IRÁN.
La vida juega con los hombres una partida de póker llena de argucias, trampas y faroles, y una sola regla: quien quiera ganar el mundo debe apostar su vida sobre la mesa y ofrecerla a la suerte. Lejos de los garitos clandestinos, en el Castillo de las luces y el confort, no tiene cabida algo que la televisión puede suplir, y convierte a los hombres en espectadores en vez de jugadores. Más, fuera de las murallas, aún hay hombres que se juegan la vida por sus ideas, por un sueño, por una mujer.
Conocí a Theo en una aldea del mar Caspio. Vino con su motillo llamado por los paisanos que no tenían muy claro si era buena idea dejarnos acampar en el parque.
- Ni hablar, seguidme.
Hubo tres razones para obedecer: hablaba inglés, era ya tarde, y su invitación fue una orden. La hospitalidad persa puede oscilar entre una acogida entusiasta y un autoritario paternalismo que no deja respirar al huésped. Huésped llega a significar 'más que el padre' y el abrumador maremoto de atenciones a veces desconcierta de tal modo al occidental que le hace pensar si más que un invitado es un secuestrado. No fue el caso de Theo, él nos conoce bien.
Cuando nos despedimos a la mañana siguiente, tras la sabrosa leche recién ordenada, sus ojos pequeñísimos entre la melena blanca y la barba también blanca que le nacía en los pómulos, brillaban de felices lágrimas. Después, nos bendijo rezando el credo y nos deseó buen viaje.
Theo salió de Irán a los doce años, en los tiempos del Sha, la marioneta inglesa que frenaba los sueños de Ataturk sobre un gran Turkestán en Asia central. Vivió en Alemania, Italia, Estados Unidos, y Cánada. Un curioso sacerdote católico en medio de una familia islámica moderada. Al sentirse viejo, la soledad le regaló un billete de vuelta a Irán, donde parientes suyos le buscaron una esposa y le arroparon el primer año mientras recordaba el farsi de su infancia.
Su casa es pequeña, llena de paz, una mezcla de diseño americano con alfombras y cojines orientales. Una cruz en una viga y una biblia en alemán que coló en su equipaje son sus más preciadas posesiones. Los ojos del pequeño Theo, entre tanto pelo blanco, brillan cuando las señala. Se jugó la vida trayéndolos consigo. En el Irán de los 'mulahs', le encarcelarían en un psiquiátrico si le descubrieran. Y si alguien le abriese el cuello de la camisa y revelase la cruz judía junto a la cristiana, le cortarían la cabeza.
'Me la regaló un amigo; todos somos hermanos, como tú y yo ahora'. Le miré admirado, y como quien suelta una piedra enorme en un estanque, dijo: 'Quien ama no puede odiar, es así de sencillo'
Tiene quince feligreses. Todo es secreto, clandestino, arriesgado. Nadie en la aldea sabe acerca de ello. Theo es simplemente un extraño viejecillo que ha vuelto a su país para casarse con una viuda, que tiene tres vacas holandesas de las que regala más leche que vende, y habla idiomas. No va a la ciudad, no llama la atención, y siempre ayuda a quien le pide. Para mí fue un honor conocerle, estar en su casa y escuchar su historia. Baricco escribió, 'nadie está acabado mientras tenga una historia que contar' y la de Theo es impresionante. Él entró en uno de los garitos clandestinos donde la vida juega al póker y sin temblores, o muy probablemente con ellos, expuso su vida en la apuesta. Se llevará todo a la tumba consigo. Theo ha ganado la partida.
Bajo desde las montañas hacia Tabriz, donde hay una afición ciclista enorme, y llegando a la ciudad se me engancha Amir, que lleva una bicicleta de carretera. Charlamos poco, pues su inglés es como mi farsi, pero escucha los ruidos de mi cadena saltando en varios piñones. 'Sígueme, por favor', y al entrar en Tabriz me conduce hasta la cueva de Saeed. Momentos antes, tenemos que hacer una pausa para que Amir se coloque unos pantalones largos sobre los 'culottes', pues los hombres no deben mostrar sus piernas en Irán.
