Sobre unviajedecuento....
Unviajedecuento recoge la historia de casi 10 años en bicicleta por África, Asia, América y Europa, de lo que acontece ante los ojos de un viajero, y de lo que acontece en el viaje interior: historias, aventuras, cuentos, y cierta poesía. Este blog fue iniciado en Tokio, Japón, en febrero del 2011, donde llegué tras 5 años de viaje y una suma de variopintas circunstancias que van desde la gente anónima que me dio agua en cualquier desierto a los libros que leí durante mi adolescencia. Aunque debo bastante más de lo que puedo aportar, pensé que era el momento de compartir esta historia con quien quisiera leerla. |
Tras Japón, el viaje prosiguió en el continente americano, en la costa ártica de Alaska, Prudhoe Bay, y alcanzó el extremo sur, Ushuaia, en Argentina, en abril del 2014. Tras pedalear varios meses por Europa, el viaje concluyó el 12 de agosto de 2015 en Granada, mi ciudad natal y lugar de partida del viaje. Círculo cerrado.
Puedes leer o curiosear en esta web a tu antojo. Si dejas el cursor en la pestaña, verás que cada continente está dividido en regiones y éstas, a su vez, en países. Al final de cada página hay un grupo de fotografías. Los textos son en su mayoría fragmentos de los libros publicados, aunque sin la corrección ni estilo que presentan en su formato de libro. Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición tres libros publicados, África, Asia, y América. Durante el próximo año, 2016, saldrá a la luz el último sobre Europa que cerrará también otro círculo, el literario en esta ocasión.
Que lo disfrutes. Ojalá todos tengamos un sueño que cumplir.
Salva Rodríguez
Contacto: [email protected]
Puedes leer o curiosear en esta web a tu antojo. Si dejas el cursor en la pestaña, verás que cada continente está dividido en regiones y éstas, a su vez, en países. Al final de cada página hay un grupo de fotografías. Los textos son en su mayoría fragmentos de los libros publicados, aunque sin la corrección ni estilo que presentan en su formato de libro. Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición tres libros publicados, África, Asia, y América. Durante el próximo año, 2016, saldrá a la luz el último sobre Europa que cerrará también otro círculo, el literario en esta ocasión.
Que lo disfrutes. Ojalá todos tengamos un sueño que cumplir.
Salva Rodríguez
Contacto: [email protected]
COMIENZA EL VIAJE...
24 de enero de 2006, con algunas cosas nuevas y otras de toda la vida, salgo de Granada rumbo al África en una bicicleta. En la calle, nadie repara en mí, nadie sabe dónde voy, siquiera yo lo sé. En ese momento no tengo la menor idea de los cientos de amigos que voy a hacer por el camino, de la gente que me va a ayudar en momentos difíciles, que me va a dar agua en el desierto, refugio en tierras inseguras, sonrisas, comida, bienvenidas; la gente que me va a enseñar que este mundo es una maravilla. No sé que voy a ver increíbles lugares, culturas asombrosas, tribus exóticas; ignoro las aventuras que voy a correr, y que en algunas circunstancias se tornarán peligrosas. Ni mi bici ni yo sabemos que vamos a dormir en algunas de las casas más pobres del planeta, también en hoteles de lujo; no sabemos lo mucho que vamos a cambiar...
Atrás dejo una madre y muchos amigos, una vida feliz y cómoda. Una vida que no era la que soñaba cuando era un adolescente. En estos últimos años, por dos veces he estado a punto de romper mi billete de regreso a España estando de vacaciones veraniegas; una en Venezuela, otra en Polonia. No puedo consentirme una tercera, ni puedo seguir escuchando a ese gritón dentro de mí que chilla cada noche, ‘¡ésta no es la vida que me prometiste!’.
Atrás se queda un profesor de instituto, un sueldo fijo para toda la vida, y el paraguas para resguardarme cuando llueva. Me convierto en un trotamundos sin casa, sin capa ni espada, que no sabe dónde va a dormir esta noche, ni lo que espera detrás de la siguiente curva. Pero es la vida que quiero tener, no puedo seguir pagando cada año diez meses a esta sociedad, para vivir durante dos cortos meses la vida que me gusta.
Me voy.
Rumbo al puerto de Algeciras paro en casa de mi madre, de algunos amigos, para decir adiós.
- ¿Cuándo volverás?
- No lo sé. Tal vez dos o tres años, tal vez dos o tres meses. No lo sé.
En Ronda me detiene una nevada durante un par de días. La blanca nieve me recuerda su piel, podría intentarlo una vez más, tal vez seríamos felices, una familia... pero es demasiado tarde, y sin darme cuenta estoy en el ferry a Ceuta, a África. El viento me empuja y hago lo que no puedo dejar de hacer.
Yo nací árbol. Nací en Granada y soy un chopo. Siendo preciso, un chopo del término municipal de Belicena, tierra donde somos ahora la única especie. Digo 'ahora' porque cuentan que no siempre fue así. Crecí feliz, afortunado, rodeado de mis hermanos, con excelentes nutrientes que parecían llovidos del cielo, agua en abundancia, y ajenos a las enfermedades. Teníamos también muchísima luz y como los chopos somos de naturaleza firme, no como otros árboles, crecíamos sin estorbarnos unos a otros en fraternal rivalidad. Todas las semanas nos medíamos y envidiábamos al más alto. La verdad es que vivíamos en tan singular armonía de espacio que si no fuera porque soy un ateo convencido, creería como mis mayores en la existencia de un Jardinero Celestial. Digo 'ateo' porque soy un chopo moderno, y creo en la teoría de la reproducción por el aire y por los pájaros, bueno, por la cagarruta de los pájaros. Aunque mi especie es muy tradicional en lo religioso y casi todos creen en el Jardinero Celestial que nos planta y nos provee de nutrientes.
