando sus entrañas; tiene al personal asustado. Yo no pude verlo, todo estaba de un blanco que borraba el horizonte, decían que la ceniza había llegado a Puebla. Lo curioso de esta amenaza es que la gente sigue sin desplazarse, nomás se colocan unas mascarillas para evitar inhalar ceniza. ¡¡Mascarillas….!! Un monstruo de 5500 metros a punto de estallar y se ponen mascarillas… qué buen momento para visitar a ese pariente que vive en Dallas, ¿verdad? En fin, la verdad, con esto de los terremotos, incendios y volcanes en lo que va de año, a decir de mucho mexicano, los mayas se están columpiando un poco con los preparativos para el fin del mundo…
Allí se me unió mi amigo Pepe, que dejó su empresa y sus mil asuntos por una semana para recuperar el viejo placer de la libertad en una bicicleta. No pudo dejar a Rocco, sin embargo, y apañó una cesta en la parrilla para traerse al perro con nosotros. Todo un cúmulo de diversiones. La verdad, la hemos pasado bien, muchas risas y situaciones divertidas en estos días. Pocos kilómetros, buena comida, buenas charlas y ratos de lluvia. Por fin llegaron las tormentas, además. De momento, muy bien, caen por la tarde, refrescan y se duerme en la gloria. Veremos más adelante.
Pepe regresa a sus quehaceres empresarios, a su teléfono y su vida de locura; yo sigo hacia Guatemala, no me quedan más que doce días de visado, así que pies para qué os quiero.