CHINA.
Diez años atrás, en la frontera china de la Karakoram Kighway, me registraron hasta la bolsa con ropa sucia. Esta vez, sonrisas, un sello rápido, y 'porfavorpasaporaquitubici', sin problemas, ni abrir una sola alforja. No es la única sorpresa que me espera. China es tal vez el país que más velozmente ha cambiado en los últimos años. Mis recuerdos del desprecio han, son ahora continuas sonrisas, amabilidad y cierta intención por comunicarse con el extranjero. Compro un mapa chino de Yunnan que me sirve para preguntar, comprobar mi dirección con el garabato de la carretera, y para poco más, pues no tiene kilómetros ni indicaciones de altura. El que tengo en cristiano para esta zona tampoco es muy detallado, así que calculo seis o siete días de viaje hasta Dali con una absurda bisectriz entre ambos. Serán diez.
Pese a la diversión, los malentendidos y el tiempo que llevan, la vida en bici es sencilla en China. La comida es sabrosa, muy variada y repetir arroz es gratis. Los mercados están saturados, desde deliciosas piñas a manzanas, tomates 'sherry', guisantes, leche de soja…, quiero probarlo todo y me basta señalar con el dedo lo que quiero. La cerveza no sirve ni para regar ortigas, pero los pacharanes... hum, deliciosos. ¡Me llenan el termo por medio euro! China es muy barata y la gente bastante honesta; no tratan de engañarme. Al viajar con Li Wee compruebo que a él le dicen los mismos precios que a mí.
Li Wee es un ciclista chino con el que viajo tres días. Un clásico del entusiasmo asiático que estalla de alegría porque le propones ir a cenar. Y nos lo hemos pasado bien, aunque su inglés generaba a veces más desentendidos que aclaraciones... Ser ciclista es algo que traspasa fronteras. Da igual que seas polaco, inglés, chino, que español. Todos nos volvemos locos mirando un mapa, preguntando por rutas, compartiendo información, soñando con lugares remotos. Todos con un ojo puesto en esas nubes, en el viento, en esa rodilla que duele, buscando el hotel más barato, dónde comer más por menos. Todos soñando con un lugar nuevo, otro país, otro viaje, y con la mujer que nos libere de soñar tanto. En fin, ciclistas… en algún momento nos salimos de la rosca y después no entramos en ningún tornillo. El precio de palpar la libertad.
'He comido muchos animales en mi vida. Cuando muera quiero tener un funeral tibetano, que mi cuerpo sea devorado por los buitres. Me parece algo simplemente justo.'
Cerrar el círculo. Conocí a Hutch en Lijiang, amigo de un amigo, y me invitó a pasar unos días en su casa. Un estadounidense que dice empezó a vivir a los cincuenta y ocho años, asumiendo valiente el más vale tarde que nunca, y que ahora, a sus setenta estaba preparando un viaje en bici al monte Kailash. Hombre de costumbres particulares; cada mañana se conecta al mundo con su ordenador, pero a la tarde su teléfono suena y suena sin que haga el más mínimo gesto de detener un paseo por el Lijiang antiguo para responder. Habla con temor del vuelo de dos horas a Hong Kong para renovar su visa, cuando dentro de un mes va a emprender un viaje por el altiplano más duro del planeta.
Al principio de todo camino, el caminante percibe que se aleja. Vacaciones y viajes cortos sólo generan ida y vuelta. Te alejas y regresas. Refuerzan el pensamiento lineal de Occidente y crean la apariencia de extremos opuestos. Empero, el caminante que llega lejos se da cuenta que comienza a acercarse. Un viaje largo es la asombrosa iniciación a un mundo redondo, alejarse de un lugar conlleva acercarse también. Cada vez más lejos y cada vez más cerca. Pero Occidente prefirió a Platón, y a Heráclito le llamó 'el oscuro'.
'Tengo baja tolerancia al aburrimiento. Nunca pude estar en el mismo lugar, ni con la misma mujer mas de tres años.' Hutch hizo dinero en los Estados Unidos escribiendo guiones de cine. Enriquecerse no le ha llevado al extremo opuesto de la pobreza, sino a acercarse a ella. 'No quiero tener un centavo cuando muera. Todo ha de ser devuelto' me dice tajante, tras pagar un delicioso almuerzo en un restaurante italiano.