Saeed regenta un hueco en la calle, como toda buena tienda iraní, y en lugar de cofres con joyas tiene repuestos de marcas occidentales; dado el bloqueo que sufre Irán, a saber cómo diablos los consigue. Casi todo el material que tiene son modelos ya desfasados en Europa; en muchos casos, más resistentes y duraderos que las nuevas generaciones de productos ligeros. Nadie habla inglés pero saben lo que hay que hacer con la bici, y salgo de su tienda con una transmisión nueva, y todo reluciente como salido de fábrica.
Tras la ruta por el Kurdistán, en Tabriz entro en plena Ruta de la Seda. Tal vez, el itinerario más popular del planeta entre ciclo-viajeros que puedan disponer de una pausa en su trabajo. Desde cualquier punto europeo hasta Pekín, lo que puede llevar de seis meses a un año, en función de la ruta elegida. Eso genera la posibilidad de encontrarse con camaradas de tanto en tanto, pues las grandes ciudades y los enclaves más turísticos funcionan como 'cuello de botella'. Y sin que viajar en bici pase de ser una insignificante minoría, cierto que nos organizamos bien a través del email y de los foros; con los años, quien no conoce a uno, conoce al amigo de otro. Esta pequeña comunidad ciclista ofrece también buena información, y yo no quise cambiar mi transmisión en Turquía -donde los precios son europeos- porque sabía que podía hacerlo en Teherán. Pero de la tienda de Saeed en Tabriz, no sabía nada.
En Tabriz surge una de estas ocasiones, y en el hotel más barato nos encontramos cinco ciclistas. Tres suizos que tienen un año sabático y van hacia Asia Central, y Steve, un flemático inglés que compagina el baño helado en el río y el té a las cinco. Todos juntos nos dirigimos hacia el mar Caspio, y al tercer día nos cruzamos con Álvaro Neil, el Biciclown, con lo que montamos un insólito campamento de seis ciclo-viajeros esa noche. No volveré a coincidir con semejante pelotón, pero sí con Álvaro, a quien en los siguientes años veré varias veces.
Acampar es fácil, todos estamos acostumbrados a lavarnos con agua fría y a cocinar macarrones, pero encontrar una habitación para cinco ciclistas y cinco bicicletas… es harina de otro costal. En Ardabil, donde Steve y yo decíamos adiós a los suizos, nos las vemos y deseamos para encontrar sitio. Finalmente, un simpático iraní nos lleva al hotel de su amigo, y en una habitación minúscula, en la que tres camas lo ocupan todo formando una U, nos apañamos los cinco con todo el equipaje. Nos hartamos de reír y de pisarnos los unos a los otros, como en pleno camarote de los hermanos Marx; eso sí, nadie roncaba, creo.
De estos días, el único inconveniente es el tráfico, hay mucho más del que yo estoy acostumbrado. En Irán se llena el tanque con un dólar y claro, todo el mundo tiene coche y sale a la carretera, pues otra de las costumbres iraníes es pasar un día libre con la familia haciendo picnic en las montañas, o en cualquier parque. Al bajar al Caspio, el tráfico va a más, y la llanta que llevo agrietada amenaza con dejarme tirado en cualquier momento. Decido dejar la bici en un restaurante con un tal Saeed, un tipo muy agradable, y subo en autobús a Teherán a buscar una rueda nueva.
Teherán no sólo es una de las ciudades más contaminadas e insoportables del mundo, sino que cruzar la calle es más peligroso que bañarse entre los hipopótamos del lago Kariba. Lo mejor que me ocurre allí es conocer a Jose Antonio, un tipo de setenta años viajando en todo-terreno, con una vida periodística envidiable, y doctorado en el arte de vivir el presente.
Regreso con la rueda nueva y subo al Elburz Central. Todo un reto. Quiero saber hasta qué punto estoy envejeciendo, y hago en un día 3000 metros de desnivel acumulado, desde las seis de la mañana hasta las ocho de la noche, que llego al túnel, a 2650 metros sobre el nivel del Caspio. El cañón es espectacular, con una carretera de zetas excavadas en la vertical pared increíbles, una obra de arte ingeniero, pero los últimos once kilómetros se me hacen eternos, metido en una nube, sin poder estimar dónde diablos está el túnel y el final de la ascensión. Una vez al otro lado del túnel, la humedad desaparece y me enfrento a las montañas desérticas que bajan a Teherán. Al día siguiente, descubro que ya no tengo veinte años y las agujetas me durarán cuatro días, mientras espero los visados para Asia Central.
