KIRGUIZISTÁN.
Augusto sonrió, y fue a la cocina a abrir una botella de vino. Era una curiosa situación: dieciocho años después, ahora era yo el que pasaba por su casa unos días, a despedirme y emprender un largo viaje en bicicleta.
- En aquellos días, yo no tenía tu edad para que el mundo, más que impresionarme, llenase un vacío. Todo lo contrario... - y se perdió en pensamientos - … mi maestro tuvo que enseñarme, de hecho, a vaciar mi vaso para poder llenarlo. Pero esa es otra historia.
- Me hablabas del músico callejero belga, tío - le recordé.
- Sí, Pius. Lo conocí en Varanasi; compartimos habitación por unos días. Un gran hombre. Y me regaló un tesoro que guardé desde entonces. Me reveló el camino que lleva a Shangri-la. Tú viajas ahora en bici por el mundo; es una hermosa historia. Dura, pero con aire infantil, la bici es cosa de niños. Llénala de momentos que no caigan en el basurero del olvido. Aprende a tratarlos con mimo porque llegara el día en que mires atrás y tu viaje parezca un sueño. Para ese día deberás haber encontrado Shangri-la, para mirar atrás en paz, satisfecho.
Le miré detenidamente. Aún me despertaba curiosidad el rostro de mi tío. A veces me parecía un extraño; en otras, sus gestos eran clavados al recuerdo fugaz que guardaba de él cuando pasó por casa a despedirse. Pero yo era un crío entonces, no me enteré de nada…
- Shangri-la… ¿está en el Tíbet?
- No, no está en valle alguno del Tíbet. Ni en una remota selva de Borneo. No es un lugar geográfico sino un agujero en el tiempo que permite el paso, de tanto en tanto, a los que buscan el Tesoro de la vida. Permite el paso, sobrino mío. Hay que salir de él para soñar con volver a entrar. En eso consiste el juego. Pius fue muy preciso en ésto.
- ¿Qué sentido hay en perseguirlo, pues?
- El momento. Lo auténtico, lo que jamás se puede pagar con dinero. No lo olvides: en cualquier cosa que puedas pagar resuena un eco de fraude. Evítalo para las cosas importantes de la vida. - Me miró a los ojos, y reflexionó un rato.
- Realizar un sueño no implica retenerlo - dijo. Se río un poco y se fue a sus recuerdos. A la India.
'Pius dijo: Shangri-la está lejos de los hombres. Allí donde los dioses bajan para charlar con las montañas, a jugar silenciosas partidas de cartas. Es donde el equilibrio está perdido y la naturaleza es tan dominante que parece el mundo fue mentira. Un sueño, una ficción. Nada a lo que volver. Shangri-la es el mito de la vida eterna porque es donde la vida estalla, el júbilo te anega y se detiene el tiempo que han inventado los hombres. Entonces, rejuveneces. La vida te coge en brazos y te da la vuelta en camino hacia el niño que fuiste. Shangri-la es donde la vida estalla... no hay nada, pero no se sufre la ausencia de nada.
Has de sufrir para llegar allí. Has de vestirte de fragilidad, exponerte a la ausencia de lo necesario sin red bajo tus pies. Has de maldecir tu suerte que te lleva por ese camino, conocer el dolor. Cuando estés tan lejos que nadie pueda auxiliarte, empero no sientas sino una enorme confianza en ti y en la vida que te protege. Cuando estés tan solo, tan solo, que no sientas sino unión con las montañas que te rodean, y por fin la soledad sea ficción, estarás a las puertas. Tal vez tengas hambre, frío, miedo. Tal vez, tan cansado que parezca un sueño. Algo acontecerá que fuerce tu deseo a abandonar, a rendirte antes de que sea demasiado tarde. Si en ese momento te dejas llevar por el viento hacia delante, encontrarás Shangri-la. Y la primera vez, ... es la más impactante. Descubres que no es una ficción, que no son palabras inalcanzables de cuenta-cuentos orientales. Atónito, descubres: 'es cierto, Shangri-la existe'. Te costará salir de allí. Sufrirás. Pero saldrás sabiendo que en otro momento volverás a entrar y cierta paz vendrá para aliviarte. Serás entonces rico para siempre. El hombre más rico del mundo. Y reirás, pues no posees nada.'
