Utah, el estado mormón, se convierte rápidamente en mi favorito de los EE.UU. En el norte, paso por algunos pueblos con casas muy antiguas, incluso de ladrillo (aquí las casas son de madera), de los primeros pioneros que llegaron hasta estas tierras, los mormones, se asentaron, trabajaron de lo lindo y crearon una considerable riqueza, que sus hijos pueden gastar ahora. Una cultura interesante.
Y ahora llego a Salt Lake City con fuertes lluvias y las primeras nieves, tan prontas como el 1 de octubre. Afortunadamente, me pillan a buen resguardo, en casa de Lou y Julie, unos amigos de Daisuke, que me tratan como a un rey. Una agradable ciudad, llena de carriles bici, y también... pues la verdad, hacía mucho tiempo que no veía tanta densidad de iglesias por kilómetro cuadrado. Aunque los mormones no tienen nada que ver con esa reputación de secta y poligamia, sino que son bien majos, prósperos, y amistosos. No ha habido día en Utah, desde que entré, que no me haya ofrecido alguien alojamiento. Tienen una versión del cristianismo un poco particular, y a menudo unas barbas horribles, pero la verdad, son simpáticos. No toman café, eso sí; vaya uno a saber qué misteriosa relación hay entre la cafeína y el paraíso prometido.
La iglesia mormón tiene mucho poder en todo el estado y eso se traduce en impuestos sobre el alcohol, prohibición de casinos, y una vida bastante conservadora; el domingo anterior a mi llegada a la capital no había un alma en la calle, todos en misa, como Andalucía cuando yo era niño, o como un viernes en Khartoum. Si te apuntas a la iglesia, te acogen, te protegen y te ayudan a prosperar. Si no te apuntas, te dejan en paz y además, no tienes que pagar el 10% de tus ingresos (la iglesia mormón mantiene el diezmo entre sus miembros).
Mis amigos Lou y Julie -ciclistas apasionados-, en cuya casa estoy alojado, son una rareza aquí. Una pareja mixta. Ella es mormón, él no, así que bebe café, y yo estoy muy agradecido. Bromas aparte, es cierto que los mormones no suelen casarse con no-mormón, pero los ciclistas somos una gente maravillosa que vive por encima de divisiones religiosas o étnicas, y olé.
Lou es un ciclista muy respetado y conocido en Utah. Él fue quien inauguró el sistema de carriles-bici en Salt Lake City. A través de mi amigo Daisuke, se puso en contacto conmigo y me invitó a pasar unos días en su casa. No sólo eso, sino que organizó una charla con varios ciclistas para que les pusiera unas fotos y les contara historias; al despedirse, la gente dejaba una donación en una jarrita y gracias a ello ahora voy a poder invertir en un nuevo saco de dormir. Estupendo.
Al igual que en Japón, ganar dinero en los US no es difícil, podría dar más charlas si me planificase bien. Pero me exige quedarme más tiempo en ciudades, adaptarme a estar con ellos los fines de semana, en fin… canjear mi libertad por dinero. Así que de momento, sigo a salto de mata; pobre, pero libre.
Dejo Salt Lake City con nieve otra vez. Y es que en los últimos 14 meses no he tenido más estaciones que invierno, después de invierno y antes de invierno; todas mezcladas por la gracia de andurrear en altas latitudes. Septiembre fue un breve recuerdo de aquello que en el pasado fue sol y piel caliente, pero nada más que eso, un fugaz recuerdo que duró poco. A cambio, disfruto el paisaje indescriptible del sur de Utah con poco turismo, un paisaje difícil de describir porque estoy viendo paisajes de formas tan caprichosas como únicas, que me cuesta asociar con algo que haya visto antes. Tal vez es tan simple como eso, que no había visto semejante paisaje antes. Alucinante.
Antes de llegar a Moab duermo por fin en el desierto, ante una bonita montaña que parecía de una película de John Wayne. Silencio, desiertos. Me hacen sentirme en casa, o tal vez son el abrazo de un viejo amigo al que siempre quieres volver a ver. Me siento tan bien en ellos, limpio de tanto exceso que abotarga los sentidos… Antes, los desiertos y otros lugares de vida básica me hacían valorar el confort de las posadas; ahora, es diferente, cuando estoy acogido en una casa, busco dentro de mí la calma de los desiertos. Tengo la llave conmigo.
Garbancito se hace místico, creo que cada vez me explico peor.
El parque de los Arcos me abre la boca de par en par. Son esos enormes arcos rojos que se encienden con la luz del sol, y que vaya a saber uno cómo diablos no se caen, porque visité algunos que tienen más de cien metros de longitud. Una maravilla. El Delicate arch… uno de esos pequeños rincones del mundo que no crees que existan. Por mucho que veas la foto, no recoge el entorno en el que está y que lo hace, pues, no sé, algo inimaginable. Uno no piensa que la naturaleza pueda ser tan caprichosa.