Nadie llega a Irán y se echa las manos a la cabeza cuando comienza el papeleo burocrático para las ex-repúblicas soviéticas de Asia Central. Es una pesadilla bien conocida en la comunidad viajera.
12 de julio, jueves. Temprano en la mañana, cogemos un taxi y primera visita al norte de Teherán. La embajada uzbeka está cerrada, la tayiki también, y la kirguis… también.
13, viernes. Cierran hasta las cuevas. ¡Teherán es una fiesta!
14, sábado. Segundo paseo al norte. Embajada uzbeka también cerrada, pero logramos hablar con ellos y prometen abrir mañana y de paso, amablemente nos informan que necesitamos una carta de recomendación de nuestra embajada. Se aclara el misterio: jueves y viernes cierran embajadas musulmanas; viernes y sábado, embajadas no musulmanas. Los 'Stans' cierran cuando les parece.
15, domingo. La estancia en Teherán comienza a pesar cuando no a deprimir. Vamos a la embajada española por las cartitas. Una funcionaria muy seria nos atiende.
- ¿Carta de recomendación para Uzbekistán? Vale, ¿algo más?
- ¿Un café? -pregunta Álvaro. La mirada es de hielo -. Era broma.
- ¿Algo más? -insiste.
- Vale, ya que es usted tan amable, también para Kirguizistán, Tadjikistán y Turkmenistán, -pues no sabemos si las necesitaremos y las cartas son gratis para los españoles.
- ¡Ocho!
- Si. Cuatro para Álvaro y cuatro para mí. 'Y rapidito, nena, que nos cierran Uzbekistán a las once' (Ya vemos que tiene mucho trabajo y sentimos molestarla, pero verá, cierran la embajada uzbeka a las once, en la medida que pueda....) Finalmente, a las diez y media nos vamos con las cartas y un cafelito que estaba bueno. El cónsul uzbeko nos acepta la solicitud y en cuatro días hay que volver para pagar. Andi y Sabine tienen esa cara que se te queda cuando has pagado cincuenta euros por una carta que no dice nada; cosas de su embajada suiza. Nos damos una carrera hasta la embajada tayiki… cerrada. 'Pero mañana abrimos', nos dice el funcionario cerrando la ventanilla. Inch Allah.
16, lunes. A las nueve en Tadjikistán.
- Rellenen esta solicitud y esperen dos semanas a ver si es aprobada en Dushambe. No, aquí no pueden obtener permiso para el Pamir. Y escriban una fecha de entrada.
- Hombre, dos semanas… ¿no puede ser más rápido? -preguntamos.
- Puede que sólo tarde una semana… -ponemos cara de no creer mucho- o incluso veinte días -. Y vemos brillar el diablo en sus ojos.
- Verá, no podemos escribir una fecha de entrada si no sabemos cuánto tiempo estaremos esperando.
El argumento bizantino sirve para algo y el funcionario lo piensa un momento.
- Por favor, esperen -tras quince minutos en la ventanilla presionando educadamente, le hemos tocado el corazón u otra cosa. Y llama por un teléfono interno.
- 'Nyet'. Lo siento -dice tras colgar el auricular -. Si no saben cuándo van a entrar, les recomiendo que pidan el visado en Taskent.
Mierda. Taskent es famosa por su corrupción y dificultades.
- Es que vamos en bicicleta, de Samarkanda a Dushambe, no queremos pasar por Taskent.
- Son las reglas.
Fin de la discusión. Cuando un funcionario comunista dice 'Son las reglas' no hay nada más que hacer. Rellenamos la solicitud e inesperadamente nos deja omitir la fecha de entrada hasta que haya una respuesta positiva de Dushambe. Podría ser peor. Nos vamos corriendo a Kirguizistán.
- Rellenen la solicitud, paguen setenta dólares y dejen su pasaporte aquí. Lo pueden recoger dentro de cinco días.
Ni hablar, este país aún está lejos. Probaremos en otro lugar.
19, jueves. El cónsul uzbeko me recibe sonriente y a cambio de setenta y cinco dólares, por fin, la primera pegatina en el pasaporte. Corriendo a Turkmenistán con fotocopias de todo a pedir el visado de tránsito. Hay una ventanilla abierta, 'Sólo para residentes en Irán', donde pido entregar mis papeles.
- ¿Tiene usted visado para Uzbekistán?
- Si.
- Bien, deje aquí las fotocopias y llame dentro de cinco o siete días a ver si su solicitud ha sido aprobada.
