Dejo Alaska por una carretera bastante aburrida, pero nada más entrar al Yukón el paisaje da un giro. Espectaculares panoramas abiertos, decenas de hermosos lagos y montañas nevadas. El Yukón es más grande que España y está habitado por la friolera de 30.000 personas, 23.000 de las cuales viven en Whitehorse, al sur. Efectivamente, hay más posibilidades de encontrarse un oso que un canadiense.
Me doy una considerable paliza cruzando el Yukon y British Columbia, donde el hombre es una anécdota entre tanta tierra virgen. Que los supermercados estén cada 800-1000 kilómetros (¡Canadá es el segundo país más grande del mundo y tiene sólo 33 millones de habitantes!) me hace pedalear con muchos kilos de más, y claro, pedalear deprisa, pues la comida mengua pronto en las alforjas de un ciclista.
4.600 km en dos meses, Alaska y Canadá… son muchos para quien pedalea todo el año, aderezados por 10-12 kg extra de arroz y frutos secos. A este ritmo saldrían casi 30.000 km al año, y yo quiero hacer 15-17.000, como mucho. No quiero desgastarme, pero el inicio americano ha sido exigente. El premio ha sido saborear la soledad en una naturaleza sin domar, estar entre muchos animales salvajes -y verlos-, y disfrutar paisajes de lagos, glaciares y bosques. Duro, maravilloso.
Osos…, un montón. Al principio los contaba, pero al llegar al quinceavo me cansé. Nada que temer en estos lugares. Son animales salvajes y no les gustamos, como a cualquier otro bicho famoso. La mayoría de las veces, en cuanto me olían o escuchaban, miraban un momento, se levantaban sobre dos patas, y se metían en el bosque tranquilamente. Otras veces, seguían tan panchos comiendo flores, y si me sentía con ánimo yo me paraba y les hacía unas fotos. Cierto que en alguna ocasión recibí una mirada algo firme y no me pareció que fuera momento para sacar la cámara, pero nunca he sentido miedo ni amenaza.
El Yukón es una tierra de grandes valles glaciares, que a veces me recordaron al Tíbet, aunque aquí todo está lleno de bosques, y se hace majestuoso al llegar a Kluane National Park, un enorme lago franqueado por nevados y glaciares. Impresionante. Y muy amplio, ya digo, parecido al Tíbet. Tuve suerte y disfruté dos días de sol allí. Mis ojos se llenaron de bocas abiertas, un lugar muy escénico, y maldita sea que se me acababa la comida, pues de mil amores me hubiera quedado para dar algún pateo por dentro de las montañas.
Así que llegué a Whitehorse, donde un ciclista simpático me acogió en su casa por un par de días. Compré comida para otros 11 días, y de nuevo a la ruta, hacia la Cassiar highway.
Es la frontera de Yukon con British Columbia, y una de las carreteras más famosas de Canadá, por su belleza y por la falta de servicios. Un par de aldeas de 300 almas y un par de campings durante unos lentos 800 y pico kilómetros. Para ayudar, viento del sur en mi cara. Fantástico.
El primer par de días es agotador y apenas panorámico, siempre encerrado en el bosque, pero tiene el aliciente de ver osos, zorros, águilas, alces, y malditos roedores, constantemente. Además, no hay mucho turismo por aquí, gracias a la falta de infraestructura, y en varios momentos del día, uno se siente realmente en medio de la naturaleza, muy lejos de cualquier desarrollo.
Después empiezan a aparecer espectaculares lagos, cristalinos, en medio del bosque y coronados por montañas y nieve, como el lago Boya. Inolvidable chapuzón en ese hielo líquido. Se despierta todo dentro de uno: la piel, las uñas, la cabeza, el pelo, el estómago, todo chilla de vida. ¡Qué frío! Pero qué sensación única es bañarse en esos lagos, a saber de qué rincón surge esa felicidad que te recorre el cuerpo, justo al lado de la quemazón del frío. A un lado de la piel sientes frío, y en el otro lado, dicha.
Para más alegría: amigos. En Dease Lake me encuentro con Anna y Pablo (www.viajeros4x4x4.com), que llevan 11 años dando vueltas por el mundo con su furgoneta, la cucaracha libre. Una de las maravillas de viajar es encontrarte con gente especial, gente que en un momento de sus vidas se ha dicho '¿era éste realmente el plan A que yo quería para mi vida? ¿al menos, el plan B?', y hallando que la respuesta era no, sin miedos ni vueltas atrás, se lanzan a hacer lo que quieren, a cumplir sus sueños. Vida, sólo hay una.
En fin, muchas risas con Anna y Pablo, y mucha complicidad. Además, me regalaron su último libro, 'El libro de la independencia', que por supuesto os recomiendo. El capítulo de Siria es brillante.
