'Cuando emprendas tu viaje, pide que sea largo…' comenzó Kavafis su famoso poema, y lo concluyó con un último verso, '… al fin, sabrás que significan las Itacas', que es un rayo de esperanza para todos los Ulises que emprenden un viaje, para todos los Quijotes. Pero olvidó escribir qué significan las Penélopes. Tal vez, tío Kavafis sabía que quien se aventura en busca de Itaca, elige sin saberlo no encontrar a Penélope.
Y qué puede ofrecer el Quijote a Dulcinea, si no un sitio en su caballo, sol ardiente, sed y batallas contra molinos.
Tengo las alforjas llenas de ardillas,
la piel tatuada de desiertos y glaciares,
y una playa de Barcino donde conocí la derrota.
Voy hacia el sur,
hacia el calor de los pueblos pobres,
el polvo, el sudor y la risa pronta,
donde no hay más palacios que la sombra de un muro.
Y atrás, en el norte, se queda el amor temblando.
Los besos que no di caben en la palma de mi mano,
y las palabras que no dije, en un sello roto;
pero los sueños que traje desde la luna
se quedaron solitarios en mi velero.
No hay estelas para seguir un sueño ajeno.
Voy hacia el sur, y hoy
mis manos, que tocan unas alforjas rugosas,
preguntan donde quedó esa suave piel blanca.
Mi rostro vuelve a helarse contra la lluvia,
a tostarse por el sol, pero hoy,
la traición de una nectarina en mi boca
me trae el sabor de una estela perdida,
en un mar que no es el mar de mi navío.
En el Castillo, allá por el Toboso,
encerrada en una oficina de jefes y pantallas líquidas,
una piel blanca recordará el aire que baña los lagos,
el viento entre los árboles, el agua fría,
y el olor de la libertad.
Tal vez sueñe, si la noche es queda,
tal vez encuentre su propio sueño,
porque ahora sabe que existen.
Mi piel envejecida, surcada de historias,
junto a una tripulación de sueños infantiles,
arribará un día en el sur, al final de una estela.
Mi galeón derrotado pondrá su Itaca a la venta,
en un mercado, en una taberna;
allí descansarán mis huesos vencidos.
Y que la borrachera de gloria maldita
alcance a olvidar esa estela que no estaba en mi mar.
Bajo (aunque subiendo colinas) a la frontera estadounidense por un paisaje novedoso para mí en este continente: los ranchos. Interminables praderas de yerba, gigantescos rollos de heno recién cortados, vacas y vaqueros a caballo y lazo en la montura. Bienvenido al oeste, Garbancito.
Lo cierto es que la gente es simpática. Aún en Canadá, tras haber pasado por agua una de esas noches que convierten la aventura en algo miserable, me encontré en la mañana con el mismo panorama. Llegué a un pueblo de 340 habitantes, Longview, y pregunté en la biblioteca si había algún lugar techado donde poder secar mi tienda. Ni menos, ni más, que el señor alcalde me abrió el salón de bailes del pueblo y me dijo, 'chaval, va a estar lloviendo todo el día; descansa en la biblioteca calentito hasta las 4 que yo termino de currar, te llevo a cenar y te vienes a mi casa a dormir en una cama'. Quien soy yo para contradecir a un señor mayor.
Las bibliotecas son mi guarida en Norteamérica. Para cuando llueve, para el frío, para el calor (cuando llegue, si llega…), y en fin, para pasar un rato relajado leyendo, escribiendo o usando internet. Son gratis y confortables, así que en estos dos países donde el refugio más barato es tomarse un café aguado de un dólar en el MacDonald, ni me lo pienso. También están los Centros de Información, pero me gustan más las bibliotecas. Y las bibliotecarias no tienen nada que ver aquí…
Aún metido en las faldas de las Rocosas crucé al estado de Montana, Estados Unidos, por el Glacier Parque Nacional. Me estampan 3 meses de estancia a cambio de 6$ y cambian dos cosas: el clima y la economía, ambas para mi alivio, pues Canadá es más caro que Japón. Así que mi bolsillo ha notado el bajón de precios en los supermercados de Montana. Además, con la media canadiense de 5 días de lluvia por cada jornada seca, ahora estoy maravillado con un cielo azul sin nubes, 25 a 30 grados. A ver si dura hasta Méjico. Sin embargo, en las noches se acaba el cuento y en la madrugada hiela fuerte, pues aún estoy bastante al norte del paralelo 40.