Fuera, una nota simpática advierte a los ciclistas que lo especifiquen en la solicitud, y en vez de cinco días de tránsito, tendrán la gracia de siete, o no. A la tarde, agotado del norte de Teherán, taxis, buses, metro, atascos y arroz con kebab, cojo un autobús a Isfahan para matar el tiempo en un sitio bonito.
La espera burocrática en Isfahán es agradable, con amigos, todos esperando visados. Allí me reúno con los suizos, Álvaro, y me reencuentro con el japonés Daisuke, al que conocí en Etiopía. Un tipo que rebosa humanidad, de esas personas cuya sola presencia te hace sentir mejor.
Isfahán es una ciudad de ensueño, llena de palacios, mezquitas, puentes maravillosos, parques. Tal vez, la ciudad más hermosa de la Ruta de la Seda. Para mí, es especial la inmensa plaza Iman Khomeini, un lugar mágico donde a la noche, cuando la temperatura es agradable, cientos de iraníes en familia se tumban con alfombras en la yerba, y comen, fuman narguile, beben té, charlan, con el palacio del Sha, las mezquitas y el bazar iluminados. Un lugar especial.
A la semana, recibimos por teléfono la noticia de que nuestra solicitud tayika no progresa, y que lo intentemos en otro lugar. Y al volver a Teherán por el visado turkmeno nos acercamos a maldecirles. En nuestra queja vemos cierta luz, y peleamos dos horas en la ventanilla, con supuestas consultas al cónsul de parte del funcionario. Agotados, decidimos irnos, y el tipo dice,
- Venid el domingo, hacéis la entrevista y obtenéis el visado ese mismo día-. Tal vez lo agotamos también a él. Increíble. Caminamos perplejos y a Álvaro y a mí nos entra el orgullo ibérico, nos miramos y decimos a la vez,
- ¡Ahora, no la queremos! - y nos hartamos de reír, lo cual prueba que viajar no cura de la gilipollez. En fin, lo cierto es que el visado viene sin permiso para el Pamir. Andi y Sabine son más prácticos, pero el domingo tienen un trágico accidente que acaba en el hospital y con Sabine rumbo a Suiza.
Álvaro y yo emprendemos once días de desierto hasta Mashhad. Durísimo. El viento nos tiene la mayoría de las horas pedaleando en relevos extenuantes, avanzando entre 8-12 km/h. La temperatura está siempre por encima de los cuarenta grados, y bebemos agua hirviendo, mucho tráfico de camiones, un paisaje desolador… inolvidable desierto. Paso muchos kilómetros pensando 'qué demonios hago aquí'. Lo mejor es la relación con el biciclown asturiano. Casi mil kilómetros de infierno y siempre estamos de buen humor, contando chistes, anécdotas de África. Ante los golpes de calor, bromas; con las averías, risas. A la noche, acampados contra el viento, lavado de botella con tres litros de agua y una buena charla cenando el inolvidable pan 'pergamino', en hojas ácimas, tieso e insípido, soñando con la ansiada cerveza en Turkmenistán.
Casi dos meses en Irán son suficientes para ver que la esperanza de un cambio ha desaparecido. El tímido intento del 'renovador' Khatami, se ha diluido en la memoria tras la vuelta de los radicales, con Ahmadineyad al frente. Sólo los tradicionales del bazar y los abducidos por la fe del carbonero están contentos con una vida anacrónica. Quienes suenan con la libertad, el caleidoscopio de la diferencia, están frustrados. Y la represión sexual crea un ambiente aterrador, desesperado, generando una homosexualidad encubierta muy elevada, más que por deseo propio, por desahogo hormonal.
Ellos dicen que es respeto a la mujer. Dentro de una mesa-camilla negra los hombres no la desean y la convierten en un objeto, como en Occidente, donde vende desodorantes y muestra bolitas de la ONCE… Soluciones medievales a problemas del siglo XXI, igual podrían prohibir los coches para evitar accidentes de tráfico.
En Mashhad, nos reunimos con Andi, el único de los tres suizos que ha seguido pedaleando. Álvaro tiene unos días de espera para recoger su visado turkmeno en el consulado, pero Andi y yo salimos sin descanso alguno, pues nuestra fecha de entrada es el 12 de julio, y la salida, el 16. Más de quinientos kilómetros que recorrer en un visado de cinco días.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?