Y una de las jodiendas de viajar es decirle adiós a quien ya es tu amigo. Porque compartir 48 horas con alguien en un viaje está fuera de los convenios oficiales sobre la amistad; podría decir que es la intensidad, pero ninguna palabra refleja esa hermandad del camino. Una hermandad que se esculpe contra todo paso del tiempo. Los viajeros saben que despedirse significa la promesa de volverse a encontrar, como me ocurre después en Calgary con Mike y Ruby, a quienes conocí en Nairobi cuatro años atrás.
Pero esa bonita esperanza no mengua la rabieta de decir adiós a alguien con quien querrías estar más tiempo, y en fin, 'jodido y radiante, o tal vez viceversa' como escribía Benedetti, seguí rumbo sur. Afortunadamente, el paisaje se torna otra vez espectacular, con cañones y glaciares a babor y estribor.
Terminar la Cassiar highway es empezar la carretera 16, y entrar en una zona más habitada, una tierra más fértil y fácil para vivir, con más servicios, y claro, donde no hay paisajes espectaculares que hacen de la vida una complicación. Además, lluvia. Sin cesar. Una semana larga de lluvia que torna el pedaleo en algo no demasiado agradable.
Lo mejor fue parar en la granja de Curtis y Bonnie. Curtis está jubilado y desde hace 5 años se ha unido a un pionero estudio que trata de averiguar algo sobre la vida y migración de los colibríes. En su jardín ha puesto alimentadores artificiales, y resultado de ello es que cientos de colibríes hacen una parada durante su ida y vuelta desde algún lugar en Latinoamérica a Alaska. Los captura con un ingenio asombroso, los mide, les coloca una anilla y los libera.
Para mí, fue estar en el paraíso, decenas de colibríes revoloteando a mi alrededor, detenidos en el aire frente a mis ojos. La vida puede ser un poema.
El colibrí es mi pájaro favorito, es conmovedor. Tener en la palma de la mano un pajarillo que pesa 5 gramos…, no solamente se para en el aire sino que puede volar hacia atrás, y sin embargo no sabe darse la vuelta en mi mano. Quieto, sintiendo en mi palma no su peso (¡5 gramos!), sino la locura de un diminuto corazón que puede latir a 1000 pulsaciones por minuto… eso es algo maravilloso. Y tan pronto giras la mano y el colibrí siente sus alas libres, ¡zas! es una bala, y en un segundo está en un arbusto, a veinte metros de distancia.
Jasper es donde comienza el parque nacional de los Glaciares. Una carretera de casi 300 km que presume de ser 'la carretera más espectacular del mundo', y que la gente dice, al menos, en Norteamérica lo es. En mi opinión, lo de ser la carretera más bonita del mundo tiene serios rivales, pero en verdad es espectacular. Los lagos son cristales de esmeralda y las montañas están cuajadas de tremendos glaciares. Por supuesto, mucho mejor caminar por el glaciar del Rakaposhi en Pakistán, tú solito, que no aquí en Canadá junto a otros turistas que se bajan del coche-caravana 500 metros atrás, pero… este es el precio de un quinto pino en el Primer Mundo. Con todo, impresionante. Igual de impresionante que el capitalismo galopante de estos lares.
Canadá no se queda atrás con los EE.UU. en asuntos de hacer negocio hasta con el aire que se respira. La máxima gringa, 'si puedes negociar con algo, hazlo', aquí se lleva a rajatabla. No ya que Canadá sea más caro que el mismo Japón, sino que el bien social es impensable. Si al personal le gustan las montañas, estupendo, ponemos una barrera y cobramos 10 dólares al día por el paso; además, prohibimos acampar en donde no haya un camping oficial de 15 dólares. El camping oficial no es más que un área recreativa con un aseo, ni siquiera hay duchas. En los que hay duchas sube a 25…
El parque es realmente espectacular en su tramo central, donde se pasa muy cerca de enormes glaciares, como el Atahuasca, donde me di una caminanta entre regueros de color azul hielo. Está prohibido, pero en esta ocasión somos bastantes los que decidimos que 'hasta aquí llega nuestra paciencia', y un puñado de turistas saltamos a caminar por el hielo. Por cierto, un frío del carajo en ese vendaval que se forma.
Y es que, a veces, Norteamérica se la coge con papel de fumar. El 'es peligroso caminar por el glaciar, el último accidente fue imposible de rescatar' puede tener sus razones, pero… 'atención: este producto puede contener cacahuetes' escrito en… ¡el bote de mantequilla de cacahuete! O más chocante todavía: esas cuchillas de afeitar antiguas que se colocan en la navaja. Son las que yo uso. Bien, aquí están prohibidas; son armas peligrosas. No puedes encontrarlas en un supermercado, pero si quieres un rifle, no hay problema, chico, qué calibre quieres.
En fin, andémonos con ojo, pues esta majadería promete extenderse como los Levis 501, y en breve cuando en España se compre un microondas pondrá en las instrucciones: 'atención, no utilice este electrodoméstico para secar al gato'.
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