A veces, una fuerte sonrisa alegra su rostro envejecido, pero es una luz que ha de cruzar cincuenta y ocho años de insatisfacción y cuesta un esfuerzo que revela cansancio. Sus largas décadas de vida independiente, estancado en viajes de ida y vuelta, en mujeres de ida y vuelta, se quebraron a los cincuenta y ocho. 'Vivir ha de ser algo más, no podía ser que casi a los sesenta tuviera la sensación de estar perdiéndome algo grande'.
Hutch dejó su país y expuso su corazón para cumplir sus sueños, para quedar en paz con quien le gritaba desde dentro, y emprendió un largo viaje hacia la esencia de la vida.
Rápidamente descubrió que para llegar a recibir, el camino comienza dando. Cuanto más te alejas, más cerca estás. Para él, sin embargo, puede que sea tarde, pues el camino del egoísmo es extraordinariamente largo antes de acercarse a la entrega.
'He aprendido a ser generoso, pero compartir mi vida... para eso creo que ya es tarde, y además, puede que no sea mi naturaleza.'
A veces, el caminante se duele por la soledad, la falta de amor, pues la iniciación ha de ser un proceso en plena libertad, un término que no admite compañía. Pero tras los años comienza a preguntarse hasta qué lugar debe llegar su camino. Tal vez comienza a acercarse... ha de esperar. Un problema no puede ser resuelto desde el mismo nivel en que se formula, decía Einstein.
El planeta es redondo, la vida también. El camino de la independencia conduce al compromiso, la soledad al amor, el egoísmo a la entrega. Es sólo una cuestión de cuán larga traza cada hombre la circunferencia, hasta dónde quiere probarse a si mismo. Alejarse para llegar al punto de partida.
Hutch me acompañó unos kilómetros para despedirnos pedaleando. Sonreía al verme partir. Aunque es difícil que volvamos a encontrarnos, él sabe que despedirse es algo más que decir adiós. Es también el primer paso del camino hacia el reencuentro.
En Lijiang paro de nuevo unos días. Es otra turística ciudad 'antigua'. La revolución de Mao Zedong acabó con tradiciones milenarias y el estilo de vida antiguo, pero en la última década el gobierno chino ha descubierto el filón que genera el turismo y ha revitalizado las ciudades que mejores posibilidades ofrecían. Ahora, en China, hay decenas de 'ciudades antiguas' que visitar, recientemente construidas…
Desde Lijiang comienzan las montañas serias. Tomo una ruta alternativa a la carretera principal, que me lleva entre montañas de picos nevados y valles profundos a dar un rodeo largo, pero que cruza el Yang Tsé, y tengo una enfermiza obsesión por dormir en los ríos más importantes del mundo. Bajar a éste tiene un rato entretenido. Un camino de caballos baja hasta el remolcador que cruza a la otra orilla, y por un par de veces veo mi bici en el río, y otro par, nos veo a los dos. Agotador, pero esa noche duermo con mi tienda en una maravilla de la naturaleza, a escasos metros del estruendo que genera el poderoso Yang Tsé.
A 3200 metros de altura, Zhongdian es el límite sur de las tierras tibetanas, el comienzo de la antigua provincia Khando. Ahora, como todo el Tíbet, está invadido y controlado por el gobierno chino, que le ha puesto de nombre Shangrilá, para reclamar la veracidad de la novela de James Hilton, y… ¡fomentar el turismo!
La entrada a Zhongdian es desmoralizante, contra viento y frío, comienzo de un temporal y de dos duros meses por tierras tibetanas y mal tiempo. Durante cuatro días se alternan leves nevadas matutinas con lluvia y algún rato de sol, pero el horizonte al norte donde quiero ir está siempre cubierto por las nubes. La carretera a Litang, de unos cuatrocientos kilómetros, tiene fama de ser dura y espectacular, y no quiero hacerla encerrado en una nube.