La vida juega con los hombres una partida de póker llena de argucias, trampas y faroles, y una sola regla: quien quiera ganar el mundo debe apostar su vida sobre la mesa y ofrecerla a la suerte. Lejos de los garitos clandestinos, en el Castillo de las luces y el confort, no tiene cabida algo que la televisión puede suplir, y convierte a los hombres en espectadores en vez de jugadores. Más, fuera de las murallas, aún hay hombres que se juegan la vida por sus ideas, por un sueño, por una mujer.
Conocí a Theo en una aldea del mar Caspio. Vino con su motillo llamado por los paisanos que no tenían muy claro si era buena idea dejarnos acampar en el parque.
- Ni hablar, seguidme.
Hubo tres razones para obedecer: hablaba inglés, era ya tarde, y su invitación fue una orden. La hospitalidad persa puede oscilar entre una acogida entusiasta y un autoritario paternalismo que no deja respirar al huésped. Huésped llega a significar 'más que el padre' y el abrumador maremoto de atenciones a veces desconcierta de tal modo al occidental que le hace pensar si más que un invitado es un secuestrado. No fue el caso de Theo, él nos conoce bien.
Cuando nos despedimos a la mañana siguiente, tras la sabrosa leche recién ordenada, sus ojos pequeñísimos entre la melena blanca y la barba también blanca que le nacía en los pómulos, brillaban de felices lágrimas. Después, nos bendijo rezando el credo y nos deseó buen viaje.
Theo salió de Irán a los doce años, en los tiempos del Sha, la marioneta inglesa que frenaba los sueños de Ataturk sobre un gran Turkestán en Asia central. Vivió en Alemania, Italia, Estados Unidos, y Cánada. Un curioso sacerdote católico en medio de una familia islámica moderada. Al sentirse viejo, la soledad le regaló un billete de vuelta a Irán, donde parientes suyos le buscaron una esposa y le arroparon el primer año mientras recordaba el farsi de su infancia.
Su casa es pequeña, llena de paz, una mezcla de diseño americano con alfombras y cojines orientales. Una cruz en una viga y una biblia en alemán que coló en su equipaje son sus más preciadas posesiones. Los ojos del pequeño Theo, entre tanto pelo blanco, brillan cuando las señala. Se jugó la vida trayéndolos consigo. En el Irán de los 'mulahs', le encarcelarían en un psiquiátrico si le descubrieran. Y si alguien le abriese el cuello de la camisa y revelase la cruz judía junto a la cristiana, le cortarían la cabeza.
'Me la regaló un amigo; todos somos hermanos, como tú y yo ahora'. Le miré admirado, y como quien suelta una piedra enorme en un estanque, dijo: 'Quien ama no puede odiar, es así de sencillo'
Tiene quince feligreses. Todo es secreto, clandestino, arriesgado. Nadie en la aldea sabe acerca de ello. Theo es simplemente un extraño viejecillo que ha vuelto a su país para casarse con una viuda, que tiene tres vacas holandesas de las que regala más leche que vende, y habla idiomas. No va a la ciudad, no llama la atención, y siempre ayuda a quien le pide. Para mí fue un honor conocerle, estar en su casa y escuchar su historia. Baricco escribió, 'nadie está acabado mientras tenga una historia que contar' y la de Theo es impresionante. Él entró en uno de los garitos clandestinos donde la vida juega al póker y sin temblores, o muy probablemente con ellos, expuso su vida en la apuesta. Se llevará todo a la tumba consigo. Theo ha ganado la partida.
Bajo desde las montañas hacia Tabriz, donde hay una afición ciclista enorme, y llegando a la ciudad se me engancha Amir, que lleva una bicicleta de carretera. Charlamos poco, pues su inglés es como mi farsi, pero escucha los ruidos de mi cadena saltando en varios piñones. 'Sígueme, por favor', y al entrar en Tabriz me conduce hasta la cueva de Saeed. Momentos antes, tenemos que hacer una pausa para que Amir se coloque unos pantalones largos sobre los 'culottes', pues los hombres no deben mostrar sus piernas en Irán.
Saeed regenta un hueco en la calle, como toda buena tienda iraní, y en lugar de cofres con joyas tiene repuestos de marcas occidentales; dado el bloqueo que sufre Irán, a saber cómo diablos los consigue. Casi todo el material que tiene son modelos ya desfasados en Europa; en muchos casos, más resistentes y duraderos que las nuevas generaciones de productos ligeros. Nadie habla inglés pero saben lo que hay que hacer con la bici, y salgo de su tienda con una transmisión nueva, y todo reluciente como salido de fábrica.