Éramos, como creo haber dicho, felices. A cuál más recto, más convencido de su porte elegante. Felices cuando nos vestía la primavera de lentejuelas, con la danza del viento, con la meditación desnuda del invierno. No temíamos a nada, salvo a plagas o incendios. Y yo, por supuesto, ni a la muerte. Los chopos modernos creemos en la reencarnación en forma de otra planta, y a veces pensaba que en una vida anterior fui un gran ficus del África, no sé por qué.
No temía a la muerte, pero sí al sufrimiento, a ser tronchado por un vendaval, devorado por las termitas, qué sé yo, imaginaba miles de torturas que me ocasionaban un pánico terrible. No podía evitar pensar en ellas, mi imaginación quería intuir un sufrimiento que la vida no me daba. Aún con eso, no estaba preparado para lo que iba a llegar. Quién lo podría. Vivía en un maravilloso lugar, sin falta de luz, de nutrientes, de compañía, sin plagas ni catástrofes naturales. Aquello era el paraíso. Y cuando uno vive en el paraíso resulta difícil comprender el sufrimiento.
Seré claro. Me cortaron casi a la altura de la raíz. Digo 'claro' porque con el dolor no se pueden utilizar metáforas. El dolor fue más intenso de lo esperado. La quemazón que se dirigía hacia el centro de mi tronco no parecía terminar. Pero terminó, finalmente caí. Y perdí la consciencia.
Yo nací árbol y soy un puntal de construcción. Quién me hubiera dicho que mantendría la memoria tras la muerte. Digo 'la muerte', pero quizás esto sea una reencarnación. Menuda broma cósmica. Me pregunto si todos los puntales que han salido del chopo que fui habrán tenido la misma suerte. Cuando recuperé el conocimiento, apuntalaba en un espantoso bloque de edificios. Primera línea de playa. Frente al mar.
Poco que hacer, nadie con quien hablar. El resto de los puntales parecían estar en un estado catatónico, tal vez muertos. Los días pasaban eternos, y el peso me provocaba grietas continuamente. Al menos, el dolor me daba la certeza de estar vivo. Al fin me liberaron. Digo 'liberaron', bueno, mejor dicho, me abandonaron. Y al momento, otra vez el corte. Es curioso comprobar cómo el mismo dolor cuando se sufre por segunda vez no resulta de menor intensidad. Siquiera la misma. Es peor. No hay aprendizaje en el dolor.
Al despertar otra vez, en la misma orilla, no sabía si mi tacto mojado era a causa del agua o de mis lágrimas.
Yo nací árbol. Ahora soy un trozo de basura. Qué triste. Qué triste. Qué triste. Yo nací árbol y ahora soy un trozo de basura abandonado. Y por mucho que insista en esa idea, por muchas veces que repita la palabra 'triste', tú jamás podrás comprenderlo. Tú vives en el paraíso. Cuándo se vive en el paraíso resulta difícil comprender el sufrimiento.
Ahora que sufría de verdad, me resultaba imposible verme desde fuera, como tantas veces había hecho anteriormente. Me refugié en el pasado. En mis recuerdos, yo era un chopo moderno y por tanto me complacía contemplarme en el otoño amando mis hojas al caer, extasiado en el invierno con la nieve en mis delgadas ramas, en fin, en esos momentos era capaz de salir fuera y contemplar mi vida, que es otra forma de disfrutarla. Pero cuando la vida se hace realmente intensa, ya no hay tiempo ni posibilidad de contemplarla, te invade con las fuerzas de la selva, respiras algo atávico y lo sofisticado desaparece. Entonces creces. Y no lo ves sino cuando todo ha pasado, porque ya no eres quien eras antes de la vida. En el dolor crecí.
En ese momento sentí una certeza: debía irme al corazón del África. Ya he dicho que a veces creía ser la reencarnación de un árbol africano, pero quiero dejar claro que en ese momento tan intenso no tuve revelación alguna que me lo confirmara. Soy demasiado moderno para eso, tal vez. Fue evidente lo que tenía que hacer.
Cuando la espuma de la marea me rodeó por primera vez y movió mi triste cuerpo mutilado haciéndome girar varias vueltas como si mis anillos fueran una rueda, sentí una emoción indescriptible. Al fondo, a lo lejos, un inmenso mar. No atisbaba más que una línea azul que se difuminaba hasta hacerse horizonte, pero sabía que al otro lado estaba el África y que de alguna manera llegaría hasta el corazón del continente. Me disponía a partir. Supuse que llegarían aburridos días flotando en el mar, tal vez más dolor, quizás algo de felicidad, la soledad, la duda. Sin embargo, esos pensamientos eran arrastrados por una fuerza irrefrenable; la sensación de partir era una efervescencia en la piel demasiado intensa para que el miedo me detuviese. Por ese momento irracional se han cometido muchas locuras. También se han descubierto otras tierras.
Pero, dudé. También dudé un momento. Es inútil negar que en esos momentos también se siente miedo, un miedo que planta dique a las fuerzas que te arrastran. Entonces llegó la marea con más fuerza. Tiene gracia que la decisión más importante de tu vida la pueda tomar el azar. Para qué negarse. Por qué hacerlo.
Yo nací árbol y ahora floto en medio del mar, me arrastra la marea y me dejo llevar.
Vuelvo a ser feliz.