LAOS.
Vientiane, más que una capital, es un pueblo colgado al Mekong. Tan pequeña que a los dos días ya reconozco las caras de los ex-patriados franceses que viven aquí y los turistas. Aburrida. Un extraño mejunje de colonialismo y comunismo asiático. Y caro. Es un país que casi todo lo importa desde Tailandia o Europa, y tiene dos vidas paralelas: la sopa de saltamontes para los locales y la 'baguette' de quesitos 'La vache qui rit' para los extranjeros. Ningún lugar excitante para quedarse unos días, pero gracias a que los lao no necesitan visado para entrar en China, y los únicos ingresos de la embajada china aquí son a través de visados para extranjeros, tienen la manga más ancha que en otros países. Pese a eso, desde los Juegos Olímpicos de Pekín, visitar China sin hacerlo en grupo organizado es cada vez más difícil. Preparo mis papeles falsos y voy a la embajada china caminando, pues si averiguan que viajo en bicicleta, la solicitud es automáticamente denegada. Otras formas de obtener un buen portazo en las narices es declararse periodista o querer visitar el Tíbet.
- 'Ni hao'. Soy pintor, quiero hacer un par de cursos de caligrafía china, algo de turismo, ésta es mi millonaria cuenta corriente, éste es mi itinerario por la grandiosa China Han, y mi billete 'low cost' para salir y entrar del país. Quiero pedir un visado de dos entradas de noventa días cada una.
El funcionario coge mis papeles, los lee, me mira y me los devuelve.
- 'Ya, bastaldo capitalista; ésto es mentila, tú quieles il al Tíbet en bicicleta.'
Pues nada de eso, sonríe, o algo así, y me da un recibo de cuarenta y ocho dólares.
- Puedes recoger tu pasaporte dentro de cinco días.
Salgo de la embajada dando saltos de alegría, pues la noche anterior tuve un email de un contacto en Hanoi advirtiéndome ‘Coge lo que te den en Laos, que aquí acaban de negarle un mes siquiera a un ciclista inglés’.
Tras la provechosa y aburrida espera en Vientiane, emprendo camino norte por el Laos rural, mísero, con una ausencia de iniciativa comercial propia de países ex- soviéticos. Regreso a estampas de una pobreza que sobrepasa el límite de la dignidad humana, y tal vez porque me he deshabituado a ellas, encuentro que me afecta más que antes. Casas con gente durmiendo en el suelo, fuego y humo para cocinar, insectos y ranas como fuentes de proteínas… me afecta tanto verla como compartirla, pues a fin de cuentas los ciclistas no llevamos detrás una 'roulotte' donde refugiarnos y hay que adaptarse a saborear una sopa asquerosa en un tugurio sucio, oscuro, lleno de moscas y de mosquitos dengue. Relajarse y disfrutarla incluso.
Al pasar por Vangvieng doy con Aitor e Íñigo, unos vascos que han cogido un año sabático, y hacemos buenas migas enseguida. Días de lujo compartiendo la hermandad de los nómadas y el castellano. Juntos llegamos a Luang Prabang, una bonita ciudad con casas coloniales de la Indochina francesa que es, cómo no, Patrimonio de la Humanidad. La UNESCO, con su encomiable labor y generosidad en las etiquetas, mete en el mismo saco al Coliseo romano y a…. Luang Prabang. Lo más señalado de esta ciudad es el paseo matutino de los monjes para pedir comida. La larga fila de túnicas anaranjadas contra el fondo de una calle colonial se ha convertido en una popular imagen asiática que todo turista quiere tener, a cualquier precio; y al amanecer, decenas de europeos con una cámara se plantan a dos centímetros de monjes y fieles para sacar la instantánea más hermosa. Definitivamente, no creo que tengan una buena opinión de nosotros.
Con Aitor e Íñigo llego hasta Muang Xai, casi la frontera con China. Ellos siguen para Tailandia, yo para Vietnam. Unos chicos de principios sólidos a los que me cuesta decir 'adiós', por mucho que eso sea abrir el camino al reencuentro. El camino de los nómadas no está exento de peajes. Y es bonito, el norte de Laos. Ver pasar un coche es un acontecimiento, tranquilas carreteras por valles con grandes ríos donde acampar, de aguas claras. Paso los últimos días de mi visado en una aldea idílica, Muang Khoan, que me deja un dulce sabor de boca de este país. Situada a caballo entre dos ríos con una naturaleza generosa, muchas casas cuelgan a las orillas, y un puente de hierro de casi doscientos metros, también colgando, conecta ambos barrios. No deja de impresionar la vista desde el puente. Un lugar remoto, con cuatro horas de electricidad al día, y de mercado poco abastecido, pero que dada la velocidad a la que Laos desarrolla su potencial turístico, no quisiera visitar dentro de cinco años.
Rumbo a Vietnam, la carretera atraviesa una zona de minorías étnicas, bonitas montañas, pero en un estado deplorable; falta un año para que la terminen de construir. Mi mapa marca cien kilómetros e imagino que serán tal vez ciento veinte o algo más; en la realidad son setenta, por lo que salgo de Laos y me encuentro en tierra de nadie antes de lo previsto, 17 de febrero. Mi visado para Vietnam comienza el 18, pero decido probar. En pleno puerto de montaña, ese día ya empieza hacer un frío considerable al caer la tarde, y el viento es fuerte.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?