Tras la ruta por el Kurdistán, en Tabriz entro en plena Ruta de la Seda. Tal vez, el itinerario más popular del planeta entre ciclo-viajeros que puedan disponer de una pausa en su trabajo. Desde cualquier punto europeo hasta Pekín, lo que puede llevar de seis meses a un año, en función de la ruta elegida. Eso genera la posibilidad de encontrarse con camaradas de tanto en tanto, pues las grandes ciudades y los enclaves más turísticos funcionan como 'cuello de botella'. Y sin que viajar en bici pase de ser una insignificante minoría, cierto que nos organizamos bien a través del email y de los foros; con los años, quien no conoce a uno, conoce al amigo de otro. Esta pequeña comunidad ciclista ofrece también buena información, y yo no quise cambiar mi transmisión en Turquía -donde los precios son europeos- porque sabía que podía hacerlo en Teherán. Pero de la tienda de Saeed en Tabriz, no sabía nada.
En Tabriz surge una de estas ocasiones, y en el hotel más barato nos encontramos cinco ciclistas. Tres suizos que tienen un año sabático y van hacia Asia Central, y Steve, un flemático inglés que compagina el baño helado en el río y el té a las cinco. Todos juntos nos dirigimos hacia el mar Caspio, y al tercer día nos cruzamos con Álvaro Neil, el Biciclown, con lo que montamos un insólito campamento de seis ciclo-viajeros esa noche. No volveré a coincidir con semejante pelotón, pero sí con Álvaro, a quien en los siguientes años veré varias veces.
Acampar es fácil, todos estamos acostumbrados a lavarnos con agua fría y a cocinar macarrones, pero encontrar una habitación para cinco ciclistas y cinco bicicletas… es harina de otro costal. En Ardabil, donde Steve y yo decíamos adiós a los suizos, nos las vemos y deseamos para encontrar sitio. Finalmente, un simpático iraní nos lleva al hotel de su amigo, y en una habitación minúscula, en la que tres camas lo ocupan todo formando una U, nos apañamos los cinco con todo el equipaje. Nos hartamos de reír y de pisarnos los unos a los otros, como en pleno camarote de los hermanos Marx; eso sí, nadie roncaba, creo.
De estos días, el único inconveniente es el tráfico, hay mucho más del que yo estoy acostumbrado. En Irán se llena el tanque con un dólar y claro, todo el mundo tiene coche y sale a la carretera, pues otra de las costumbres iraníes es pasar un día libre con la familia haciendo picnic en las montañas, o en cualquier parque. Al bajar al Caspio, el tráfico va a más, y la llanta que llevo agrietada amenaza con dejarme tirado en cualquier momento. Decido dejar la bici en un restaurante con un tal Saeed, un tipo muy agradable, y subo en autobús a Teherán a buscar una rueda nueva.
Teherán no sólo es una de las ciudades más contaminadas e insoportables del mundo, sino que cruzar la calle es más peligroso que bañarse entre los hipopótamos del lago Kariba. Lo mejor que me ocurre allí es conocer a Jose Antonio, un tipo de setenta años viajando en todo-terreno, con una vida periodística envidiable, y doctorado en el arte de vivir el presente.
Regreso con la rueda nueva y subo al Elburz Central. Todo un reto. Quiero saber hasta qué punto estoy envejeciendo, y hago en un día 3000 metros de desnivel acumulado, desde las seis de la mañana hasta las ocho de la noche, que llego al túnel, a 2650 metros sobre el nivel del Caspio. El cañón es espectacular, con una carretera de zetas excavadas en la vertical pared increíbles, una obra de arte ingeniero, pero los últimos once kilómetros se me hacen eternos, metido en una nube, sin poder estimar dónde diablos está el túnel y el final de la ascensión. Una vez al otro lado del túnel, la humedad desaparece y me enfrento a las montañas desérticas que bajan a Teherán. Al día siguiente, descubro que ya no tengo veinte años y las agujetas me durarán cuatro días, mientras espero los visados para Asia Central.