Reímos ambos, después sobrevino un silencio. La botella de vino estaba vacía y la noche repentinamente se enfrió. Pensé que ya habíamos conversado suficiente y me retiré a dormir. Al día siguiente quería partir temprano. Partir. Viajar. Descubrir.
Para llegar a Ala Buka tengo, pues, que dar un rodeo tan absurdo como desesperante. Tras cruzar la frontera kirguis en Uchkurgan, tomo la vieja carretera soviética, y a los pocos kilómetros aparece una barrera, pues la carretera entra de nuevo a Uzbekistán, y yo he de torcer por un pedregal de mil demonios hasta que al rato, encuentro de nuevo la carretera soviética en el lado kirguis. Unos kilómetros más y otra barrera… así durante ciento veinte kilómetros, y finalmente, dos días y medio después de visitar la frontera de Kasangoy, estoy en Ala Buka, a un puñado de kilómetros de donde fui rechazado. Karimov…
Una maravilla, son días donde uno cree que no hay mundo al que volver. Agua, mi tienda y comida. Mucha incertidumbre por una pista que conforme me adentro se hace más pedregosa, estrecha y difícil. Y no hay un alma, menudo sitio para tener un problema. El segundo 'piruval' (puerto), el Karaa-Bura, tiene unos kilómetros vertiginosos en un cañón antes de coronar la cima, que hago andando y sin mirar mucho hacia abajo. Días de emociones, hasta paso hambre, pues se me acaba la comida y aprendo que en las montañas de Kirguizistán las tiendas están casi vacías, pero qué lujo es vivir un lugar así. Tal y como está el mundo, el mayor tesoro de un viajero es encontrar lugares ajenos a lo que tiene precio puesto, que es casi todo. Pero no todo.
Tras el Karaa-Bura, una bajada de ochenta kilómetros va mejorando conforme la pista sale de las montañas y se abre a un amplio valle. Llego a Talas y a una carretera asfaltada que se dirige a la capital kirguis, Biskhek, pero… pasando por Kazhastán. Yo he de tomar un desvío que me lleva a subir lentamente el 'piruval' Otmek, a 3300 metros, con asfalto, que lo hace más cómodo. Al otro lado está Susamyr, el corazón de Kirguizistán, otra vez pistas de tierra y piedra, y cualquiera de ellas es la misma maravilla. Rumbo al lago Song, junto a montañas, prados verdes, cañones espectaculares, cada tarde es un paraíso para acampar en la yerba junto a un río, aunque el baño a finales de agosto ya no refresca, sino que me hiela la piel. El tiempo es de alta montaña, tan pronto llueve como sale el sol o hace un viento del demonio, y a partir de 2500 metros amanece todo blanco. Vida silvestre. El único problema es la comida, y he de llenar las alforjas de viandas en los pueblos de las tierras bajas para no pasar hambre otra vez.
Quiero coger la ruta de Ingelchek, pero me dicen que es imposible, que la carretera ya no existe. En la ciudad pregunto a todo el que pueda saber, pues la zona es militarmente sensitiva y creo que no quieren turistas. Decido visitar la base militar rusa y allí un tipo con muchas medallas me dice con firmeza.
- Si quieres, ve. Yo mismo te extiendo el permiso y te hago las fotocopias de los mapas. Pero no hay carretera por unos veinticinco kilómetros, no creo que puedas empujar esa bicicleta por allí. Son rocas.
Permanezco callado, y el ruso insiste con un mapa.
- ¿Quieres aventura? Puedes subir a Barskoon, y descender todo el río Naryn. Tampoco hay carretera, pero es una zona más fácil de seguir. ¿Ves aquí? Es el último lago, donde nace el río Naryn. Hay un camino que sortea la cascada y tras él estarás en pleno valle. Has de mantenerte siempre en la orilla norte; pasas uno, dos, tres y cuatro ríos. El quinto, éste, tiene puente. A partir de ahí hay nómadas y una pista que poco a poco se agranda y llega a una carretera. Buena suerte.