En Montana, el paisaje sigue siendo de grandes ranchos. No ha sido hasta cruzar al otro lado de las Rocosas, al oeste, que los ranchos se han hecho más pequeños, pero básicamente es tierra de cowboys. Y tierra hermosa, la verdad es que tanto Canadá como Montana, son tierras de interminables paisajes, montañas y lagos de cuento.
En Missoula he parado más días de los que pensaba, pero parar no he parado; además, le debía a la bici unas cuantas horas de mecánica. Mis amigos Bonnie y Tim, a quienes conocí en Asia Central, concertaron un encuentro con un club de viajeros e hice allí mi primera charla con fotos sobre el viaje. Una novedad interesante.
Tras una semana en casa de Bonnie y Tim, salgo, pues, de Missoula con Jake, el canoista loco, y rumbo al sur, para cruzar una vez más la Divisoria Continental y cruzar al este de las Rocosas. Agradable sorpresa: el sur de Montana parece una fotocopia de los valles esteparios de Mongolia. Cierto que hay una carretera, ranchos, y cafeterías con luminosos, pero el paisaje es idéntico. Una maravilla.
Pasamos por continuos puertos pequeños que comunican valle con valle, y apenas tráfico, ¡Montana es más grande que Alemania y tiene sólo un millón de habitantes!, hasta llegar a los pueblos abandonados del sur, las ghost towns.
Las sucesivas fiebres del oro en los US generaron pueblos instantáneos de miles de habitantes, enloquecidos por un golpe de suerte que les hiciera millonarios en una semana. La realidad fue que los mineros jamás se enriquecieron, sino que gastaron sus pocos gramos encontrados con mucho sudor en cartas, alcohol y mujeres, mientras que los comerciantes avispados se hicieron 'de oro'. Cosas de este mundo. Y cuando el oro dejaba de encontrarse, los pueblos se vaciaban de mineros, se abandonaban las casas, se dejaba la tierra revuelta y los ríos contaminados.
La mayoría de los pueblos están derruidos y tienen poco interés, pero algunos fueron de tanta importancia que hay muchas casas en pie; a veces también el saloon, el hotel, la iglesia, la escuela y el templo masónico. Se han convertido en una especie de museo fantasma, divertidos; y se conservan desde máquinas registradoras de la época, a barberías, monturas de caballos, o carteles en donde se exponían las estrictas leyes de la ciudad. Impensable, que fueran tanto o más conservadores que los propios iraníes…
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?
Y qué puede ofrecer el Quijote a Dulcinea, si no un sitio en su caballo, sol ardiente, sed y batallas contra molinos.
Tengo las alforjas llenas de ardillas,
la piel tatuada de desiertos y glaciares,
y una playa de Barcino donde conocí la derrota.
Voy hacia el sur,
hacia el calor de los pueblos pobres,
el polvo, el sudor y la risa pronta,
donde no hay más palacios que la sombra de un muro.
Y atrás, en el norte, se queda el amor temblando.
Los besos que no di caben en la palma de mi mano,
y las palabras que no dije, en un sello roto;
pero los sueños que traje desde la luna
se quedaron solitarios en mi velero.
No hay estelas para seguir un sueño ajeno.
Voy hacia el sur, y hoy
mis manos, que tocan unas alforjas rugosas,
preguntan donde quedó esa suave piel blanca.
Mi rostro vuelve a helarse contra la lluvia,
a tostarse por el sol, pero hoy,
la traición de una nectarina en mi boca
me trae el sabor de una estela perdida,
en un mar que no es el mar de mi navío.