Nadie llega a Irán y se echa las manos a la cabeza cuando comienza el papeleo burocrático para las ex-repúblicas soviéticas de Asia Central. Es una pesadilla bien conocida en la comunidad viajera.
12 de julio, jueves. Temprano en la mañana, cogemos un taxi y primera visita al norte de Teherán. La embajada uzbeka está cerrada, la tayiki también, y la kirguis… también.
13, viernes. Cierran hasta las cuevas. ¡Teherán es una fiesta!
14, sábado. Segundo paseo al norte. Embajada uzbeka también cerrada, pero logramos hablar con ellos y prometen abrir mañana y de paso, amablemente nos informan que necesitamos una carta de recomendación de nuestra embajada. Se aclara el misterio: jueves y viernes cierran embajadas musulmanas; viernes y sábado, embajadas no musulmanas. Los 'Stans' cierran cuando les parece.
15, domingo. La estancia en Teherán comienza a pesar cuando no a deprimir. Vamos a la embajada española por las cartitas. Una funcionaria muy seria nos atiende.
- ¿Carta de recomendación para Uzbekistán? Vale, ¿algo más?
- ¿Un café? -pregunta Álvaro. La mirada es de hielo -. Era broma.
- ¿Algo más? -insiste.
- Vale, ya que es usted tan amable, también para Kirguizistán, Tadjikistán y Turkmenistán, -pues no sabemos si las necesitaremos y las cartas son gratis para los españoles.
- ¡Ocho!
- Si. Cuatro para Álvaro y cuatro para mí. 'Y rapidito, nena, que nos cierran Uzbekistán a las once' (Ya vemos que tiene mucho trabajo y sentimos molestarla, pero verá, cierran la embajada uzbeka a las once, en la medida que pueda....) Finalmente, a las diez y media nos vamos con las cartas y un cafelito que estaba bueno. El cónsul uzbeko nos acepta la solicitud y en cuatro días hay que volver para pagar. Andi y Sabine tienen esa cara que se te queda cuando has pagado cincuenta euros por una carta que no dice nada; cosas de su embajada suiza. Nos damos una carrera hasta la embajada tayiki… cerrada. 'Pero mañana abrimos', nos dice el funcionario cerrando la ventanilla. Inch Allah.
16, lunes. A las nueve en Tadjikistán.
- Rellenen esta solicitud y esperen dos semanas a ver si es aprobada en Dushambe. No, aquí no pueden obtener permiso para el Pamir. Y escriban una fecha de entrada.
- Hombre, dos semanas… ¿no puede ser más rápido? -preguntamos.
- Puede que sólo tarde una semana… -ponemos cara de no creer mucho- o incluso veinte días -. Y vemos brillar el diablo en sus ojos.
- Verá, no podemos escribir una fecha de entrada si no sabemos cuánto tiempo estaremos esperando.
El argumento bizantino sirve para algo y el funcionario lo piensa un momento.
- Por favor, esperen -tras quince minutos en la ventanilla presionando educadamente, le hemos tocado el corazón u otra cosa. Y llama por un teléfono interno.
- 'Nyet'. Lo siento -dice tras colgar el auricular -. Si no saben cuándo van a entrar, les recomiendo que pidan el visado en Taskent.
Mierda. Taskent es famosa por su corrupción y dificultades.
- Es que vamos en bicicleta, de Samarkanda a Dushambe, no queremos pasar por Taskent.
- Son las reglas.
Fin de la discusión. Cuando un funcionario comunista dice 'Son las reglas' no hay nada más que hacer. Rellenamos la solicitud e inesperadamente nos deja omitir la fecha de entrada hasta que haya una respuesta positiva de Dushambe. Podría ser peor. Nos vamos corriendo a Kirguizistán.
- Rellenen la solicitud, paguen setenta dólares y dejen su pasaporte aquí. Lo pueden recoger dentro de cinco días.
Ni hablar, este país aún está lejos. Probaremos en otro lugar.
19, jueves. El cónsul uzbeko me recibe sonriente y a cambio de setenta y cinco dólares, por fin, la primera pegatina en el pasaporte. Corriendo a Turkmenistán con fotocopias de todo a pedir el visado de tránsito. Hay una ventanilla abierta, 'Sólo para residentes en Irán', donde pido entregar mis papeles.
- ¿Tiene usted visado para Uzbekistán?
- Si.
- Bien, deje aquí las fotocopias y llame dentro de cinco o siete días a ver si su solicitud ha sido aprobada.