Así pues, regreso hacia el corazón kirguis por el extraño 'piruval' de Barskoon, que está a 3800 metros y una vez que se franquea, la pista continúa subiendo hasta los 4000. Allí empieza a nevar con fuerza y he de acampar. Esa pista está en muy buenas condiciones pues se dirige a una explotación de oro de una compañía canadiense, y en la mañana siguiente, encuentro la bifurcación del mapa donde una leve marca entre el barro y la nieve, se dirige hacia el oeste. Perplejo, miro el mapa una y otra vez. No hay duda. Es ésto. Ánimo, Garbancito.
El día es feo, nieva con intermitencia, pero el lugar es espléndido: todo este pequeño altiplano está rodeado de montañas y glaciares que llegan hasta las lagunas que caracterizan el lugar. El camino es difícil de seguir, y además he de ir buscando las zonas menos embarradas, pero voy llegando de lago en lago, siguiendo el mapa, hasta que, como me dijo el ruso, llego a un último lago y tengo una vista al valle del río Naryn, que más que ser espectacular es preocupante, con un clima que no mejora.
Durante dos días no veo a nadie, sólo la solemne naturaleza de alta montaña. Pedaleo sobre la misma superficie de la tierra, aunque a veces aparecen huellas de coche, tal vez de la armada rusa que pasa un par de veces al año para mantener 'la carretera'. Otro tramo de cinco días intensos que me llevo en las alforjas, más belleza con la que construir mis recuerdos del mundo.
También llego a la ciudad con las fuerzas en reserva, muy agotado. Llevo casi un mes subiendo y bajando sin parar puertos de más 3000 metros, por carreteras de piedras, y necesito un descanso, siento también la fatiga acumulada de los desiertos pasados. Para no desentonar conmigo, mi galeón tiene problemas: dos rajas en la cubierta trasera, y voy sin freno delantero desde hace dos días, algo que no es muy sensato en este país de largos descensos.
A ésto se une un email de Álvaro advirtiéndome que la embajada de Tadjikistán ha cambiado de cónsul y el visado ya no es tan fácil. 'Ven a China, compañero'. En fin, uno de esos momentos en los que de pronto, todo son problemas.
Los momentos de crisis son delicados. Un viajero debe aprender a pasar por ellos. Incluso Ulises dudaba en ocasiones. Desde casa, este verano han empezado a llegar emails preguntándome cuándo voy a volver, cuál es mi plan. Ciertamente, pese a la belleza de Kirguizistán, empiezo a notarme cansado de la batalla diaria que es viajar en bici, y sueño con un mes sin hacer nada, sin preocuparme de dónde voy a dormir o qué voy a comer.
El 3 de septiembre voy a la embajada tayika. Encontrarla me lleva una hora y media, pues ni los taxistas saben dónde queda. Es una casa en medio de una zona residencial de los suburbios del sur de Biskhek. Ni hay bandera ni nada, sólo una pequeña placa en cirílico donde se adivina Tadjikistán. Llamo. 'Nyet. Konsul' por toda respuesta, desde el otro lado. Insisto y un tipo me abre un portón, me dice hoscamente que el consulado está más abajo.
Regreso y de repente veo una pequeña puerta en la esquina de la casa que parece la entrada a la cocina y una diminuta placa en cirílico, 'Konsul'. Bien. No hay ni horario, pero hay un timbre. Llamo. A los 20 minutos me abren. Necesito una LOI (una carta de invitación).
- Pero… antes no era necesario -me quejo-, conozco a gente que ha obtenido aquí un visado en diez minutos.
- Desde que yo estoy aquí -me dice la guapa funcionaria en perfecto inglés-, se necesita LOI, puedes comprobarlo en la página web de mi país.
- ¿Puedo hablar con el cónsul? -pregunto.
- Yo soy el cónsul -me responde con una sonrisa.
Pido excusas avergonzado, y lo intento otra vez.
- La LOI llevará de dos a tres semanas y yo voy en bici, voy a morirme de frío en el Pamir…
'Nyet', pero finalmente me da el teléfono de una agencia en Osh que me asegura es barata y rápida. 'Con la que tú tienes el negocio, guapa', intuyo.
Llamo a la agencia. 'Da. Envía datos y veinte dólares, la LOI lleva de tres a cinco días'. Genial, las cartas de invitación para estos países suelen costar de cincuenta dólares en adelante y tardar más de dos semanas. No está mal. Les envío un email con los datos y espero respuesta. Tu tía. Llamo otra vez.
- Ah, no he mirado el correo.