Aunque no todo es asunto climático en las regiones tibetanas… La información que consigo es que Litang está abierto a 'aliens' -nombre oficial para designar a los extranjeros- desde el primero de abril, la fecha en que llego a Zhongdian; no obstante, la PSB -la policía que controla a los 'aliens'- tiene cerrado todo acceso norte a las zonas tibetanas. Un mochilero francés intenta comprar un billete de autobús a Litang sin éxito, y después convence a un chino para que lo compre en su nombre. Al salir de la estación, la PSB le descubre dentro del bus y lo envían amablemente de regreso a la pensión. Yo confío en que la bicicleta sea más discreta, y un estadounidense que lleva una empresa de escalada me explica entre cervezas cómo rodear la estación de buses par salir de Zhongdian y lo que me espera en el camino.
- El primer control difícil lo tienes a veinte kilómetros. No digas que vas a Litang sino a las aguas termales de Daochengxian, están cerca de un Parque Nacional y te dejarán pasar, son turísticas. En medio de la ruta está Xiangcheng, la única ciudad con PSB; tendrás que entrar a comprar comida, claro, pero no te entretengas y ni se te ocurra dormir allí. Si llegas hasta el cruce de Daochengxian, no creo que allí te pare nadie, pero en ese caso, di que vienes de Litang, pues su orden es enviar a la gente de regreso.
Doy las gracias a Kevin, y como parece que el tiempo no va a mejorar, decido salir hacia el altiplano con un bastante incertidumbre.
Resulta ser un inolvidable mes de abril, donde tengo tres días de sol contados, y las ventiscas caen una tras otra. Las carreteras están en mal estado, hace mucho frío y enfermo dos veces. Nada de ésto es una queja; la dureza de estas semanas alimenta al animal que llevo dentro, convierte las prioridades de mi vida en tener un refugio seco a la noche, comida, agua y avanzar. Avanzar puerto a puerto, valle a valle, sentir frío, cansancio, incertidumbre, rabia contra el viento, y maravillarme con el paisaje. Pese a tener la cara congelada contra el viento, llevo una sonrisa contemplando enormes nevados y las panorámicas inabarcables del Tíbet. Pedalear sobreviviendo no deja rincón alguno para la condición urbana, todo es esencia animal, y el corazón no se alimenta de capuccinos, sino de emociones fuertes; las que le recuerdan cuando era peludo, vivía en una cueva y tenía que luchar para sobrevivir.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?
Diez años atrás, en la frontera china de la Karakoram Kighway, me registraron hasta la bolsa con ropa sucia. Esta vez, sonrisas, un sello rápido, y 'porfavorpasaporaquitubici', sin problemas, ni abrir una sola alforja. No es la única sorpresa que me espera. China es tal vez el país que más velozmente ha cambiado en los últimos años. Mis recuerdos del desprecio han, son ahora continuas sonrisas, amabilidad y cierta intención por comunicarse con el extranjero. Compro un mapa chino de Yunnan que me sirve para preguntar, comprobar mi dirección con el garabato de la carretera, y para poco más, pues no tiene kilómetros ni indicaciones de altura. El que tengo en cristiano para esta zona tampoco es muy detallado, así que calculo seis o siete días de viaje hasta Dali con una absurda bisectriz entre ambos. Serán diez.
Pese a la diversión, los malentendidos y el tiempo que llevan, la vida en bici es sencilla en China. La comida es sabrosa, muy variada y repetir arroz es gratis. Los mercados están saturados, desde deliciosas piñas a manzanas, tomates 'sherry', guisantes, leche de soja…, quiero probarlo todo y me basta señalar con el dedo lo que quiero. La cerveza no sirve ni para regar ortigas, pero los pacharanes... hum, deliciosos. ¡Me llenan el termo por medio euro! China es muy barata y la gente bastante honesta; no tratan de engañarme. Al viajar con Li Wee compruebo que a él le dicen los mismos precios que a mí.
Li Wee es un ciclista chino con el que viajo tres días. Un clásico del entusiasmo asiático que estalla de alegría porque le propones ir a cenar. Y nos lo hemos pasado bien, aunque su inglés generaba a veces más desentendidos que aclaraciones... Ser ciclista es algo que traspasa fronteras. Da igual que seas polaco, inglés, chino, que español. Todos nos volvemos locos mirando un mapa, preguntando por rutas, compartiendo información, soñando con lugares remotos. Todos con un ojo puesto en esas nubes, en el viento, en esa rodilla que duele, buscando el hotel más barato, dónde comer más por menos. Todos soñando con un lugar nuevo, otro país, otro viaje, y con la mujer que nos libere de soñar tanto. En fin, ciclistas… en algún momento nos salimos de la rosca y después no entramos en ningún tornillo. El precio de palpar la libertad.