Fuera, una nota simpática advierte a los ciclistas que lo especifiquen en la solicitud, y en vez de cinco días de tránsito, tendrán la gracia de siete, o no. A la tarde, agotado del norte de Teherán, taxis, buses, metro, atascos y arroz con kebab, cojo un autobús a Isfahan para matar el tiempo en un sitio bonito.
La espera burocrática en Isfahán es agradable, con amigos, todos esperando visados. Allí me reúno con los suizos, Álvaro, y me reencuentro con el japonés Daisuke, al que conocí en Etiopía. Un tipo que rebosa humanidad, de esas personas cuya sola presencia te hace sentir mejor.
Isfahán es una ciudad de ensueño, llena de palacios, mezquitas, puentes maravillosos, parques. Tal vez, la ciudad más hermosa de la Ruta de la Seda. Para mí, es especial la inmensa plaza Iman Khomeini, un lugar mágico donde a la noche, cuando la temperatura es agradable, cientos de iraníes en familia se tumban con alfombras en la yerba, y comen, fuman narguile, beben té, charlan, con el palacio del Sha, las mezquitas y el bazar iluminados. Un lugar especial.
A la semana, recibimos por teléfono la noticia de que nuestra solicitud tayika no progresa, y que lo intentemos en otro lugar. Y al volver a Teherán por el visado turkmeno nos acercamos a maldecirles. En nuestra queja vemos cierta luz, y peleamos dos horas en la ventanilla, con supuestas consultas al cónsul de parte del funcionario. Agotados, decidimos irnos, y el tipo dice,
- Venid el domingo, hacéis la entrevista y obtenéis el visado ese mismo día-. Tal vez lo agotamos también a él. Increíble. Caminamos perplejos y a Álvaro y a mí nos entra el orgullo ibérico, nos miramos y decimos a la vez,
- ¡Ahora, no la queremos! - y nos hartamos de reír, lo cual prueba que viajar no cura de la gilipollez. En fin, lo cierto es que el visado viene sin permiso para el Pamir. Andi y Sabine son más prácticos, pero el domingo tienen un trágico accidente que acaba en el hospital y con Sabine rumbo a Suiza.
Álvaro y yo emprendemos once días de desierto hasta Mashhad. Durísimo. El viento nos tiene la mayoría de las horas pedaleando en relevos extenuantes, avanzando entre 8-12 km/h. La temperatura está siempre por encima de los cuarenta grados, y bebemos agua hirviendo, mucho tráfico de camiones, un paisaje desolador… inolvidable desierto. Paso muchos kilómetros pensando 'qué demonios hago aquí'. Lo mejor es la relación con el biciclown asturiano. Casi mil kilómetros de infierno y siempre estamos de buen humor, contando chistes, anécdotas de África. Ante los golpes de calor, bromas; con las averías, risas. A la noche, acampados contra el viento, lavado de botella con tres litros de agua y una buena charla cenando el inolvidable pan 'pergamino', en hojas ácimas, tieso e insípido, soñando con la ansiada cerveza en Turkmenistán.
Casi dos meses en Irán son suficientes para ver que la esperanza de un cambio ha desaparecido. El tímido intento del 'renovador' Khatami, se ha diluido en la memoria tras la vuelta de los radicales, con Ahmadineyad al frente. Sólo los tradicionales del bazar y los abducidos por la fe del carbonero están contentos con una vida anacrónica. Quienes suenan con la libertad, el caleidoscopio de la diferencia, están frustrados. Y la represión sexual crea un ambiente aterrador, desesperado, generando una homosexualidad encubierta muy elevada, más que por deseo propio, por desahogo hormonal.
Ellos dicen que es respeto a la mujer. Dentro de una mesa-camilla negra los hombres no la desean y la convierten en un objeto, como en Occidente, donde vende desodorantes y muestra bolitas de la ONCE… Soluciones medievales a problemas del siglo XXI, igual podrían prohibir los coches para evitar accidentes de tráfico.
En Mashhad, nos reunimos con Andi, el único de los tres suizos que ha seguido pedaleando. Álvaro tiene unos días de espera para recoger su visado turkmeno en el consulado, pero Andi y yo salimos sin descanso alguno, pues nuestra fecha de entrada es el 12 de julio, y la salida, el 16. Más de quinientos kilómetros que recorrer en un visado de cinco días.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?