- (Grr…) ¿Puedes mirarlo?
- Vale. Ah, manda también fecha de entrada, de salida e itinerario por el Pamir.
- Ok, en cinco minutos lo tienes.
Mando email con toda la información. Espero respuesta. Tu tía 2. Llamo y el teléfono no funciona. A la noche, con otros amigos viajeros, muchas risas en el albergue entre cervezas Báltika y chupitos de Nemeroff.
Al día siguiente, miro el correo: hay respuesta. 'Datos recibidos, envía el dinero a Mrs. Umarjan Binara…' Perfecto, sin cuenta bancaria ni dirección alguna. Mando otro email pidiendo datos bancarios, y cuando llevo un tiempo esperando respuesta -que no va a llegar, por supuesto- empiezo a pensar 'lo mismo hay un modo soviético de mandar dinero a un nombre'.
Voy a una agencia de turismo. 'Da', existe, una clase de Western Union soviética. Busco un banco, y obviamente todos los formularios están en cirílico. Trato de hacerme entender pero la historia es demasiado compleja para mi ruso. En el tercer banco, una chica, un ángel, habla inglés y rellena los formularios por mí mientras me explica cómo funciona el pago.
Envío un nuevo email con los datos del pago. Esta vez, no espero respuesta. Llamo e informo.
- Todo está conforme, mira el correo, por favor.
- Vale.
- Bien, el lunes me mandas la LOI adjunta en un email, ¿da?
- ¿Lunes?… tal vez, eeeeh…, ¿cuándo viene usted por Osh?
Ah, casi me da un infarto.
- ¡Nooooooo! ¡Estoy en Biskhek! La misma ciudad donde está la embajada, necesito la maldita LOI aquiiiiiiiiiii. Por dios, puedo votar a Eurovisión desde el Congo, no creo sea tan difícil.
- Eeeeh, vale, lo intentaré -pi, pi,pi, pi.
El lunes 8, sin mucha esperanza abro mi correo y tengo un email de la agencia. No dice ni buenos días pero la LOI está adjunta. Volando a la embajada. 'La puerta de la cocina' está cerrada. Llamo y llamo. Nada. Voy al portón.
- Kónsul nyet.
Genial, pero ésto no es un 'dejavú'. Insisto. Sale el mismo malhumorado tipo y entiendo que el cónsul está durmiendo y no abre hasta el miércoles. A la noche se aclara todo, el martes es el día de la independencia tayika y se han tomado el puente. Soy afortunado, semanas mas tarde me enteraré por otros viajeros que en Taskent se tomaron dos semanas de puente...
El miércoles 10, 'la puerta de la cocina' está a tope. Un japonés, un turco y servidor. Llamamos y treinta minutos después nos abren. El amable turco me cede turno y entrego todos los papeles.
- Ok, a ver… perfecto. Cincuenta dólares, por favor -me dice la guapa cónsul-, el viernes por la mañana la tienes.
- Oh, por favor, llevo una semana en Biskhek, ¿no puede ser esta tarde?
- Nyet.
- Y si te traigo flores, ¿mañana?
- Nyet -pero sonríe.
El viernes 12, a las 9.30 llamo y en diez segundos me abren la puerta. Entro desconfiado y sorprendido. Mi visado está listo. Sonrío a la guapa cónsul y le doy una flor que corté del jardín de mi albergue. Sonríe ella también y me desea una feliz estancia en su país. Y tú que lo veas, guapa.
De Osh a Sary Tash hay dos puertos malos, con mucha arena fina y piedras donde la bicicleta rueda a duras penas. Y tras pasar el segundo de ellos, el Taldik, a 3600 metros de altitud, aparece una vista inolvidable: el ramal Alay de la cordillera Tien Shan. Un valle este-oeste de dimensiones tibetanas, con una muralla de capirotes de nata llena de seismiles y algún sietemil, como el pico Lenin. No es un lugar para humanos, somos demasiado pequeños para ese escenario. Hasta donde llega la vista, nada más que monstruos de nata, y a la par cierta excitación o preocupación pensando '¿por dónde? ¿por dónde diablos pasa la carretera?'. Sin duda, una de las mejores acampadas del viaje.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?