'He comido muchos animales en mi vida. Cuando muera quiero tener un funeral tibetano, que mi cuerpo sea devorado por los buitres. Me parece algo simplemente justo.'
Cerrar el círculo. Conocí a Hutch en Lijiang, amigo de un amigo, y me invitó a pasar unos días en su casa. Un estadounidense que dice empezó a vivir a los cincuenta y ocho años, asumiendo valiente el más vale tarde que nunca, y que ahora, a sus setenta estaba preparando un viaje en bici al monte Kailash. Hombre de costumbres particulares; cada mañana se conecta al mundo con su ordenador, pero a la tarde su teléfono suena y suena sin que haga el más mínimo gesto de detener un paseo por el Lijiang antiguo para responder. Habla con temor del vuelo de dos horas a Hong Kong para renovar su visa, cuando dentro de un mes va a emprender un viaje por el altiplano más duro del planeta.
Al principio de todo camino, el caminante percibe que se aleja. Vacaciones y viajes cortos sólo generan ida y vuelta. Te alejas y regresas. Refuerzan el pensamiento lineal de Occidente y crean la apariencia de extremos opuestos. Empero, el caminante que llega lejos se da cuenta que comienza a acercarse. Un viaje largo es la asombrosa iniciación a un mundo redondo, alejarse de un lugar conlleva acercarse también. Cada vez más lejos y cada vez más cerca. Pero Occidente prefirió a Platón, y a Heráclito le llamó 'el oscuro'.
'Tengo baja tolerancia al aburrimiento. Nunca pude estar en el mismo lugar, ni con la misma mujer mas de tres años.' Hutch hizo dinero en los Estados Unidos escribiendo guiones de cine. Enriquecerse no le ha llevado al extremo opuesto de la pobreza, sino a acercarse a ella. 'No quiero tener un centavo cuando muera. Todo ha de ser devuelto' me dice tajante, tras pagar un delicioso almuerzo en un restaurante italiano.
A veces, una fuerte sonrisa alegra su rostro envejecido, pero es una luz que ha de cruzar cincuenta y ocho años de insatisfacción y cuesta un esfuerzo que revela cansancio. Sus largas décadas de vida independiente, estancado en viajes de ida y vuelta, en mujeres de ida y vuelta, se quebraron a los cincuenta y ocho. 'Vivir ha de ser algo más, no podía ser que casi a los sesenta tuviera la sensación de estar perdiéndome algo grande'.
Hutch dejó su país y expuso su corazón para cumplir sus sueños, para quedar en paz con quien le gritaba desde dentro, y emprendió un largo viaje hacia la esencia de la vida.
Rápidamente descubrió que para llegar a recibir, el camino comienza dando. Cuanto más te alejas, más cerca estás. Para él, sin embargo, puede que sea tarde, pues el camino del egoísmo es extraordinariamente largo antes de acercarse a la entrega.
'He aprendido a ser generoso, pero compartir mi vida... para eso creo que ya es tarde, y además, puede que no sea mi naturaleza.'
A veces, el caminante se duele por la soledad, la falta de amor, pues la iniciación ha de ser un proceso en plena libertad, un término que no admite compañía. Pero tras los años comienza a preguntarse hasta qué lugar debe llegar su camino. Tal vez comienza a acercarse... ha de esperar. Un problema no puede ser resuelto desde el mismo nivel en que se formula, decía Einstein.
El planeta es redondo, la vida también. El camino de la independencia conduce al compromiso, la soledad al amor, el egoísmo a la entrega. Es sólo una cuestión de cuán larga traza cada hombre la circunferencia, hasta dónde quiere probarse a si mismo. Alejarse para llegar al punto de partida.
Hutch me acompañó unos kilómetros para despedirnos pedaleando. Sonreía al verme partir. Aunque es difícil que volvamos a encontrarnos, él sabe que despedirse es algo más que decir adiós. Es también el primer paso del camino hacia el reencuentro.