Después, me doy una paliza pedaleando por una pista horrible junto al río Colorado, al que he sumado oportunamente a mi lista de 'dormidas en ríos famosos', y me colé en el Canyonlands (los parques están entre 5 y 12 dólares, que vienen muy bien ahorrar). Le llaman 'Shafer trail' y es una de las pistas más espectaculares que puedo recordar. Es difícil de describir, como si la tierra se abriese en enormes grietas que parecen piezas de puzzle. Están por todos lados, y por todos lados quedan aisladas torres, pináculos, montañas de formas caprichosas, piedras que se balancean en equilibrio sobre un punto minúsculo. Y unos acantilados verticales de miedo. Uno de los lugares más insólitos del mundo. Además, al colarme con la bici, pude disfrutar del lugar para mí solito, pues no se puede acampar dentro. O no se debe…
Así pues, al atardecer, cuando las cuatro motos y coches que resisten al invierno se retiraron a sus hoteles, me quedé solo en el laberinto de cañones que es este loco puzzle.
Una vez más, cuando todos se han ido, sin saber que yo le espío y estoy callado, escondido en una curva de rocas y arena, sale el silencio a pasear. Habla con estas hermosas paredes rojas, las corteja, y el río Colorado, bien al fondo de una garganta vertiginosa, toca una melodía que llega con aromas de oboes y tubas. Los desiertos revelan sonidos que no se pueden escuchar en otros lugares del planeta. Es el silencio quien lo hace posible; escuchas, por fin, lo que está escondido debajo de la vida. Sólo hay rocas verticales, acantilados, arena, piedra.
En plena resaca mística, me tocó subir la pared del Shafer trail… inevitablemente una pregunta brota cuando se está frente a esa muralla roja: ¿y a quién demonios se le ocurrió que aquí se podía construir una carretera? La pista se estrecha y está tallada en zig-zags sobre la pura roca. Yo no suelo andar mal de vértigos, pero allí… me asomaba bien poco, la verdad. No obstante, la maravilla llega al subir arriba, pues la pista rodea por unos kilómetros el borde del acantilado. Hay tanta caída libre que parece uno estar planeando, en vez de pedalear. Exultante, estaba a cien de adrenalina. Y como si en una metáfora budista, con un ojo puesto en la belleza y el otro en el camino. En fin, un día vendrá el hombre del traje gris a visitarme y pasar factura por tanto momento vivido…
Al sur de Salt Lake City estaba aún a la caída de la tarde en una zona muy urbana, con frío y a punto de nevar otra vez, y vi una iglesia con un jardín estupendo, algo recogida del bullicio. Giré en el semáforo sin pensarlo, y de inmediato… la sirena de la policía.
Me paro y un poli se apea del coche y viene hacia mí. En lugar de darme sin contemplaciones una multa, tras explicarme que había cometido una irregularidad me pregunta porqué lo he hecho, y le cuento que iba a acampar. Charlamos un rato, me pregunta por mi viaje, me pide el dni, y al poco regresa.
- Chico, no vuelvas a hacer eso, por tu seguridad. Es peligroso.
- Prometido, agente. Gracias.
- Verás… hay un lugar mejor que acampar en esa iglesia. Hace mucho frío estos días. ¿Quieres ir a un centro de acogida? Te darán cena y desayuno. Este es el teléfono.
Acepto la dirección que me apunta en un papelito y cuando voy a irme, me detiene otra vez.
- Esto… oye, hace mucho frío hoy, tómate un chocolate caliente a mi salud. Buen viaje.
Y el poli me da 5 dólares. Tal cual, un pueblo de gente muy amable, los Estados Unidos; a saber de dónde demonios les ha salido esa política exterior de invasiones y guerras.
También, de risa. Como el café con sabor a vainilla (tal vez lo próximo que inventen sea la mantequilla con sabor a chocolate), o las latas de judías 'vegetarianas', o los carteles de peligro de incendio en el desierto…
Un país peculiar que cada día me gusta más. Como visitante. Y tras cruzar el Colorado subí por varios cañones de intenso color rojo, que a esas alturas ya no me llamaban demasiado la atención, hasta el siguiente parque nacional del sur de Utah: Capitol Reef. Aquí anduve menos, y además llegó el siguiente frente frío: lluvia y después bajadón de las temperaturas. Varias noches bajo cero, una de ellas a -9. Quien se lo iba a imaginar cuando dejaba mis cosas de invierno a amigos japo y canadienses. Otra vez durmiendo a 3 y 4 grados bajo cero dentro de la tienda, y ahora sin buen abrigo. Maldito sea el frío. Aguanté como pude porque quería visitar Bryce, pero salí de esos días realmente cansado, pues no dormía bien con tanto frío. Ahora estoy más preparado, tengo una manta nueva.
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