Augusto sonrió, y fue a la cocina a abrir una botella de vino. Era una curiosa situación: dieciocho años después, ahora era yo el que pasaba por su casa unos días, a despedirme y emprender un largo viaje en bicicleta.
- En aquellos días, yo no tenía tu edad para que el mundo, más que impresionarme, llenase un vacío. Todo lo contrario... - y se perdió en pensamientos - … mi maestro tuvo que enseñarme, de hecho, a vaciar mi vaso para poder llenarlo. Pero esa es otra historia.
- Me hablabas del músico callejero belga, tío - le recordé.
- Sí, Pius. Lo conocí en Varanasi; compartimos habitación por unos días. Un gran hombre. Y me regaló un tesoro que guardé desde entonces. Me reveló el camino que lleva a Shangri-la. Tú viajas ahora en bici por el mundo; es una hermosa historia. Dura, pero con aire infantil, la bici es cosa de niños. Llénala de momentos que no caigan en el basurero del olvido. Aprende a tratarlos con mimo porque llegara el día en que mires atrás y tu viaje parezca un sueño. Para ese día deberás haber encontrado Shangri-la, para mirar atrás en paz, satisfecho.
Le miré detenidamente. Aún me despertaba curiosidad el rostro de mi tío. A veces me parecía un extraño; en otras, sus gestos eran clavados al recuerdo fugaz que guardaba de él cuando pasó por casa a despedirse. Pero yo era un crío entonces, no me enteré de nada…
- Shangri-la… ¿está en el Tíbet?
- No, no está en valle alguno del Tíbet. Ni en una remota selva de Borneo. No es un lugar geográfico sino un agujero en el tiempo que permite el paso, de tanto en tanto, a los que buscan el Tesoro de la vida. Permite el paso, sobrino mío. Hay que salir de él para soñar con volver a entrar. En eso consiste el juego. Pius fue muy preciso en ésto.
- ¿Qué sentido hay en perseguirlo, pues?
- El momento. Lo auténtico, lo que jamás se puede pagar con dinero. No lo olvides: en cualquier cosa que puedas pagar resuena un eco de fraude. Evítalo para las cosas importantes de la vida. - Me miró a los ojos, y reflexionó un rato.
- Realizar un sueño no implica retenerlo - dijo. Se río un poco y se fue a sus recuerdos. A la India.
'Pius dijo: Shangri-la está lejos de los hombres. Allí donde los dioses bajan para charlar con las montañas, a jugar silenciosas partidas de cartas. Es donde el equilibrio está perdido y la naturaleza es tan dominante que parece el mundo fue mentira. Un sueño, una ficción. Nada a lo que volver. Shangri-la es el mito de la vida eterna porque es donde la vida estalla, el júbilo te anega y se detiene el tiempo que han inventado los hombres. Entonces, rejuveneces. La vida te coge en brazos y te da la vuelta en camino hacia el niño que fuiste. Shangri-la es donde la vida estalla... no hay nada, pero no se sufre la ausencia de nada.
Has de sufrir para llegar allí. Has de vestirte de fragilidad, exponerte a la ausencia de lo necesario sin red bajo tus pies. Has de maldecir tu suerte que te lleva por ese camino, conocer el dolor. Cuando estés tan lejos que nadie pueda auxiliarte, empero no sientas sino una enorme confianza en ti y en la vida que te protege. Cuando estés tan solo, tan solo, que no sientas sino unión con las montañas que te rodean, y por fin la soledad sea ficción, estarás a las puertas. Tal vez tengas hambre, frío, miedo. Tal vez, tan cansado que parezca un sueño. Algo acontecerá que fuerce tu deseo a abandonar, a rendirte antes de que sea demasiado tarde. Si en ese momento te dejas llevar por el viento hacia delante, encontrarás Shangri-la. Y la primera vez, ... es la más impactante. Descubres que no es una ficción, que no son palabras inalcanzables de cuenta-cuentos orientales. Atónito, descubres: 'es cierto, Shangri-la existe'. Te costará salir de allí. Sufrirás. Pero saldrás sabiendo que en otro momento volverás a entrar y cierta paz vendrá para aliviarte. Serás entonces rico para siempre. El hombre más rico del mundo. Y reirás, pues no posees nada.'
