MALASIA.
La capital malaya no suele gustar a los turistas, pero engancha a los viajeros; buen lugar para hacer un descanso, o una conexión entre viajes. Y tal vez sea la ciudad cosmopolita más barata del mundo. Puedes almorzar en un restaurante malayo, después tomar un capuccino, pasear entre rascacielos o jardines de orquídeas, cenar en un chino y acabar la noche con unos dulces en 'little India', todo por cinco euros. Y cuando vives en un sitio así, la gente se contagia del buen aire; en la embajada española no ponen pega alguna a que les deje mi material de invierno y lo recoja unos meses después tras recorrer las islas del sur asiático. Muy majos.
Aquí me encuentro con Daisuke por cuarta vez, y llega Adam, un ciclista polaco de fácil sonrisa, aunque él asegura ser de Cracovia. Tras casi un año de viaje, se le acaba el dinero y en breve deberá trabajar un tiempo como arquitecto para poder seguir en esta adictiva vida nómada. Daisuke sale solo y con prisa, en Japón le esperan para otorgarle varios premios, no en vano es el japonés con más países recorridos en bicicleta, 140. Y se despide, con su enorme corazón a cuestas. 'Te espero en Osaka, Salva.'
Unos días más tarde, salgo en compañía de Adam hacia Georgetown, casi en la frontera thai, con la idea de coger un ferry al norte de Sumatra. En una semana llena de felices pedaladas nos plantamos allí. Baños nocturnos en ríos termales, subidas por medio de densas junglas, plantaciones de té como cuadros de Van Gogh… Todo impoluto en este país moderno y desarrollado, excepto una parada imprevista en medio de la jungla con los 'asli', los aborígenes malayos, de los que quedan entre veinte mil o cien mil, según a quien preguntemos.
Al principio nos acogen con timidez, con esa mirada de ‘tú qué haces aquí’, pero al poco estamos bañándonos en un río, arrancando orquídeas y poniendo la mosquitera para dormir. Unos tipos muy auténticos. El gobierno malayo trata de 'modernizarlos' con toda clase de subvenciones y golosinas, pero en muchas aldeas prefieren seguir la vida a su manera, viviendo de la jungla. Tras una agradable noche con ellos, en sus casas elevadas sobre postes, a la mañana, nosotros cogemos las bicis para volver hacia la desarrollada costa malaya y Atyang, nuestro amable anfitrión, coge su cervatana de bambú de metro y medio para ir a cazar en la jungla.
- Monos, si que comemos, pero no los que tienen blanco en los ojos -decía en un inglés de Barrio Sésamo, con más gestos que palabras.
En Georgetown tenemos que esperar unos días el ferry, y sin problemas, la ciudad es muy interesante. Amalgama de chinos, malayos y colonos, que ha generado una arquitectura muy propia; la parte antigua es Patrimonio de la Humanidad. Al atardecer, patrimonio de la vecindad, y los paisanos colapsan las calles con carromatos cocinando cualquier cosa; humo por doquier, aromas, y mucha gente con palillos sorbiendo fideos.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?
La capital malaya no suele gustar a los turistas, pero engancha a los viajeros; buen lugar para hacer un descanso, o una conexión entre viajes. Y tal vez sea la ciudad cosmopolita más barata del mundo. Puedes almorzar en un restaurante malayo, después tomar un capuccino, pasear entre rascacielos o jardines de orquídeas, cenar en un chino y acabar la noche con unos dulces en 'little India', todo por cinco euros. Y cuando vives en un sitio así, la gente se contagia del buen aire; en la embajada española no ponen pega alguna a que les deje mi material de invierno y lo recoja unos meses después tras recorrer las islas del sur asiático. Muy majos.
Aquí me encuentro con Daisuke por cuarta vez, y llega Adam, un ciclista polaco de fácil sonrisa, aunque él asegura ser de Cracovia. Tras casi un año de viaje, se le acaba el dinero y en breve deberá trabajar un tiempo como arquitecto para poder seguir en esta adictiva vida nómada. Daisuke sale solo y con prisa, en Japón le esperan para otorgarle varios premios, no en vano es el japonés con más países recorridos en bicicleta, 140. Y se despide, con su enorme corazón a cuestas. 'Te espero en Osaka, Salva.'
Unos días más tarde, salgo en compañía de Adam hacia Georgetown, casi en la frontera thai, con la idea de coger un ferry al norte de Sumatra. En una semana llena de felices pedaladas nos plantamos allí. Baños nocturnos en ríos termales, subidas por medio de densas junglas, plantaciones de té como cuadros de Van Gogh… Todo impoluto en este país moderno y desarrollado, excepto una parada imprevista en medio de la jungla con los 'asli', los aborígenes malayos, de los que quedan entre veinte mil o cien mil, según a quien preguntemos.
Al principio nos acogen con timidez, con esa mirada de ‘tú qué haces aquí’, pero al poco estamos bañándonos en un río, arrancando orquídeas y poniendo la mosquitera para dormir. Unos tipos muy auténticos. El gobierno malayo trata de 'modernizarlos' con toda clase de subvenciones y golosinas, pero en muchas aldeas prefieren seguir la vida a su manera, viviendo de la jungla. Tras una agradable noche con ellos, en sus casas elevadas sobre postes, a la mañana, nosotros cogemos las bicis para volver hacia la desarrollada costa malaya y Atyang, nuestro amable anfitrión, coge su cervatana de bambú de metro y medio para ir a cazar en la jungla.
- Monos, si que comemos, pero no los que tienen blanco en los ojos -decía en un inglés de Barrio Sésamo, con más gestos que palabras.
En Georgetown tenemos que esperar unos días el ferry, y sin problemas, la ciudad es muy interesante. Amalgama de chinos, malayos y colonos, que ha generado una arquitectura muy propia; la parte antigua es Patrimonio de la Humanidad. Al atardecer, patrimonio de la vecindad, y los paisanos colapsan las calles con carromatos cocinando cualquier cosa; humo por doquier, aromas, y mucha gente con palillos sorbiendo fideos.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?