Vientiane, más que una capital, es un pueblo colgado al Mekong. Tan pequeña que a los dos días ya reconozco las caras de los ex-patriados franceses que viven aquí y los turistas. Aburrida. Un extraño mejunje de colonialismo y comunismo asiático. Y caro. Es un país que casi todo lo importa desde Tailandia o Europa, y tiene dos vidas paralelas: la sopa de saltamontes para los locales y la 'baguette' de quesitos 'La vache qui rit' para los extranjeros. Ningún lugar excitante para quedarse unos días, pero gracias a que los lao no necesitan visado para entrar en China, y los únicos ingresos de la embajada china aquí son a través de visados para extranjeros, tienen la manga más ancha que en otros países. Pese a eso, desde los Juegos Olímpicos de Pekín, visitar China sin hacerlo en grupo organizado es cada vez más difícil. Preparo mis papeles falsos y voy a la embajada china caminando, pues si averiguan que viajo en bicicleta, la solicitud es automáticamente denegada. Otras formas de obtener un buen portazo en las narices es declararse periodista o querer visitar el Tíbet.
- 'Ni hao'. Soy pintor, quiero hacer un par de cursos de caligrafía china, algo de turismo, ésta es mi millonaria cuenta corriente, éste es mi itinerario por la grandiosa China Han, y mi billete 'low cost' para salir y entrar del país. Quiero pedir un visado de dos entradas de noventa días cada una.
El funcionario coge mis papeles, los lee, me mira y me los devuelve.
- 'Ya, bastaldo capitalista; ésto es mentila, tú quieles il al Tíbet en bicicleta.'
Pues nada de eso, sonríe, o algo así, y me da un recibo de cuarenta y ocho dólares.
- Puedes recoger tu pasaporte dentro de cinco días.
Salgo de la embajada dando saltos de alegría, pues la noche anterior tuve un email de un contacto en Hanoi advirtiéndome ‘Coge lo que te den en Laos, que aquí acaban de negarle un mes siquiera a un ciclista inglés’.
Tras la provechosa y aburrida espera en Vientiane, emprendo camino norte por el Laos rural, mísero, con una ausencia de iniciativa comercial propia de países ex- soviéticos. Regreso a estampas de una pobreza que sobrepasa el límite de la dignidad humana, y tal vez porque me he deshabituado a ellas, encuentro que me afecta más que antes. Casas con gente durmiendo en el suelo, fuego y humo para cocinar, insectos y ranas como fuentes de proteínas… me afecta tanto verla como compartirla, pues a fin de cuentas los ciclistas no llevamos detrás una 'roulotte' donde refugiarnos y hay que adaptarse a saborear una sopa asquerosa en un tugurio sucio, oscuro, lleno de moscas y de mosquitos dengue. Relajarse y disfrutarla incluso.
Al pasar por Vangvieng doy con Aitor e Íñigo, unos vascos que han cogido un año sabático, y hacemos buenas migas enseguida. Días de lujo compartiendo la hermandad de los nómadas y el castellano. Juntos llegamos a Luang Prabang, una bonita ciudad con casas coloniales de la Indochina francesa que es, cómo no, Patrimonio de la Humanidad. La UNESCO, con su encomiable labor y generosidad en las etiquetas, mete en el mismo saco al Coliseo romano y a…. Luang Prabang. Lo más señalado de esta ciudad es el paseo matutino de los monjes para pedir comida. La larga fila de túnicas anaranjadas contra el fondo de una calle colonial se ha convertido en una popular imagen asiática que todo turista quiere tener, a cualquier precio; y al amanecer, decenas de europeos con una cámara se plantan a dos centímetros de monjes y fieles para sacar la instantánea más hermosa. Definitivamente, no creo que tengan una buena opinión de nosotros.
Con Aitor e Íñigo llego hasta Muang Xai, casi la frontera con China. Ellos siguen para Tailandia, yo para Vietnam. Unos chicos de principios sólidos a los que me cuesta decir 'adiós', por mucho que eso sea abrir el camino al reencuentro. El camino de los nómadas no está exento de peajes. Y es bonito, el norte de Laos. Ver pasar un coche es un acontecimiento, tranquilas carreteras por valles con grandes ríos donde acampar, de aguas claras. Paso los últimos días de mi visado en una aldea idílica, Muang Khoan, que me deja un dulce sabor de boca de este país. Situada a caballo entre dos ríos con una naturaleza generosa, muchas casas cuelgan a las orillas, y un puente de hierro de casi doscientos metros, también colgando, conecta ambos barrios. No deja de impresionar la vista desde el puente. Un lugar remoto, con cuatro horas de electricidad al día, y de mercado poco abastecido, pero que dada la velocidad a la que Laos desarrolla su potencial turístico, no quisiera visitar dentro de cinco años.
Rumbo a Vietnam, la carretera atraviesa una zona de minorías étnicas, bonitas montañas, pero en un estado deplorable; falta un año para que la terminen de construir. Mi mapa marca cien kilómetros e imagino que serán tal vez ciento veinte o algo más; en la realidad son setenta, por lo que salgo de Laos y me encuentro en tierra de nadie antes de lo previsto, 17 de febrero. Mi visado para Vietnam comienza el 18, pero decido probar. En pleno puerto de montaña, ese día ya empieza hacer un frío considerable al caer la tarde, y el viento es fuerte.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?