En el Castillo, allá por el Toboso,
encerrada en una oficina de jefes y pantallas líquidas,
una piel blanca recordará el aire que baña los lagos,
el viento entre los árboles, el agua fría,
y el olor de la libertad.
Tal vez sueñe, si la noche es queda,
tal vez encuentre su propio sueño,
porque ahora sabe que existen.
Mi piel envejecida, surcada de historias,
junto a una tripulación de sueños infantiles,
arribará un día en el sur, al final de una estela.
Mi galeón derrotado pondrá su Itaca a la venta,
en un mercado, en una taberna;
allí descansarán mis huesos vencidos.
Y que la borrachera de gloria maldita
alcance a olvidar esa estela que no estaba en mi mar.
Bajo (aunque subiendo colinas) a la frontera estadounidense por un paisaje novedoso para mí en este continente: los ranchos. Interminables praderas de yerba, gigantescos rollos de heno recién cortados, vacas y vaqueros a caballo y lazo en la montura. Bienvenido al oeste, Garbancito.
Lo cierto es que la gente es simpática. Aún en Canadá, tras haber pasado por agua una de esas noches que convierten la aventura en algo miserable, me encontré en la mañana con el mismo panorama. Llegué a un pueblo de 340 habitantes, Longview, y pregunté en la biblioteca si había algún lugar techado donde poder secar mi tienda. Ni menos, ni más, que el señor alcalde me abrió el salón de bailes del pueblo y me dijo, 'chaval, va a estar lloviendo todo el día; descansa en la biblioteca calentito hasta las 4 que yo termino de currar, te llevo a cenar y te vienes a mi casa a dormir en una cama'. Quien soy yo para contradecir a un señor mayor.
Las bibliotecas son mi guarida en Norteamérica. Para cuando llueve, para el frío, para el calor (cuando llegue, si llega…), y en fin, para pasar un rato relajado leyendo, escribiendo o usando internet. Son gratis y confortables, así que en estos dos países donde el refugio más barato es tomarse un café aguado de un dólar en el MacDonald, ni me lo pienso. También están los Centros de Información, pero me gustan más las bibliotecas. Y las bibliotecarias no tienen nada que ver aquí…
Aún metido en las faldas de las Rocosas crucé al estado de Montana, Estados Unidos, por el Glacier Parque Nacional. Me estampan 3 meses de estancia a cambio de 6$ y cambian dos cosas: el clima y la economía, ambas para mi alivio, pues Canadá es más caro que Japón. Así que mi bolsillo ha notado el bajón de precios en los supermercados de Montana. Además, con la media canadiense de 5 días de lluvia por cada jornada seca, ahora estoy maravillado con un cielo azul sin nubes, 25 a 30 grados. A ver si dura hasta Méjico. Sin embargo, en las noches se acaba el cuento y en la madrugada hiela fuerte, pues aún estoy bastante al norte del paralelo 40.
En Montana, el paisaje sigue siendo de grandes ranchos. No ha sido hasta cruzar al otro lado de las Rocosas, al oeste, que los ranchos se han hecho más pequeños, pero básicamente es tierra de cowboys. Y tierra hermosa, la verdad es que tanto Canadá como Montana, son tierras de interminables paisajes, montañas y lagos de cuento.
En Missoula he parado más días de los que pensaba, pero parar no he parado; además, le debía a la bici unas cuantas horas de mecánica. Mis amigos Bonnie y Tim, a quienes conocí en Asia Central, concertaron un encuentro con un club de viajeros e hice allí mi primera charla con fotos sobre el viaje. Una novedad interesante.
Tras una semana en casa de Bonnie y Tim, salgo, pues, de Missoula con Jake, el canoista loco, y rumbo al sur, para cruzar una vez más la Divisoria Continental y cruzar al este de las Rocosas. Agradable sorpresa: el sur de Montana parece una fotocopia de los valles esteparios de Mongolia. Cierto que hay una carretera, ranchos, y cafeterías con luminosos, pero el paisaje es idéntico. Una maravilla.