Reímos ambos, después sobrevino un silencio. La botella de vino estaba vacía y la noche repentinamente se enfrió. Pensé que ya habíamos conversado suficiente y me retiré a dormir. Al día siguiente quería partir temprano. Partir. Viajar. Descubrir.
Para llegar a Ala Buka tengo, pues, que dar un rodeo tan absurdo como desesperante. Tras cruzar la frontera kirguis en Uchkurgan, tomo la vieja carretera soviética, y a los pocos kilómetros aparece una barrera, pues la carretera entra de nuevo a Uzbekistán, y yo he de torcer por un pedregal de mil demonios hasta que al rato, encuentro de nuevo la carretera soviética en el lado kirguis. Unos kilómetros más y otra barrera… así durante ciento veinte kilómetros, y finalmente, dos días y medio después de visitar la frontera de Kasangoy, estoy en Ala Buka, a un puñado de kilómetros de donde fui rechazado. Karimov…
Una maravilla, son días donde uno cree que no hay mundo al que volver. Agua, mi tienda y comida. Mucha incertidumbre por una pista que conforme me adentro se hace más pedregosa, estrecha y difícil. Y no hay un alma, menudo sitio para tener un problema. El segundo 'piruval' (puerto), el Karaa-Bura, tiene unos kilómetros vertiginosos en un cañón antes de coronar la cima, que hago andando y sin mirar mucho hacia abajo. Días de emociones, hasta paso hambre, pues se me acaba la comida y aprendo que en las montañas de Kirguizistán las tiendas están casi vacías, pero qué lujo es vivir un lugar así. Tal y como está el mundo, el mayor tesoro de un viajero es encontrar lugares ajenos a lo que tiene precio puesto, que es casi todo. Pero no todo.
Tras el Karaa-Bura, una bajada de ochenta kilómetros va mejorando conforme la pista sale de las montañas y se abre a un amplio valle. Llego a Talas y a una carretera asfaltada que se dirige a la capital kirguis, Biskhek, pero… pasando por Kazhastán. Yo he de tomar un desvío que me lleva a subir lentamente el 'piruval' Otmek, a 3300 metros, con asfalto, que lo hace más cómodo. Al otro lado está Susamyr, el corazón de Kirguizistán, otra vez pistas de tierra y piedra, y cualquiera de ellas es la misma maravilla. Rumbo al lago Song, junto a montañas, prados verdes, cañones espectaculares, cada tarde es un paraíso para acampar en la yerba junto a un río, aunque el baño a finales de agosto ya no refresca, sino que me hiela la piel. El tiempo es de alta montaña, tan pronto llueve como sale el sol o hace un viento del demonio, y a partir de 2500 metros amanece todo blanco. Vida silvestre. El único problema es la comida, y he de llenar las alforjas de viandas en los pueblos de las tierras bajas para no pasar hambre otra vez.
Quiero coger la ruta de Ingelchek, pero me dicen que es imposible, que la carretera ya no existe. En la ciudad pregunto a todo el que pueda saber, pues la zona es militarmente sensitiva y creo que no quieren turistas. Decido visitar la base militar rusa y allí un tipo con muchas medallas me dice con firmeza.
- Si quieres, ve. Yo mismo te extiendo el permiso y te hago las fotocopias de los mapas. Pero no hay carretera por unos veinticinco kilómetros, no creo que puedas empujar esa bicicleta por allí. Son rocas.
Permanezco callado, y el ruso insiste con un mapa.
- ¿Quieres aventura? Puedes subir a Barskoon, y descender todo el río Naryn. Tampoco hay carretera, pero es una zona más fácil de seguir. ¿Ves aquí? Es el último lago, donde nace el río Naryn. Hay un camino que sortea la cascada y tras él estarás en pleno valle. Has de mantenerte siempre en la orilla norte; pasas uno, dos, tres y cuatro ríos. El quinto, éste, tiene puente. A partir de ahí hay nómadas y una pista que poco a poco se agranda y llega a una carretera. Buena suerte.
Así pues, regreso hacia el corazón kirguis por el extraño 'piruval' de Barskoon, que está a 3800 metros y una vez que se franquea, la pista continúa subiendo hasta los 4000. Allí empieza a nevar con fuerza y he de acampar. Esa pista está en muy buenas condiciones pues se dirige a una explotación de oro de una compañía canadiense, y en la mañana siguiente, encuentro la bifurcación del mapa donde una leve marca entre el barro y la nieve, se dirige hacia el oeste. Perplejo, miro el mapa una y otra vez. No hay duda. Es ésto. Ánimo, Garbancito.