En Lijiang paro de nuevo unos días. Es otra turística ciudad 'antigua'. La revolución de Mao Zedong acabó con tradiciones milenarias y el estilo de vida antiguo, pero en la última década el gobierno chino ha descubierto el filón que genera el turismo y ha revitalizado las ciudades que mejores posibilidades ofrecían. Ahora, en China, hay decenas de 'ciudades antiguas' que visitar, recientemente construidas…
Desde Lijiang comienzan las montañas serias. Tomo una ruta alternativa a la carretera principal, que me lleva entre montañas de picos nevados y valles profundos a dar un rodeo largo, pero que cruza el Yang Tsé, y tengo una enfermiza obsesión por dormir en los ríos más importantes del mundo. Bajar a éste tiene un rato entretenido. Un camino de caballos baja hasta el remolcador que cruza a la otra orilla, y por un par de veces veo mi bici en el río, y otro par, nos veo a los dos. Agotador, pero esa noche duermo con mi tienda en una maravilla de la naturaleza, a escasos metros del estruendo que genera el poderoso Yang Tsé.
A 3200 metros de altura, Zhongdian es el límite sur de las tierras tibetanas, el comienzo de la antigua provincia Khando. Ahora, como todo el Tíbet, está invadido y controlado por el gobierno chino, que le ha puesto de nombre Shangrilá, para reclamar la veracidad de la novela de James Hilton, y… ¡fomentar el turismo!
La entrada a Zhongdian es desmoralizante, contra viento y frío, comienzo de un temporal y de dos duros meses por tierras tibetanas y mal tiempo. Durante cuatro días se alternan leves nevadas matutinas con lluvia y algún rato de sol, pero el horizonte al norte donde quiero ir está siempre cubierto por las nubes. La carretera a Litang, de unos cuatrocientos kilómetros, tiene fama de ser dura y espectacular, y no quiero hacerla encerrado en una nube.
Aunque no todo es asunto climático en las regiones tibetanas… La información que consigo es que Litang está abierto a 'aliens' -nombre oficial para designar a los extranjeros- desde el primero de abril, la fecha en que llego a Zhongdian; no obstante, la PSB -la policía que controla a los 'aliens'- tiene cerrado todo acceso norte a las zonas tibetanas. Un mochilero francés intenta comprar un billete de autobús a Litang sin éxito, y después convence a un chino para que lo compre en su nombre. Al salir de la estación, la PSB le descubre dentro del bus y lo envían amablemente de regreso a la pensión. Yo confío en que la bicicleta sea más discreta, y un estadounidense que lleva una empresa de escalada me explica entre cervezas cómo rodear la estación de buses par salir de Zhongdian y lo que me espera en el camino.
- El primer control difícil lo tienes a veinte kilómetros. No digas que vas a Litang sino a las aguas termales de Daochengxian, están cerca de un Parque Nacional y te dejarán pasar, son turísticas. En medio de la ruta está Xiangcheng, la única ciudad con PSB; tendrás que entrar a comprar comida, claro, pero no te entretengas y ni se te ocurra dormir allí. Si llegas hasta el cruce de Daochengxian, no creo que allí te pare nadie, pero en ese caso, di que vienes de Litang, pues su orden es enviar a la gente de regreso.
Doy las gracias a Kevin, y como parece que el tiempo no va a mejorar, decido salir hacia el altiplano con un bastante incertidumbre.
Resulta ser un inolvidable mes de abril, donde tengo tres días de sol contados, y las ventiscas caen una tras otra. Las carreteras están en mal estado, hace mucho frío y enfermo dos veces. Nada de ésto es una queja; la dureza de estas semanas alimenta al animal que llevo dentro, convierte las prioridades de mi vida en tener un refugio seco a la noche, comida, agua y avanzar. Avanzar puerto a puerto, valle a valle, sentir frío, cansancio, incertidumbre, rabia contra el viento, y maravillarme con el paisaje. Pese a tener la cara congelada contra el viento, llevo una sonrisa contemplando enormes nevados y las panorámicas inabarcables del Tíbet. Pedalear sobreviviendo no deja rincón alguno para la condición urbana, todo es esencia animal, y el corazón no se alimenta de capuccinos, sino de emociones fuertes; las que le recuerdan cuando era peludo, vivía en una cueva y tenía que luchar para sobrevivir.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?