Pasamos por continuos puertos pequeños que comunican valle con valle, y apenas tráfico, ¡Montana es más grande que Alemania y tiene sólo un millón de habitantes!, hasta llegar a los pueblos abandonados del sur, las ghost towns.
Las sucesivas fiebres del oro en los US generaron pueblos instantáneos de miles de habitantes, enloquecidos por un golpe de suerte que les hiciera millonarios en una semana. La realidad fue que los mineros jamás se enriquecieron, sino que gastaron sus pocos gramos encontrados con mucho sudor en cartas, alcohol y mujeres, mientras que los comerciantes avispados se hicieron 'de oro'. Cosas de este mundo. Y cuando el oro dejaba de encontrarse, los pueblos se vaciaban de mineros, se abandonaban las casas, se dejaba la tierra revuelta y los ríos contaminados.
La mayoría de los pueblos están derruidos y tienen poco interés, pero algunos fueron de tanta importancia que hay muchas casas en pie; a veces también el saloon, el hotel, la iglesia, la escuela y el templo masónico. Se han convertido en una especie de museo fantasma, divertidos; y se conservan desde máquinas registradoras de la época, a barberías, monturas de caballos, o carteles en donde se exponían las estrictas leyes de la ciudad. Impensable, que fueran tanto o más conservadores que los propios iraníes…
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?
Yellowstone, todo un clásico. Ya quisiera yo escribir, 'hay un remoto rincón que no conoce nadie y es el lugar más espectacular de los US', pero la honestidad ante todo. Yellowstone es increíble.
En estos años he pasado por muchos lugares que presumen de ser 'paisaje de otro planeta' y no son más que roquedales áridos. No ocurre así en Yellowstone. Realmente, uno se siente en otro planeta cuando visita los cráteres con fumarolas, aguas y barro burbujeando, géiseres… todos pintados con colores imposibles. La mezcla de sulfuros, algas, caliza, genera la paleta desquiciada de un pintor surrealista. Una alucinación de colores y belleza.
Pero Yellowstone no es sólo los géiseres que lanzan agua a cien metros de altura, y los charcos termales color esmeralda, sino impresionantes cataratas, cañones espectaculares, ríos cristalinos que serpentean por praderas llenas de bisontes y ciervos, y turistas… Muchos. Y gracias a que es final de temporada y el frío comienza a ser molesto, con lo que muchos campings están cerrados y hay menos visitantes, porque visitar Yellowstone para un gringo parece ser de igual importancia que peregrinar a la Meca para un yemení. No me extraña, merece la pena.
Tras recorrer el parque de cabo a rabo durante casi una semana, me despedí de Jake, que regresaba a Missoula, y continué hacia el sur, por Wyoming, huyendo del invierno que me pisa los talones. Pese a que los días son soleados y agradables, no hay mañana sin helada por estos lares y mi saco de dormir ya no es lo que era. Estoy soñando con Méjico lindo y el calor.
Cruzo otro parque más, Teton, junto a un lago que tiene unas montañas escarpadas por encima de los 4000 metros, y doy con mis huesos en el fulgor del otoño. La carretera hacia Idaho y Utah sigue por bonitos valles que ahora están en plenitud de colores, donde la variedad de arces y árboles de rivera crea un espectáculo de diferentes rojos y amarillos por doquier; es la primera vez en este viaje que disfruto el otoño. Contento, como un perro chico, pues.
Las carreteras siguen cerca de las Rocosas, ahora estoy en su oeste, y la verdad no dejo de subir y bajar puertos, lo cual me gusta, pues me mantiene en forma, pero en este país las bajadas tienen un problema. En los US la mayoría de las carreteras están en muy buen estado, y 140 kilogramos que pesamos la bici y yo, sobre dos ruedas en buen asfalto se aceleran en un abrir y cerrar de ojos. El caso es que si me descuido cojo los 80 k/hora en estos descensos. En mi caso, y con tanto equipaje, a partir de los 60 k/h yo no tengo control sobre la bici, me limito a agarrarme fuerte al manillar y disfrutar la adrenalina. A 80… me viene a la memoria el 'Jesusito de mi vida, tú eres niño como yo…'