El día es feo, nieva con intermitencia, pero el lugar es espléndido: todo este pequeño altiplano está rodeado de montañas y glaciares que llegan hasta las lagunas que caracterizan el lugar. El camino es difícil de seguir, y además he de ir buscando las zonas menos embarradas, pero voy llegando de lago en lago, siguiendo el mapa, hasta que, como me dijo el ruso, llego a un último lago y tengo una vista al valle del río Naryn, que más que ser espectacular es preocupante, con un clima que no mejora.
Durante dos días no veo a nadie, sólo la solemne naturaleza de alta montaña. Pedaleo sobre la misma superficie de la tierra, aunque a veces aparecen huellas de coche, tal vez de la armada rusa que pasa un par de veces al año para mantener 'la carretera'. Otro tramo de cinco días intensos que me llevo en las alforjas, más belleza con la que construir mis recuerdos del mundo.
También llego a la ciudad con las fuerzas en reserva, muy agotado. Llevo casi un mes subiendo y bajando sin parar puertos de más 3000 metros, por carreteras de piedras, y necesito un descanso, siento también la fatiga acumulada de los desiertos pasados. Para no desentonar conmigo, mi galeón tiene problemas: dos rajas en la cubierta trasera, y voy sin freno delantero desde hace dos días, algo que no es muy sensato en este país de largos descensos.
A ésto se une un email de Álvaro advirtiéndome que la embajada de Tadjikistán ha cambiado de cónsul y el visado ya no es tan fácil. 'Ven a China, compañero'. En fin, uno de esos momentos en los que de pronto, todo son problemas.
Los momentos de crisis son delicados. Un viajero debe aprender a pasar por ellos. Incluso Ulises dudaba en ocasiones. Desde casa, este verano han empezado a llegar emails preguntándome cuándo voy a volver, cuál es mi plan. Ciertamente, pese a la belleza de Kirguizistán, empiezo a notarme cansado de la batalla diaria que es viajar en bici, y sueño con un mes sin hacer nada, sin preocuparme de dónde voy a dormir o qué voy a comer.
El 3 de septiembre voy a la embajada tayika. Encontrarla me lleva una hora y media, pues ni los taxistas saben dónde queda. Es una casa en medio de una zona residencial de los suburbios del sur de Biskhek. Ni hay bandera ni nada, sólo una pequeña placa en cirílico donde se adivina Tadjikistán. Llamo. 'Nyet. Konsul' por toda respuesta, desde el otro lado. Insisto y un tipo me abre un portón, me dice hoscamente que el consulado está más abajo.
Regreso y de repente veo una pequeña puerta en la esquina de la casa que parece la entrada a la cocina y una diminuta placa en cirílico, 'Konsul'. Bien. No hay ni horario, pero hay un timbre. Llamo. A los 20 minutos me abren. Necesito una LOI (una carta de invitación).
- Pero… antes no era necesario -me quejo-, conozco a gente que ha obtenido aquí un visado en diez minutos.
- Desde que yo estoy aquí -me dice la guapa funcionaria en perfecto inglés-, se necesita LOI, puedes comprobarlo en la página web de mi país.
- ¿Puedo hablar con el cónsul? -pregunto.
- Yo soy el cónsul -me responde con una sonrisa.
Pido excusas avergonzado, y lo intento otra vez.
- La LOI llevará de dos a tres semanas y yo voy en bici, voy a morirme de frío en el Pamir…
'Nyet', pero finalmente me da el teléfono de una agencia en Osh que me asegura es barata y rápida. 'Con la que tú tienes el negocio, guapa', intuyo.
Llamo a la agencia. 'Da. Envía datos y veinte dólares, la LOI lleva de tres a cinco días'. Genial, las cartas de invitación para estos países suelen costar de cincuenta dólares en adelante y tardar más de dos semanas. No está mal. Les envío un email con los datos y espero respuesta. Tu tía. Llamo otra vez.
- Ah, no he mirado el correo.
- (Grr…) ¿Puedes mirarlo?
- Vale. Ah, manda también fecha de entrada, de salida e itinerario por el Pamir.
- Ok, en cinco minutos lo tienes.
Mando email con toda la información. Espero respuesta. Tu tía 2. Llamo y el teléfono no funciona. A la noche, con otros amigos viajeros, muchas risas en el albergue entre cervezas Báltika y chupitos de Nemeroff.
Al día siguiente, miro el correo: hay respuesta. 'Datos recibidos, envía el dinero a Mrs. Umarjan Binara…' Perfecto, sin cuenta bancaria ni dirección alguna. Mando otro email pidiendo datos bancarios, y cuando llevo un tiempo esperando respuesta -que no va a llegar, por supuesto- empiezo a pensar 'lo mismo hay un modo soviético de mandar dinero a un nombre'.
Voy a una agencia de turismo. 'Da', existe, una clase de Western Union soviética. Busco un banco, y obviamente todos los formularios están en cirílico. Trato de hacerme entender pero la historia es demasiado compleja para mi ruso. En el tercer banco, una chica, un ángel, habla inglés y rellena los formularios por mí mientras me explica cómo funciona el pago.
Envío un nuevo email con los datos del pago. Esta vez, no espero respuesta. Llamo e informo.
- Todo está conforme, mira el correo, por favor.
- Vale.
- Bien, el lunes me mandas la LOI adjunta en un email, ¿da?
- ¿Lunes?… tal vez, eeeeh…, ¿cuándo viene usted por Osh?
Ah, casi me da un infarto.
- ¡Nooooooo! ¡Estoy en Biskhek! La misma ciudad donde está la embajada, necesito la maldita LOI aquiiiiiiiiiii. Por dios, puedo votar a Eurovisión desde el Congo, no creo sea tan difícil.
- Eeeeh, vale, lo intentaré -pi, pi,pi, pi.
El lunes 8, sin mucha esperanza abro mi correo y tengo un email de la agencia. No dice ni buenos días pero la LOI está adjunta. Volando a la embajada. 'La puerta de la cocina' está cerrada. Llamo y llamo. Nada. Voy al portón.
- Kónsul nyet.
Genial, pero ésto no es un 'dejavú'. Insisto. Sale el mismo malhumorado tipo y entiendo que el cónsul está durmiendo y no abre hasta el miércoles. A la noche se aclara todo, el martes es el día de la independencia tayika y se han tomado el puente. Soy afortunado, semanas mas tarde me enteraré por otros viajeros que en Taskent se tomaron dos semanas de puente...
El miércoles 10, 'la puerta de la cocina' está a tope. Un japonés, un turco y servidor. Llamamos y treinta minutos después nos abren. El amable turco me cede turno y entrego todos los papeles.
- Ok, a ver… perfecto. Cincuenta dólares, por favor -me dice la guapa cónsul-, el viernes por la mañana la tienes.
- Oh, por favor, llevo una semana en Biskhek, ¿no puede ser esta tarde?
- Nyet.
- Y si te traigo flores, ¿mañana?
- Nyet -pero sonríe.
El viernes 12, a las 9.30 llamo y en diez segundos me abren la puerta. Entro desconfiado y sorprendido. Mi visado está listo. Sonrío a la guapa cónsul y le doy una flor que corté del jardín de mi albergue. Sonríe ella también y me desea una feliz estancia en su país. Y tú que lo veas, guapa.
De Osh a Sary Tash hay dos puertos malos, con mucha arena fina y piedras donde la bicicleta rueda a duras penas. Y tras pasar el segundo de ellos, el Taldik, a 3600 metros de altitud, aparece una vista inolvidable: el ramal Alay de la cordillera Tien Shan. Un valle este-oeste de dimensiones tibetanas, con una muralla de capirotes de nata llena de seismiles y algún sietemil, como el pico Lenin. No es un lugar para humanos, somos demasiado pequeños para ese escenario. Hasta donde llega la vista, nada más que monstruos de nata, y a la par cierta excitación o preocupación pensando '¿por dónde? ¿por dónde diablos pasa la carretera?'. Sin duda, una de las mejores acampadas del viaje.
Si te gustan estos relatos, unviajedecuento tiene a tu disposición dos libros, África y Asia. El tercero, sobre América, estará disponible en 2015. ¿Cómo conseguirlos?